estaba matando.
Con un alarido, tanto para infundirse estímulo como miedo, se arrancó a si misma para liberarse,
cayendo del sarcófago en un montón en el piso, arrastrándose hacia atrás, lejos de lo que la había
atacado.
Ella supo, siempre lo había sabido, que venía del sarcófago mismo, y aún la vista de la
escultura levantándose de la tabla en una nube de polvo suscitó un ruido largo y bajo que ella
no pudo evitar. Su cuello palpitaba en agonía; se sentía resbaladizo con su propia sangre,
bajo sus inquisitivos y temblorosos dedos. Su corazón martillaba con la fuerza de una grúa,
mientras esa cosa se sacudía a si misma y emergía del polvo dispersado, hacia ella.
No era una hermosa escultura de piedra, si no un hombre hermoso y aterrador,
corazón batiente tridimensional mientras tiraba de la espada rota en su pecho y la lanzaba al suelo.
Un sonido pareció sisear de entre sus dientes. Podría haber sido dolor, pero ahora mismo,
a ella no le importaba. En el foco de su caída linterna titilante, la contemplaba desde unos ojos
ardientes, marrones tentadores como un caramelo.
Su manto, ahora manchado con negro, caía a su alrededor en pliegues rígidos,
repletos de polvo mientras caminaba hacia delante con pasos lentos, deliberados.
Debajo de él, su ropa estaba rasgada en el pecho, pero no había sangre
que saliera de la herida de la espada. Sus pálidos labios se abrieron.—Niña tonta. —
La voz profunda, casi sepulcral vibró por todo su cuerpo—. Esa no es manera
de romper una relación como la nuestra.
Se arrastró hacia atrás en un intento inútil por escapar del horror, pero inexorablemente,
él siguió acercándose.
—¿Lo es? —dijo él, inclinándose para tomar su mano adormecida y arrastrarla a sus pies.
Ella tropezó y, horrorizada por la fuerza de sus dedos fríos y flexibles, los que no se sentían
como piedra en absoluto, sacudió su mano para liberarla.
Incluso entonces, sospechó que no la dejaría ir.
—¿Lo es qué? —demandó. Dios sabía que a ella no le importaba, pero algún instinto siempre la hacía
luchar en las situaciones equivocadas. Apenas sabía lo que estaba diciendo.
—¿Si es sensible separarse así de mi? —dijo con paciencia exagerada—. Mira lo que le has hecho a tu garganta.
Extendió una mano larga y pálida hacia el costado de su cuello; ella se estremeció,
tambaleándose fuera de su alcance. Incluso en la tenue luz, ella podía ver partículas de
polvo brillando en su piel, aferrándose a los pliegues de sus nudillos.
—¿Qué yo hice? —chilló con humillación—. No mordí mi propia garganta como un…como… —La situación era completamente imposible estaba colapsando sobre ella,
enterrándola en una ciénaga de espantosa confusión y preguntas.
Sus ojos brillaron.
—¿Cómo un vampiro? —se burló, yendo tras ella. No había ningún lugar hacia donde ir más que hacia atrás,
hasta que la pared se enterró en sus omóplatos y nalgas, y todavía él seguía acercándose.
Alto y de hombros anchos como lo era, su gran tamaño la amenazaba.
La mayor parte de su hermoso rostro permanecía en las sombras, ocultando cualquier expresión.
Sólo podía distinguir sus ojos, más oscuros que la oscuridad circundante,
pero brillando con un hambre profunda y salvaje que dolía mirar.
Levantó su mano una vez más a la herida de su garganta. Su dedo era frío,
pero aún así parecía quemarle la piel. Jadeó, temblando, y cuando él agachó
su cabeza otra vez, mirando su herida sangrante, ella empezó a luchar,
estrellando sus puños contra su pecho, empujando inútilmente contra sus hombros.
Olía a tierra y piedra fría, y no daba ninguna sensación de calor humano.
Entonces, ¿por qué su cuerpo comenzaba a debilitar su resistencia?
Sus puños, su lucha, no hacían mella en él.
Siguió bajando la cabeza a su cuello herido.
