Ha pasado más de un mes desde la última vez que he subido capitulo y lo siento en verdad, la cuestión es que muchas cosas han pasado... Mi universidad me consume mucho y además de eso estoy estudiando alemás, ya decidí hacer mis prácticas estudiantiles en Berlin y aunque aun falta para que llegue ese momento quiero estar preparada, además de eso el papá de mi mejor amiga murió, fue tan repentino y doloroso, aunque en ese momento me di cuenta lo increíble y fuerte que era, asumió con valor lo que pasaba y apoyo a su familia al máximo, fue estupendamente valiente y fuerte y recorde porque es que la quiero tanto y la admiro (aunque nunca se lo digo XD) En fin, dentro de un mes acabo este semestre así que en mis vacaciones subire la segunda parte de Blood on Silk y espero en este mes terminar la primera, sobre Retrum tengo un problemita con el archivo cuando lo encuentre lo subire así que espero tengan paciencia y ojala sigan leyendo, yo tengo miles de fics por adelantar pero bueno aun tengo tiempo :D
Capítulo 17
Un penique por tus pensamientos —dijo Mihaela.
Elizabeth, mirando por la ventana de su sala de estar con una mano en la maleta, saltó al
sonido de la voz de la cazadora y se giró bruscamente.
Mihaela estaba sentada en el suelo, afilando sus espadas y las de Elizabeth.
Elizabeth dijo:
—Me estaba preguntando cómo pasaste esa cosa a través de la seguridad del aeropuerto.
—No, tú no lo hacías.
Elizabeth dio una sonrisa torcida.
—No, no lo hacía —estuvo de acuerdo—. Estaba pensando en las extrañas direcciones
que toma la vida de las personas. Hace dos meses yo era una persona normal, disfrutando
realmente de mis desafíos de investigación y todavía vagamente satisfecha con mi vida sin
complicaciones. Y ahora daría cualquier cosa por volver a esa normalidad insatisfactoria.
—Eso es normal también —la tranquilizó Mihaela—, en tales circunstancias.
—Pensé que quería emoción... —Se interrumpió, desterrando la visión no deseada de
Tom de su mente, así como de la punta de la lengua—. Odio esta confusión —murmuró.
Mihaela la miró más de cerca. El marrón profundo como la tierra en sus ojos, que eran
incómodamente perspicaces.
—Hablas del miedo de la batalla de esta noche.
Ella lo hacía. Tenía que continuar desterrando los recuerdos de su noche en los brazos de
Tom, todos esos sentimientos que había despertado en ella. Tenía que seguir diciéndose
a sí misma que esos sentimientos no eran más que sexuales, obligarse a concentrarse de
vuelta a la necesidad de eliminarlo del mundo. Sin embargo, el susurro de que él no era todo
malo, y el recuerdo de su felicidad efímera, se mantenía introduciéndose, arremolinándose
y agarrándose de su estómago.
Era ya el momento de terminar esto.
Ella se rió, sintiéndose un poco inestable.
—Supongo que me pregunto lo que podría haber sido. —Vio las manos firmes de Mihaela,
pacientemente afilando la hoja de su espada, entonces lentamente levantó los ojos al rostro
concentrado del cazador—. ¿Nunca te imaginas una vida diferente a ésta? ¿Una “normal”
con un trabajo de oficina estable, un marido, hijos...?
—¿Y un coche caro para lavar los domingos? —interrumpió Mihaela con una sonrisa
ligeramente despectiva.
—Ese tipo de cosas. ¿Nunca las quieres?
—No importa. No tengo la probabilidad de conseguirlas.
—Podrías dejar de ser una cazadora.
—No, no puedo —dijo Mihaela. Para ella, ni siquiera era una opción. Su voz era demasiado
firme para siquiera considerar las alternativas. Y sin embargo, Elizabeth detectó una nota de
tristeza también, un indicio de que tal vez, muy dentro de ella, en un lugar similar, tal vez, al
único donde Elizabeth suprimía todas sus emociones sobre Thomas, Mihaela anhelaba esa
vida “normal.” Pero era una vida que el cazador nunca tendría, porque su trabajo era más
importante.
Con una punzada de culpabilidad, Elizabeth se levantó inquieta, a continuación, se dirigió a
Mihaela y a las espadas.
—¿Es suficiente? —preguntó bruscamente—. ¿Son realmente lo suficientemente fuertes?
—Yo creo que sí —dijo Mihaela con calma—. Zoltán, Maximilian, un grupo de vampiros de
fuerza media, un ejército de zombis, seis cazadores, incluyendo Konrad, y tú. Contra él, y
posiblemente Bill, si es que todavía camina.
—Creo que lo hace. Zoltán se habría jactado si él estuviera muerto. Los mayores saben
cuando uno de ellos muere.
Mihaela pareció sorprendida de que ella supiera tal cosa, era algo que no incidía mucho en
el trato diario de los cazadores, a menudo tratos brutales con los no muertos.
—Lo que sea. Las probabilidades siguen estando a nuestro favor. Tom no es infalible. Ha
sido derrotado antes y en el apogeo de su fuerza. Es cierto que por personas de su confianza,
pero esa es nuestra lección, ser rápidos, seguros y sin vacilaciones.
Elizabeth asintió con la cabeza. Centrándose solo en eso. Una noche más, tan sólo unas
horas más, y todo habrá terminado... Recogiendo su propia espada de su posición al lado de
la pierna de Mihaela, tocó la hoja afilada cuidadosamente con un dedo.
A ella nunca se le permitiría usarla en el club de esgrima de nuevo.