Al menos ella ya no podría ver esos horribles ojos…
Ante el primer toque de sus labios, se rindió; no podía hacer nada contra él,
y alguna parte oscura y perversa de ella le recordó la emoción agonizante y única de su primer mordida.
Pero no la mordió. Rodeó la herida con sus labios y lamió una vez.
Ella se estremeció,
indefensa en las garras del miedo y algo que ella no podía—o quería—nombrar. Después, él levantó su cabeza, y ella lo miró fijamente, sin palabras,
porque el dolor había desaparecido.
El hambre no había dejado sus ojos, pero en el rayo de luz de su linterna, pensó que se
superponía la burla. El bastardo se estaba riendo de ella.
—Estoy guardando el resto para más tarde —le explicó él.
Sus ojos se agrandaron. ¿La estaba dejando vivir después de todo? Al menos por otro minuto.
—¿M…más tarde? —tartamudeó.
Sus dedos pasaron por su garganta, mariposas ligeras, haciéndola jadear.
—Más tarde. Tu sangre es fuerte y embriagadora. Me estoy tomando tiempo para absorberlo.
—Se inclinó más cerca de ella, inhalando, casi sorbiendo el aire alrededor de su cabeza y garganta.
La piel de su rostro parecía tan suave, ella tuvo la demente urgencia de alcanzarlo y tocarlo.
Sus labios esculpidos se movieron ligeramente, como si una sonrisa casi bailara a través de ellos,
sin formarse completamente antes que se perdiera.
—Interesante —observó, y su voz fue diferente ahora, tranquila, casi susurrando, con un toque de ronquera—. Tengo que agradecerte por despertarme… ¿Cuál es tu nombre?
Ella tragó.
—Elizabeth. Elizabeth Silk.
La casi sonrisa tiró de sus labios y desapreció.
La mejilla de él rozó la suya, apenas tocando; sin embargo su estómago pareció desplomarse.
—Silk. Cuan apropiado —murmuró—. Como tu cabello…y tu piel, tan suave y cálida…
Sus dedos acariciaron su rostro, después se deslizó hacia abajo pasando por su barbilla a
su garganta, y ella jadeó, revolviéndose por el pánico.
Pero el movimiento solamente la puso en contacto con su cuerpo.
Era duro y sólido, y seguramente esa cresta dura contra su estómago era su erección…
¿Los vampiros tenían erecciones? ¿A menos que esa parte de él todavía estuviera hecha de piedra?
¡Oh Jesucristo y mierda!
Ella se encogió, presionando su espalda en la pared una vez más. Conmocionada, podía
sentir humedad entre sus piernas. Es sólo temor, no lujuria; no puede serlo…
—Y eres inglesa —dijo, cambiando ese idioma sin advertencia.
—Escocesa —contestó automáticamente. ¿Qué demonios importa eso?
Inclinó su cabeza, claramente molestándola. Su cuerpo tocaba el de ella en el pecho y las caderas,
endureciendo sus pezones en picos doloridos. Quizás, él los sentía, porque dijo:
—¿Sabes cuánto ha pasado desde que he tenido una comida o una mujer?
Su estómago pareció derretirse en su vientre. Sudor empezó a surgir sobre sus palmas y
estaba empezando a filtrarse entre sus pechos. Pero de alguna manera se las arregló para hacer
los cálculos.
—¿Trescientos doce años?
Su mirada cayó a sus labios.
—No preguntes. Después del primer par de siglos, esas décadas simplemente pasaron
volando. —Levantó su mano de su cuello, trazando un afilado dedo su labio inferior. Ella tuvo miedo de moverse.
—¿Realmente? —Consiguió decir.
—No. Pero me dejaron estimular en algunos apetitos embriagadores.
—¿Para qué? —Sonó más suspicaz que aterrada. ¿Eso era bueno? Tal vez. La casi sonrisa
reapareció y se desvaneció mientras su rostro se inclinaba más cerca de ella.
—Para la cena —respondió—. Y los escarceos.
Su dedo se deslizó a la esquina de sus labios, empujando suavemente hasta que ella jadeó,
y cuando su boca se abrió, él la tomó con la de él.
El calor la consumía, ahogándola en alguna especie de debilidad extraña y bienvenida.
Sus labios fríos se movieron sobre los suyos, probando, partiéndolos.
Él debería haber sabido a polvo, muerte y corrupción.
Por lo menos, él no había cepillado sus dientes 312 años; a pesar de eso lo que ella inhalaba por el pánico
era algo abrumadoramente seductor, una dulzura terrosa, poderosa y masculina, y,
que Dios la ayudara, lo quería. Quería dar ella misma su boca, sentir su beso profundo
y dominante mientras él presionaba ese grande y duro cuerpo dentro de ella.
Quería empujarse a si misma contra la dureza empujando su abdomen.
Lo quería entre sus piernas, empujando dentro de ella, porque nunca había conocido
un beso tan excitante como este, y el sexo sería tan… ¡Oh Dios!
Temblando, se forzó a si misma a estar quieta, orando porque no le haya dado nada de su depravación.
Sus labios la liberaron, y ella miró fijamente en su rostro sombrío, convocando ira para esconder
las emociones insospechadas que la asustaban casi más de lo que lo hacía él.
Pero aunque empujó su hombro duro en un esfuerzo por empujarlo,
él permaneció inamovible en su camino.
—Sabes lo bastante bien para comerte —dijo con voz ronca. Su mano recorrió desde su mejilla a su garganta y pecho,
donde permaneció, extendiendo un fuego que no podía controlar.
Humedad fresca se juntaba en sus bragas.
Una vez más, tuvo que luchar para no apoyarse en esa mano—parecía decidido a tomarle el pelo que liberarla.
Pero debió haber sentido su pezón endurecido asomando a través de su top,
por su mirada siguió su mano mientras su dedo trazaba un círculo alrededor de su aureola—. Y debajo de estas ropas tan extrañas, tu voluptuoso cuerpo clama por ser jodido.
Puedes hacerte cargo de mis dos necesidades más inmediatas.
Ella cerró sus ojos, como si pudiera eliminar la tentación tanto como el terror.
En una extraña, estrangulada voz, dijo:
—¿Qué hay de malo con las ropas? —Sin nada más, debería distraerlo. Tenía que pensar en alejarse de él, no acerca de meterse
en sus pantalones.
Su mano rozó la curva de su cadera.
—Pantalones de trabajo —dijo con desprecio, arrastrando la caricia hacia arriba hasta
donde su mano descansaba justo debajo de su pecho—. Y corpiños de prostituta. ¿Eres una prostituta, Elizabeth Silk de Escocia?
—¡No!—Sin embargo mi lenguaje vulgar no te ofende.
Eres una mezcla intrigante. Y ya que me has despertado, ¿te gustaría que te despertara?
Lo pasó empujándolo, esperando engañarlo por el acto de una mujer ofendida—lo que, de hecho, no era todo actuación por alguna razón que ella no comprendía lo suficiente.
La dejó ir tres pasos, cuatro. Su corazón latiendo con fuerza,
calculó que si conseguía dos pasos más, podría saltar la roca, saltando fuera de así,
y sujetando el costado del agujero para levantarse a si misma hacia el aire abierto.
Él podía seguirla, por supuesto, pero si lo lograba hasta el auto…
Un paso más. Podía sentir sus ojos perforando la parte posterior de su cabeza.
Tenía unos ojos tan malditamente espeluznantes—poderosos, extraños, opacos, y aún así tan profundos que uno podría ahogarse en ellos.
Y hambrientos… No pienses en ellos, ni siquiera imagines lo que podría hacer…
Otro paso. Tomó aliento—y súbitamente estaba frente a ella.
Gritó pero no tuvo tiempo de correr, porque él la agarró de las caderas y la atrajo hacia él.
Al mismo tiempo, giró sus propias caderas lo suficiente para volver a hacerla morder un quejido
de súbita, feroz lujuria mientras la cresta vestida se deslizaba contra su pubis.
—No finjas —susurró—. Puedo oler tu excitación a veinte pasos.
Prostituta o virgen, eres mía.