Mihaela dijo:
—Él viene a evitar que Zoltán se alimente de ti. No se espera un ejército.
—Él sabe que estaremos aquí, sin embargo. Sentirá a Konrad como él me siente. —Ellos
habían estado por encima de esto, antes. Ella iba en círculos—. Pero sé, que no esperará al
resto. Aún así... ¿Mihaela? No creo que Maximilian venga. Zoltán puede haberlo encontrado,
pero que él esté tentado a salir de su retiro. Si lo hubiera hecho, no habría estado tan ansioso
por aceptar nuestra alianza.
—Tenemos que aprovechar la oportunidad. ¿Puedes luchar de esa manera?
Elizabeth miró su falda larga. Tenía dos razones para usar el nuevo equipo, para mantener
la pretensión de ser víctima de Zoltán, y para mostrar a Richard que ella realmente tenía la
intención de asistir a la fiesta más tarde. Después de haber dudado durante mucho tiempo
acerca de si salir o no con Richard era una buena idea, se negó a retractarse de su decisión
final. No tenía sentido eliminar el obstáculo para vivir y amar, si entonces lo dañaba con una
fuente posible de felicidad.
—Puedo pelear de cualquier manera —dijo con gravedad.
—Muy bien. —Mihaela miró por la ventana. Era casi de noche—. Cinco minutos, y luego
debemos ir.
—Vamos ahora, tengo que llamar a alguien en el camino.
***
—¡Elizabeth! —sorprendido, Richard abrió la puerta ancha a manera de invitación. Se veía
gratamente arrugado en vaqueros casuales y una camiseta. La música folclórica estaba a
todo volumen en el interior, un gusto musical del que ella no había sido consciente.
Su mirada se estrechó, fijándose en su apariencia, y un brillo de apreciación iluminó sus
ojos. Eso reforzó su confianza, su determinación de seguir adelante con su vida.
—No puedo detenerme —balbuceó Elizabeth—. Algo está pasando, así que solo te
encontraré en el Harpers tan pronto como pueda.
—Oh. —Claramente, no era una situación en la que él se encontraba muy a menudo. Parecía
desinflado—. Muy bien, entonces.
—Siento mucho el desorden a tu alrededor, Richard, te veo más tarde. —Espero.
Impulsivamente, se estiró, dándole un rápido beso en la mejilla, y corrió por las escaleras
a la calle antes de que él pudiera hablar. Ella haría esto para él, y para sí misma. Necesitaba
deshacerse de Tom urgentemente.
—¿Todo bien? —dijo Mihaela, trotando para emparejarse mientras Elizabeth la pasaba en
una caminata rápida.
—Lo estará. Vamos a terminar con esto.
Aunque el sol no se había ocultado aún, ellos habían aprendido todo de la experiencia en el
Ángel, y los otros cazadores ya estaban en la base de la catedral, los tres agentes del Reino
Unido también, así como István y Konrad, todos de pie en un corrillo por el arco del frontón
este.
A Elizabeth siempre le habían gustado las ruinas más al anochecer. Casi podía imaginar los
fantasmas de los monjes deslizándose a lo largo de la nave, las cabezas inclinadas, rezando.
Mientras las sombras se alargaban y se desvanecían en la oscuridad, podía reconstruir los
muros y torres en su cabeza, pensando regresar 600 años, y dejar que la belleza y la paz la
envolvieran.
Los cazadores dijeron que su santidad no afectó a los vampiros, porque los humanos habían
abandonado la iglesia, despojados y abandonados mientras la austeridad de la Reforma se
mantenía. Dijeron que eso no dio ventaja al bien sobre el mal, pero Elizabeth pensó que
estaban equivocados. Ella amaba este lugar y ahora sabía que era el correcto, el único lugar
en el cual enfrentarse a él y terminar esto.
—Ellos tienen las llaves —murmuró Mihaela, sacudiendo la cabeza hacia los cazadores
ingleses, que parecían ser el proverbial escocés, inglés e irlandés de un millón de chistes
malos—. Las alarmas y las cámaras están apagadas, y podemos refugiarnos en el museo, si
lo necesitamos.
Elizabeth asintió con la cabeza.
—¿Dónde está Zoltán? —preguntó mientras Konrad se acercaba.
—Aquí —dijo el vampiro, tan cerca detrás de ella que se sobresaltó. Zoltán se echó a reír.
Llevaba una espada real muy casualmente en su cinturón y en el otro lado, dos afiladas
estacas de madera como las suyas—. Eso debería darle a él algo en que pensar. He estado
desenmascarado todo el día. Él sabe que estoy aquí, contigo.
—Entonces él sabrá que lo quiere aquí...
Zoltán se encogió de hombros.
—No importa. Aún así vendrá.
—¿Y Maximilian? —preguntó Mihaela.
—No ha llegado todavía.
—¿No puedes sentirlo? —exigió Konrad.
—Por supuesto que no. Él es un maestro de la ocultación. Una cosa más. Tengo una condición
para mi alianza.
Konrad enarcó las cejas y Zoltán sonrió.
—Yo mato a Thomas.
—No —dijeron todos los cazadores juntos. Sonaba como una multitud de fútbol.
Zoltán rió de nuevo.
Konrad dijo:
—Sólo si cumples con nuestra condición a cambio.
Y los demás se lo quedaron mirando con la mayor indignación tanto como ansiedad. No era,
evidentemente, una condición que le estaba permitida para llegar a un acuerdo por todas
las normas y directrices de su organización.
Pero entonces, Elizabeth sospechó que él no tenía la intención de cumplir esto de todos
modos.