Bajó su cabeza, y aunque ella se tensó lejos de él, enterró su cara en su cuello
. Ella agarró sus hombros anchos a través de la capa polvorienta de terciopelo y
trató en vano de empujarlo.
Sus labios se deslizaron sobre su piel, encontrando el sensitivo lugar de la herida previa de su cuello,
que no dolía más sino que hormigueaba con traidora bienvenida,
aún cuando sus dientes rozaron contra ella.
—Es dulce satisfacer ambas lujurias juntas… —Las palabras vibraron contra su cuello,
disparando directamente a su núcleo—. Para cada uno de nosotros. —Chupó la piel de su garganta en su boca, y no pudo permanecer quieta,
en su lugar tiró su cabeza hacia atrás.
Una de sus manos se enredó en el cabello de ella, sosteniendo su cabeza.
La inclinó hacia atrás para que sus partes inferiores se presionaran juntas.
Su rodilla empujó para abrir sus piernas, y la columna de su erección encontró la ternura
caliente entre sus piernas.
Agarrando sus hombros, dejó escapar un quejido que era medio sollozo. Sus dientes
provocaron su cuello, su lengua pasaba en cortas, sensuales lamidas.
Toda su boca parecía moverse sobre su piel, seduciéndola no sólo para someterla si no para cegarla
a una necesidad desesperada.
Quería sentir sus dientes morder su carne, conocer nuevamente el extraño placer helado
mientras drenaba su sangre en su boca, en su propio cuerpo.
Y si estaba dentro de ella al mismo tiempo, dándole un dulce y urgente sexo…
¿Cómo puedo siquiera pensar que quiero eso? Es él, alguna oscura, perversa magia…
Pero, ¿realmente era tan malo ceder? ¿Conocer esta perversa emoción solamente una vez?
Su mano recorrió la curva de su trasero, acercándola más a él, y se sentía tan bien, tan
impresionante…
No debería sentirse así. ¡No soy esta persona!
—¡No! —gritó.
Los dedos de ella estaban agarrando sus hombros con tanta fuerza que dolían.
Se obligó a aflojarlos. Sus labios persistieron en su cuello,
luego liberó su piel con una última incitadora lamida.
—¿No? —Levantó su cabeza, contemplándola con burla abierta—. Te gusta negarte a ti misma. Tal vez tengas razón. El placer a menudo aumenta por la postergación.
—Estás lleno de mierda —dijo de manera inestable. No quiso decir eso; las palabras
simplemente salieron.
Sus ojos se agrandaron, dándole al menos la satisfacción de haberlo tomado por sorpresa.
La miró fijamente por unos cuantos segundos, mientras ella se preguntaba con desesperación si
era enojo, incomprensión, o simplemente lujuria hirviente en sus ojos oscuros y amenazantes.
Ninguno de esos, parecía.El “vampiro” echó la cabeza hacia atrás y se rió.
Al mismo tiempo, la liberó, y ella se apartó de él, escuchando su propia respiración
desigual raspar su garganta.
Suspiro.
—Oh, decididamente, nos encontremos otra vez —prometió. Sus ojos brillaron mientras la contemplaba haciendo su retirada.
—No, malditamente no lo haremos.
—Tengo fé, mi pequeño cardo.
Aturdida, finalmente comprendió que la estaba dejando irse.
Se dio la vuelta, tropezando, entonces casi tiene un traspié sobre su bolsa antes de agarrarla
y correr sobre piernas temblorosas a la roca.
Era torpe, pero al menos el miedo le prestaba su fuerza, sólo tuvo que dar un salto para agarrar
el terreno de encima y escarbar, saltar, y sacarse a si misma a través del hueco entrando en
el bendito aire fresco de encima.
Aunque no había luz aquí, el cielo aterciopelado estaba claro, luminoso con la bienvenida
y hermosa luz de las estrellas descendiendo que quiso llorar.
En vez de eso, se tambaleó sobre sus pies y buscó su auto.
Él dijo que no la seguiría, pero parecía que aún así no podía dejar de correr. Necesitaba
sólo unos segundos para alcanzar su auto, desbloquearlo, y tirarse ella y su bolsa dentro.