—Estoy escuchando —dijo Zoltán.
—Ordene a sus zombis que regresen a sus tumbas tan pronto como él esté muerto.
El estómago de Elizabeth se retorció. Todavía parecía terriblemente mal tolerar el uso de los
muertos de esta manera. Y sin embargo, para detener a Tom, necesitaban de todas las
ventajas que pudieran encontrar.
Tenían que ser pragmáticos. Pero estaba bien consciente que si Zoltán mataba a Thomas,
los cazadores lo estacarían seguidamente después. Nadie imaginaba que los vampiros
mercenarios esperarían en leal indignación.
Zoltán se encogió de hombros.
—Haré la parte de mis invocaciones. Tenemos compañía.
Cuatro hombres estaban paseando por la catedral desde varias direcciones, paso a paso
a través de los arcos y escalando un muro bajo y roto. No hablaban entre sí o con Zoltán,
se limitaron a asentir desde la distancia, y se quedaron parados alrededor, a la espera de
otro enemigo del vampiro cuya muerte ellos esperaban que los fortalecería. Ellos eran los
primeros vampiros nativos que Elizabeth era consciente de encontrar, y la vista de ellos, el
conocimiento de ellos, envió un extraño escalofrío por la espalda.
Elizabeth caminó un poco lejos de los demás y se sentó en un escalón de piedra, mirando
hacia la antigua torre de St. Rule a su izquierda. Mil años de edad, se alzaba hacia el cielo
nocturno como un símbolo rígido pero de gran poder de estabilidad. Recorrió todas
las magníficas paredes de piedra de la catedral en sí, observando la última de las luces
desvanecerse de sus ventanas superiores arqueadas, y moverse hacia la sencilla torre y el
arco roto enfrentándola. Era una imagen icónica para ella, y estaba condenada si la perdía.
Voy a ser fuerte. Directa o indirectamente, te mataré.
A lo lejos, podía escuchar los gritos fuertes de la risa y las voces gritando. Los niños locales
estaban “caracterizando,” vestidos como vampiros, demonios y brujas para cantar sus
canciones y contando sus chistes a cambio de dulces, pasteles y manzanas y lo que fuera a
cambio de que pudieran pedir. Y, por supuesto, los estudiantes estarían alrededor, de fiesta,
fastidiando a los niños que encontraran, tratando en vano de asustar a unos y otros, porque
en el corazón ninguno de ellos creía que era real.
Ella sabía más ahora.
Quitándose su mochila, sacó la bolsa llena de las estacas puntiagudas de madera que había
hecho durante el último par de semanas, y la espada afilada con tanta eficacia por Mihaela.
Se ató la bolsa alrededor de su cintura y pesó la espada en la mano, preparándose para
cometer un asesinato, de nuevo.
Konrad se sentó junto a ella, mirando los movimientos de la espada. Esperaba que él
hablara, para limpiar el aire antes de la batalla cuando dependían unos de otros para
sobrevivir. ¿De verdad estoy pensando así? Elizabeth Silk, académica mundana, que esquiva
la confrontación...
Después de unos momentos, dijo:
—Mi secreto no tenía la intención de hacerte daño. Fue para protegerte.
—No importa. Cualquiera que fuera la razón, yo exageré.
Ella bajó la espada y levantó la cabeza más alta hacia el aire frío, tratando de contemplar las
estrellas y limpiar el aire, sin emoción.
—Fue un momento difícil para mí. Me sentí traicionada por todos. Fue una estupidez, y no
debería haber salido así.
—No hay problema. Lo tenemos ahora.
Espero que sí. Espero en verdad que sí.
—Así que —dije, distrayéndome a mí misma—, ¿siempre supiste acerca de tu descendencia?
¿Es por eso que te convertiste en un cazador?
Él sonrió débilmente.
—Sí, supongo que sí. Mi madre siempre me dijo que yo era especial, aunque admito que en
mi adolescencia me rebelé y elegí creer que estaba loca. Hasta que fui testigo de un ataque
y fui capaz de hacer algo al respecto. A pesar de que había conocido antes a uno o dos
cazadores, esa fue mi verdadera presentación a ellos. He sido uno desde entonces. —Sintió
su mirada voltearse a ella—. Es algo que podrías considerar. Incluso a tiempo parcial.
—Yo, una cazadora de vampiros a tiempo parcial —murmuró ella—. Debería escribir un libro
en vez de una tesis, llámalo ficción. Sólo que sería rechazado como demasiado exagerado.
Ella se puso de pie, temblando, y trajo la chaqueta más cerca a su alrededor. ¿Podría
enfrentarse a más de esto? Encontró placer en que le pidieran unirse a ellos. La afilada estaca
escondida en la manga asomó mientras doblaba su brazo, y lo acomodaba de regreso en
una especie de forma práctica.
—Él está aquí —dijo Zoltán, y los nudos de tensión en el estómago de Elizabeth dieron un
giro inmediato y violento. No, esto no era para ella. Esta noche se trataba de deshacerse de
todas las cosas de vampiros, el cumplimiento de sus responsabilidades para eliminar el mal
que había desatado en el mundo. Y cuando esto terminara, cuando él estuviera muerto,
para bien, y ella estuviera libre de la agitada culpa, la vergüenza y la lujuria, nunca jamás
quería estar recordándolo de nuevo.
Zoltán estaba junto a ellos, explorando el cielo y las ruinas, tanto como ella lo hacía.
—Él está descubierto, dejándome saber, que ha venido para una pelea.
—Entonces vamos a darle una —argumentó Konrad detrás de él a los otros cazadores antes
de que también se pusiera de pie.
—Oh, lo haré. Y cuando muera, nuestra alianza muere con él.
—Quitó las palabras de mi boca —dijo Konrad.
Zoltán levantó los brazos abriéndolos, lo que obligó a Elizabeth a alejarse de su camino.
Empezó a encantar con palabras extrañas, ni húngaro ni latín, sin embargo, conteniendo
algo de cada uno, giró mientras les hablaba para abarcar toda la catedral y el cementerio
que lo rodeaba.
Oh, mierda...
Una mano se deslizó hacia ella y se agarró con fuerza. Mihaela.
Con gratitud, Elizabeth la apretó y luego la dejó ir con el fin de tener ambas manos libres
cuando comenzara el horror.
Pagado de sí mismo y ahora en silencio, Zoltán dejó caer los brazos a los costados. A lo lejos,
alguien gritó, y respondió una explosión de carcajada de muchas voces. El viento sacó el
cabello de la cara de Elizabeth. Las lápidas a su derecha parecían temblar en la oscuridad, la
tierra moviéndose y ondulando. Más adelante, debajo del aguilón de la torre oeste, algo se
movió bajo el arco, como la figura de un delgado espectro humano.
La familiar histeria se levantó, tratando de hacerla reír ante la ridícula imagen surgiendo
en su mente, la de los huesos sagrados de San Andrés cuidadosamente conservados en el
museo de la cripta de la catedral, un pedacito de hueso del dedo y la rodilla, un fragmento
del cráneo, lo que sea que fueran, levantándose y tratando de marchar a la orden de Zoltán.
Ella se puso seria. Esto era obsceno. Él no debería ser capaz de hacer esto, no en este lugar...
La parte de atrás de su cuello se erizó.
—Ya vienen —advirtió Konrad—. Pero ellos no vienen por nosotros. Manténganse firmes.
Ellos no son nuestro enemigo.
Un murciélago chilló, tan cerca que ella saltó y dio la vuelta, mirando en la dirección del
ruido. Algo se abalanzaba a través de la oscuridad de la parte superior de la torre de la
derecha, zambulléndose más y más bajo hasta que pareció convertirse en una enorme
sombra, la sombra rápidamente solidificada de un hombre con un largo abrigo de cuero
negro. Antes de que el abrigo abierto se asentara a su alrededor, ella vislumbró la forma de
una larga espada y sable en su muslo.
—Jesucristo —susurró Mihaela.
Thomas.
* * *
Toda una alianza, pensó Tom en su camino hacia abajo. Incluso podría ser algo para que
tomara en cuenta.
Aunque su movimiento repentino había perturbado a un murciélago cercano que gritó al
salir de la torre, sólo Zoltán recogió su presencia al principio, girando hacia él y forzando su
camino a través de los cazadores y otros vampiros para conseguir una mejor línea de visión.
Y Elizabeth, viéndose incongruentemente elegante y muy hermosa, con los ojos enormes en
su rostro pálido y frágil, lo miró fijamente mientras aterrizaba. La vista de ella, sosteniendo
una espada moderna enfrente, como si supiera qué hacer con esta, lo golpeó, girando a
través de él como el golpe perforante de una estaca, pero él no, no podía vacilar.
De todos los lados, los esclavos zombis de Zoltán marcharon adentrándose, cortando su
fuga por cualquier vía de escape. Esqueletos cubiertos de harapos, y cadáveres en varias
etapas de descomposición, con parásitos consumiéndolos.
A pesar de que estaba preparado para esto y había sabido que Zoltán invocaría el poder, lo
llenó de rabia que ella pudiera tolerar esta obscenidad por encima del resto.
Pero rompiendo a través de la línea de zombis, golpeando a uno de ellos a un lado hasta
que este cayó en una maraña de rotos y retorcidos huesos, se acercaba otro, una figura más
rápida, Bill, armado hasta los dientes.
Ignorando el reciente dolor, Tom flexionó los dedos. Sería más fácil en una batalla.
Pero Bill no se unió a sus reunidos y vigilantes enemigos. Vino directamente a él sin
ningún signo de amenaza o miedo y se paró en silencio a su lado.
—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó Tom, dejando la mayor parte de su atención
aún en los zombis y sobre Zoltán y sus secuaces.
—He venido a luchar a yu lado. Como siempre lo he hecho.
Él podía ocultar el calor repentino, el placer de tener un amigo parado junto a él, su querido hermano.
Incluso podía ocultar su perdón. La necedad, después de todo, no era traición.
—Si ellos no te matan, yo podría.
—Ya lo sé. Pero negociar con algún aliado es mejor que con ninguno. Estamos solos contra
muchos.
Tom sonrió y sacó su espada con un largo y satisfactorio chirrido.
—Nunca estarás solo en la víspera de Todos los Santos.
* * *
—Su perra está de vuelta —se burló Zoltán.
—¿Estás pensando en pelear con él o simplemente insultarlo? —soltó Konrad.
—Mi plan es dejar que mis zombis lo cansen primero.
—¿Qué harán ellos con él? —susurró Elizabeth, mirando al horror acercándose con una
mezcla de repugnancia, indignación y lástima. Uno tropezó con una piedra, cayó y se levantó
con parte de su brazo amputado. Apenas moviéndose hacia Thomas.
—Normalmente, comen la carne de los vivos —dijo Mihaela desapasionadamente—. O lo
intentan. En este caso, ya que Tom no está técnicamente vivo, me imagino que ellos
sólo lo sujetaran. Lo que pasa con el agarre de un zombi es, que una vez que tienen a uno
agarrado, no lo sueltan. Y si Zoltán los controla, ellos van a llevarse las extremidades y
órganos de Tom tan lejos, que él realmente estará muerto.
—Ellos me ponen los pelos de punta —dijo el cazador Inglés—. Gracias a Dios que no vienen
por nosotros...
—¿Estamos seguros de eso? —susurró Elizabeth.
—Oh sí. Los zombies sólo pueden seguir una orden a la vez, y definitivamente están tras
Thomas.
—¡Ouch! —Konrad exclamó sin advertencia—. ¿Qué mier...?
Él pateó una pierna en el aire, sacudiéndola, y algo cayó de ella, una pequeña figura que
rebotó y sonrió. No tenía más de un pie de alto, pero un montón de dientes.
—¡Me mordió! —Konrad dijo con incredulidad.
—Demonios —dijo el cazador escocés con temor—. ¿Eso es un duende?
Antes que alguien pudiera responder, algo pasó rápidamente a través del aire hacia ellos,
endeble pero lanzando fuego de su enorme boca.
Alguien gritó en el oído de Elizabeth. Podría haber sido Elizabeth.
—¡Defiéndanse! —rugió Konrad—. ¡Maten cualquier cosa que no reconozcan
inmediatamente como a un amigo!
—¿Qué mierda está pasando? —István demandó, dándole un manotazo a algún tenue
espíritu.
—¡Thomas! ¡La única noche del año cuando todas las criaturas sobrenaturales tienen acceso
a este mundo, y él está usándolas! ¡Están de su lado!
Algo, quizás otro duende, voló al rostro de Elizabeth. De puro instinto, elevó su puño, y la
cosa cayó como una piedra. Podría haber jurado que gruñó antes de que un enjambre de
otros los envolvieran, y tuvo que tironear de la espada, sacar la estaca de su manga, y usar
toda su velocidad y sus recientemente aprendidas habilidades para sobrevivir a las feroces
criaturas que parecían determinadas a aterrorizar a la vez que matar.
Era una rara pelea contra seres imposibles, muchos de los cuales sólo desaparecían cuando
las golpeabas o apuñalabas. ¿Cómo matabas cabezas incorpóreas y volutas de humo y
aire? Algunos sólo rugieron en su rostro; otros quemaron, arañaron o mordieron. Mientras
peleaba contra ellos, estaba consciente de Tom y Bill abriendo camino a hachazos
entre la armada de zombies que se acercaba, acercándose inexorablemente. Y aún en el
medio de la carnicería ella se encontró a sí misma admirando la manera en que Tom se
movía, seguro y elegante y brutal. Estoy totalmente trastornada...
Con cada minuto, las criaturas rodeándolos parecían crecer en fuerza como también en
tamaño, mientras otros aparecían detrás de Bill y Tom. La catedral entera estaba
llena de zombies, vampiros, duendes, demonios alados, fantasmas... ¿Seguramente estos
realmente eran los fantasmas de los monjes cargando contra ellos ahora? Monjes peleadores
con espadas insustanciales convirtiéndose más sólidas con cada segundo...
—¡Rápidamente! —Mihaela exclamó con furia—. Tenemos que hacerlo rápidamente,
¿recuerdan?
Era demasiado tarde para eso. El elemento de la sorpresa lo tenía él. Con un aullido, Zoltán
saltó alto en el aire, atravesando un duende mientras se levantaba con la espada que
sostenía en su mano izquierda. En la derecha estaba la estaca que pretendía hundir en el
corazón de Tom.
—¡Ataquen! —gritó, y los vampiros escoceses corrieron o saltaron detrás de él. Uniéndose a
la marea que empujaba hacia adelante, los cazadores formaron la oleada con ellos. Uno de
los vampiros escoceses corrió más rápido, arrojándose hacia Thomas. En un movimiento
borroso, el vampiro atacante voló hacia atrás por el aire, aterrizando en el suelo con el cuello
claramente roto. Él bramó de dolor, y luego yació quieto. Una estaca sobresalía de su corazón.
Mientras el vampiro se volvía polvo, Zoltán levantó la estaca y corrió hacia Tom.
Pero Bill lo rechazó, y luego Elizabeth estaba perdida en su propia batalla, peleando su
camino a través de una nube de criaturas y bizarros, solidificados fantasmas esgrimiendo
palos de golf, para llegar a Thomas. En algún nivel, ella apreciaba poder pelear casi sin
pensar, pateando, girando, dando puñetazos, acuchillando, sus movimientos instintivos y
seguros. Recibió golpes, pero ellos no se contuvieron. En la novedad de este caos y horror,
su reciente entrenamiento se volvió parte de ella.
* * *
Para Tom, no había tregua. Aunque nunca dudó de su habilidad para ganar, especialmente
desde que Bill se le había unido, había esperado unos pocos momentos de paz, un
intervalo, sin importar cuán corto, cuando pudiera enviar los zombies de vuelta. Pero no
hubo nunca un instante desde la apertura de la pela cuando él o Bill no estuvieran
acosados por zombies o vampiros o cazadores—o cualquier combinación. Y ahora todos
atacaban a la vez.
Él podría haber cometido un error. Quizás hubiera debido enviarlos de vuelta tan pronto
como habían sido convocados, pero eso le hubiera quitado el impacto, la oportunidad de
mostrarle a sus enemigos con quién estaban tratando—y de crear otra leyenda.
Entonces, abruptamente, otra presencia entró en sus sentidos ocupados—detrás de él.
“Hazlo” dijo Maximilian, con más ira de lo que había dicho cualquier cosa en su previo
encuentro. “Hazlo ahora.”
Tom sonrió, se movió de la pelea, permitiéndole a Maximilian entrar elegantemente en
su lugar.
* * *
Habiendo “matado” o desarmado a los golfistas muertos hace tiempo, Elizabeth intentó
recuperar su respiración mientras registraba el área buscando a Tom. Para su sorpresa,
él se había alejado de la pelea. Otro vampiro peleaba lado a lado con Bill, trabajando
para dividir a los cazadores, mientras Tom estaba perfectamente quieto, el viento sólo
moviendo el borde de su abrigo y volando un mechón de cabello sobre su mejilla mientras
arrojaba su cabeza hacia atrás y comenzaba a hablar.
Sus extrañas, incomprensibles palabras hicieron eco en los muros de la catedral, rebotando
en sus oídos, helándola cuando algo como asombro se elevaba para ahogarla. Él sonaba no
sólo sepulcral sino omnipotente, como ella había imaginado que Dios sonaría cuando era
una niña —como su padre, sólo que mucho más fuerte. El sonido alcanzó cada nervio de su
cuerpo, llenándola.
Entonces se dio cuenta que los zombies ya no pisoteaban a sus compañeros caídos. Sus
movimientos se aceleraron hasta que no se podían distinguir. Corriendo hacia adelante
o hacia atrás, todos se movían hacia afuera de la pelea como una explosión, saliendo de
la catedral en una ráfaga. Los huesos caídos se elevaron en el aire y se fueron con ellos,
haciendo un fuerte sonido a través del aire de la noche y desapareciendo dentro de la tierra
que temblaba.
—Hemos perdido a los zombies —gritó Konrad.
—No sabía que él podría hacer eso —Zoltán gritó frustrado—. ¡No sabía que nadie podía
hacer eso!
Thomas rió. El sonido heló a Elizabeth hasta los huesos, llenándola con angustia a la vez
que furia.
—¡Ignoren a todo lo demás! —exclamó—. ¡Inclusive a Bill! ¡Arrójenle todo a él!
Él no se contuvo más, corriendo hacia la pelea con una velocidad que nadie esperaba
después de su reciente inactividad física. Un vampiro escocés explotó en una nube de
polvo. Tom aferró a otro mientras batallaba a través de la nube de espíritus y duendes y
criaturas aladas con dientes afilados para llegar a él.
István y Mihaela estaban peleando con Bill, intentando en vano separarse para poder
cumplir con la principal misión de matar a Tom. Protegiendo al Antiguo, Bill los
mantuvo ocupados, pero eso aún dejaba a Zoltán, cuatro cazadores y Elizabeth para rodear
a Thomas.
Otro vampiro se desintegró. Zoltán y Tom se movieron en círculos en una serie de
golpes, patadas y vaivenes borrosos como Matrix vuelto loco. Konrad y el cazador inglés
corrieron a la espalda de Tom.
Casi está terminado...
La emoción precipitada terminó tan pronto como Konrad voló a través del suelo, derribado
por el talón de Tom. Zoltán saltó hacia adelante. El cazador ingles golpeó hacia abajo
con su estaca elevada y cayó como piedra por otra inesperada espada.
Tom se dio vuelta rápidamente, derribando a Zoltán a la vez que se volvía para enfrentar
a su rescatador —el alto vampiro que Elizabeth había visto por primera vez antes que los
zombies desaparecieran.
—Maximilian —Konrad graznó desde el suelo, levantándose.
Maximilian. ¿Cómo demonios había pasado eso? No sólo no estaba con Zoltán, sino que
estaba con Tom, a quien previamente había traicionado y estaqueado. ¿Qué era esto?
¿Retribución? Lo que fuera, ella tenía un mal, mal presentimiento...
Por un instante, como si todos los demás también se hubieran quedado en shock, el cuadro
se mantuvo sin cambios, con Zoltán, a medio parar, mirando hacia arriba a los dos vampiros.
Luego, Tom inclinó su cabeza.
—No lo menciones —dijo Maximilian, y estaco al último vampiro escocés casi informalmente
antes de volverse y alejarse.
—¡Bastardo! —gritó Zoltán, tambaleándose hasta ponerse de pie, y Tom rió, un gran,
retumbante sonido que lo siguió mientras parecía volar a través del aire hacia Zoltán.
Elizabeth tomó una nueva estaca de su bolsa. Ella y Konrad cargaron hacia adelante hacia
Tom, pero los dos vampiros se balanceaban juntos como si estuvieran trabados en un
abrazo.
La cabeza de Tom descendió súbitamente. Elizabeth estaba lo suficientemente cerca
para ver las manos de Zoltán apretando la garganta de Tom antes de que se abrieran
de un repentino salto como una trampa. Y Zoltán, líder de los vampiros húngaros, se volvió
polvo.
Thomas sonrió, rojo chorreando de sus colmillos, y con sus manos liberadas, intentó
alcanzar a Konrad.
—¡No! —gritó Elizabeth, dejando caer su espada con un sonido metálico. ¡Oh Dios, no!
Finalmente lo suficientemente cerca, ella sumergió la estaca, apuntando al medio de la
espalda de Tom. Él se movió, desviando el golpe a su codo, pero apenas si aflojó su
asidero mientras bebía la sangre de Konrad. Con un rugido de furia, Elizabeth se arrojó a su
espalda cubierta de cuero, aferrándose allí mientras golpeaba la estaca entre sus hombros,
rompiendo la protectora capa de cuero de su chaqueta, sin embargo nunca pareciendo
penetrar su piel.
Por supuesto, necesitaba ayuda. Había tomado tres vampiros y tres humanos para empujar
la estaca trescientos años atrás. Sola, no podía lograr más que una mera molestia. Pero al
menos había logrado que, con un improperio murmurado entre dientes, él dejara caer a
Konrad y se diera vuelta en sus talones para sacársela de encima.
Ella cayó al suelo. Konrad yacía a su lado. Furia y angustia como nunca había conocido la
impulsaron nuevamente a sus pies. Pero Tom se alejaba rápidamente de ella, hacia
donde Mihaela e István todavía peleaban con Bill. Los restantes vampiros cazadores
ingleses se replegaron, corriendo hacia Konrad. Elizabeth corrió tras Tom, gritando a los
otros para que la siguieran. Había una chance más. Si sólo pudiera estacarlo desde el frente,
donde la chaqueta de cuero no interferiría, si conseguía un buen ángulo y usaba cada onza
de fuerza que tenía, si los otros vinieran y agregaran su peso al de ella...
Pero sólo habría una sola oportunidad; de eso estaba segura.
—¡Retrocedan! —Mihaela gritó a través de sus ruegos—. ¡Sólo váyanse, salgan de aquí!
¡Elizabeth… corre! ¡Ya terminamos aquí!
—¡Yo no! —habló demasiado quedo para que alguien excepto Tom pudiera oírla. Ella
aferró su brazo, tirando con la suficiente fuerza para hacer girar a muchos hombres crecidos
para enfrentarla. Tom eligió dejarla, volviéndose hacia ella con un gruñido que expuso
sus colmillos en la luz de la luna.
Por un instante, la pura furia de él la mantuvo cautiva. El tiempo pareció detenerse, como un
video en pausa. Ella lo había visto burlándose. Lo había visto matar más informalmente de
lo que la mayoría de la gente rompía nueces. Pero la ira era nueva para ella, y la sorprendió
porque igualaba la suya.
Los cazadores, obviamente asumiendo que ella estaba con ellos, corrieron en un agitado
desorden hacia la ruta, llevando a los postrados ingleses y a Konrad con ellos. Bill
se quedó quieto, mirando hacia Tom y ella, y luego se volvió y caminó detrás de los
cazadores. Aun los demonios y duendes parecían saber que la pelea había terminado,
porque estaban desapareciendo en la distancia, disolviéndose y desapareciendo en el aire
alrededor de ella. No les prestó atención.
—Lo mataste —bramó, las palabras derramándose con toda su culpa y angustia—. Mataste
a Konrad...
—Desearía haberlo hecho. Estabas molestándome, como un mosquito.
A pesar de todo, un pequeño rayo de luz peleó su camino entre su furia. Gente y vampiros
habían muerto, la noche estaba perdida, pero si Konrad vivía, entonces todavía había
esperanza. De la nada ella recordó el tomo polvoriento de la biblioteca de los cazadores,
Despertando a los Antiguos, y su medieval predecesor que había creído que tenía el poder
para matar a un Antiguo sin ayuda alguna. No lo había logrado, y aun así... ¿qué si tenía
razón? ¿Qué tal si no era su poder sino su ejecución lo que había fallado?
Su corazón latiendo rápido con nuevo entusiasmo, nueva posibilidad, Elizabeth enfrentó al
Antiguo sin cuero entre ellos ahora—su chaqueta estaba abierta en el frente— y una aguda
estaca en su mano derecha. Ella podía hacer esto.
Las manos de él se cerraron alrededor de su garganta con aterradora fuerza. Ella tenía
una oportunidad antes que él cargara a la velocidad de la luz y perforara su vena con sus
colmillos. No habría peso agregado para empujar la estaca completamente dentro de su
corazón. Pero ella era la Despertadora; la sangre de Tsigana fluía en sus venas; y ella creía. Un
golpe seguro y su convicción, su puro odio, harían el resto. Y él sabría por qué.
Acusaciones pelearon por supremacía, por encontrar una voz que equiparara su furia,
porque no podía hacerlo quedamente, o dejarlo a él hacerlo.
—¡Me traicionaste! —gritó. Mierda, ¡no esa! Malvado, chupasangre bastardo destruyendo el
mundo por venganza, ese es el que tú quieres...
Los labios de él se curvaron con feroz desprecio mientras la tironeaba más cerca de sí. Sus
dedos listos para romper su cuello, ya fuera antes o después de beber de ella.
—Me traicionaste.
Una oportunidad. Ella llamó el poder y lo sintió reunirse y concentrarse como un arroyo
precipitado hacia un balde. Casi eufórica, llevó su brazo hacia atrás y empujó la estaca con
toda su fuerza, odio y creencia.
Inclusive miró dentro de sus fríos, violentos ojos que eran el espejo de su malvada alma.
Ella se estaba moviendo demasiado rápido para pensar, y aun así abruptamente no estaba
peleando con él sino con la memoria de esos ojos encendidos con risa y pasión, con
profundidades que nunca había ni hubiera sondeado.
Ella gritó en perdida y furia—un sonido de total desolación que retumbó entre las ruinas—
aún cuando su puño se abrió, y dejó caer la estaca inofensivamente al sueño.
—¡Te odio!
Los ojos de él se estrecharon, luego se agrandaron, nunca dejando su rostro. Sus dedos se
movieron en su garganta, aunque si era amenaza o caricia, era imposible decir.
—Te odio.
—Bastardo. —Lágrimas corrían por su rostro, se elevaron por su garganta para ahogarla.
Porque todo ese odio aparente —confundido por inconveniente lujuria, todo ese agitado
miedo, y todas esas otras emociones innombrables que la abrumaban—se habían resuelto
en una terrible, no deseada verdad. Se estaba ahogando en ella. Y aun así no se podía dejar
ir lentamente.
—Dormí contigo para salvar mi vida —ella jadeó—. ¡Lo hice! —Cerró los ojos apretándolos,
como si eso fuera a esconder las lágrimas o su agonía—. Al principio. En parte, tal vez. Pero
Dios me ayude, siempre te quise, y tú me hiciste ver... me diste... tú me hiciste...
Ella abrió sus ojos de un tirón, desesperada por hacerlo entender los sentimientos que la
despedazaban; sin embargo necesitaba decirlo, sólo una vez. Los dedos de él descansaban
quietos en su garganta. La miró, sus ojos oscuros grandes y llameando, el ceño fruncido
cerniéndose entre lo que podría haber denotado disgusto o triunfo, pero lucía casi…
temeroso, como si realmente tuviera miedo de lo que ella pudiera decir después—o de lo
que pudiera no decir.
Con otro jadeo, ella se arrojó contra él, tomando su rostro entre sus manos, y se estiró entre
sus de repente pasivos dedos para presionar su boca contra la de él.
—Te amo —ella murmuró entre cortadamente contra sus quietos, sorprendidos labios—. Te
amo.
Y luego los dedos de él no estuvieron pasivos. Estaban por todo su cuello, y su otra mano se
estaba enredando con su cabello, sosteniendo su cabeza firme contra el ataque de su boca.
Ella tropezó hacia atrás bajo la fuerza de su beso, pero él la siguió, arrastrándola cerca en sus
brazos mientras la pasión llameaba. Ropas y cuerpos se fundieron, se movieron mientras
se besaban, como si bailaran, hasta que ella sintió el frío de las piedras contra su espalda y
abrió sus ojos.
Estaba de pie bajo el arco entre las torres del techo este, que se destacaba, en contraste y
hermoso contra el cielo iluminado por la luz de la luna. En la distancia, estudiantes estaban
cantando alguna dudosa canción; un grito fue seguido por una explosión de risa infantil; y
unos pasos apurados corrían por la calle fuera de la oscuridad de los terrenos de la catedral.
La vida continuaba como si nada de esto hubiera pasado jamás...
—Me amas —murmuró él. Su cabeza se elevó. Sus ojos todavía estaban salvajes, todavía
furiosos, sin embargo la violencia en ellos se había alterado con las intenciones de su cuerpo.
Él había estado preparado para matarla…de nuevo. Pero todavía la quería—. Me amas.
Ella intentó hablar, explicar cuán imposible era y cómo no hacía ninguna diferencia, pero él
la silenció con la fuerza de su boca, raspando sus colmillos por su lengua y labios.
—Hay un tiempo para palabras y un tiempo para el silencio. Tú me amas, así que ámame
aquí.
Como la había presionado contra la piedra, el significado de las manos de él moviéndose
hacia arriba por sus muslos y bajo su falda era obvio. Ella hubiera debido estar consternada,
y sin embargo todo en ella saltó para cumplir su orden—todo excepto su voz, que parecía
aferrarse sola a la cordura.
—No puedo. No aquí, nunca. Se rompe el corazón. Se rompe, Tom. Thomas... —
murmuró mientras él la besaba de nuevo, devastándola. No había una seducción planeada
en sus acciones esta vez. Eran espontáneas, como su beso, y eso era totalmente intoxicante.
Su bolsa llena de estacas sin usar cayó al suelo.
—Piensas demasiado —dijo él entre besos, buscando entre sus cuerpos por el cierre de sus
pantalones—. Vive por el momento.
—¿Y luego cómo vivo el resto de mi vida?
Él hizo una pausa, mirando profundamente en sus ojos. Ella deslizó sus manos por su rostro
hasta su boca, acariciando sus labios con las puntas de sus dedos.
—Tom... Tom..
—No hay vida sin amor.
—Entonces estoy muerta —ella murmuró.
—No. Esta noche es un regalo, tan inesperado como dulce. Tómalo, y vive.
—¿Y mañana? —Con angustia y alegría, ella estaba devolviendo sus besos, porque no podía
hacer nada más.
—Mañana me iré, si tú me dejas.
Ella jadeó cuando él apartó la ropa interior de ella y su desnuda erección se deslizó entre
sus muslos, infaliblemente encontrando su camino hacia su entrada donde se detuvo.
Imposibles decisiones, imposibles emociones. Furia se elevó dentro de ella una vez más.
Casi con frustración, se empaló en él.
Su grito se perdió en el gemido de él. No había tiempo para ajustarse al tamaño o la urgencia
de él profundamente dentro de ella, expandiéndola. Él ya se estaba moviendo, arremetiendo,
empujándola fuerte contra el muro. Se aferró a él, desesperada, mientras todo en ella le
daba la bienvenida. Después de los primeros momentos de sorpresa, lo encontró a mitad de
camino, al menos tan urgente como él, retorciéndose, contorsionándose, estirándose con
salvaje determinación hacia la satisfacción que ella había deseado desde Budapest.
—¿Beberás mi sangre? —ella jadeó.
—Si quieres.
—¿Me matarás?
—Nunca te mataría.
—Thomas —ella se ahogó.
—Tómalo —dijo él ásperamente—. Tómalo. —Y con un empuje más ella lo hizo, girando con él hacia la
oscuridad, donde la alegría ya no parecía malvada, y sólo los sentidos importaban.