Unos cuantos segundos más vio la llave clavada en la ignición, y al rato se estaba moviendo,
manejando malditamente rápido por la carretera, por Bistrila, rumbo a su hotel y a la bendita cordura.
Pero iba demasiado rápido en la colina estrecha y sinuosa.
Cuando una figura surgió de la oscuridad delante de ella, supo, aún cuando pisó los frenos,
que no podía evitarlo. En el chillido de las llantas, tuvo una visión, terriblemente cercana,
del rostro distintivo y oscuro de Bill, y luego se desvaneció.
Antes que el auto terminara su última sacudida, se arrojó en el camino.
Corrió alrededor del coche, buscando debajo, e incluso buscando en el costado del camino
sobre manos y rodillas. Pero no había ningún rastro de Bill o alguien más.
Se sentó sobre sus talones, arrastrando una mano temblorosa por entre su cabello.
—Me estoy volviendo loca —susurró—. Realmente me estoy volviendo loca.
Y entonces, ya que no podía hacer nada más, se puso de pie, saltó nuevamente dentro del auto,
y manejó con una última mirada a su alrededor.
Pero esta vez, atendiendo cualquier advertencia que su perturbado cerebro había esta tratando de darle,
se lo tomó lenta y cuidadosamente.
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Ella se había ido. Eso estaba claro debido al enorme agujero en el suelo y las huellas salvajes
y revueltas que lo rodeaban. Que más había hecho que no era tan obvio.
Después de todo, su rostro blanco y demacrado mientras la vislumbraba a través del parabrisas
podría haber sido no más que la conmoción por haberlo casi atropellado. Y estaba viva.
Sin embargo, cauteloso por naturaleza, Bill se quedó en la entrada de la cripta y
extendió todos sus sentidos.Vampiro. Sin duda alguna había un vampiro cerca.
Podía escuchar el lento latido del corazón de la criatura y el olor a sangre reciclada
que propulsaba su existencia, pero no pudo identificarlo.
Podía ser un vampiro fuerte, enmascarando su firma, o podía ser sólo un novato.
De cualquier manera, la criatura estaba cerca. Debajo de la cripta tal vez, o…
Su columna se erizó, y Bill giró, los puños se levantaron para defenderlo.
El vampiro sentado sobre una roca que una vez había formado parte del castillo.
Su manto tendido detrás de él, apenas revolviéndose en la fresca brisa de la noche.
Sobre sus rodillas descansaba una espada rota, el tercio superior de la hoja al parecer desprendido.
Su fuerte y apuesto rostro estaba de perfil, y parecía estar mirando hacia las estrellas, pero Bill no dejó engañarse.
El vampiro sabía exactamente dónde estaba él y qué postura había tomado.
Bill dejó caer sus manos a los costados.
—Tom
El vampiro sonrió, casi como si los últimos trescientos años nunca hubieran pasado. Se
levantó en un movimiento rápido y fluido, dejando la espada rota caer al suelo,
y Bill vio que no se estaba enmascarando. Estaba débil.
Era la mera voluntad lo que le daba fuerza suficiente para moverse, para caminar hacia él.
La emoción amenazó con ahogarlo. Parecía que después de todo él, Bill, era el débil,
por quien trastabillaba, cerrando la distancia entre ellos.
—Billy. —Tom lo abrazó, y cayó de rodillas, tomando la mano blanca en la suya y
presionando sus labios en ella—. Tú la enviaste.Bill asintió. Una gota de sangre había caído de su ojo en la mano de Tom;
avergonzado, limpió ambas en su camisa antes de levantarse.
Tom dijo:
—¿Cómo lo supiste?
—Pude olerla. Apesta a Tsigana. La dejaste ir.
—Por ahora. Hay más que tener que un instante de gratificación.
Tom atrapó y sostuvo su mirada, y con gran alivio se dio cuenta que estaba a salvo, su hermano lo había salvado.
Tom no había perdido ni su memoria ni su cordura en esos siglos congelados. No
importaría, igualmente era el rey. Bill habría hecho esto, cuales fueran las consecuencias.
—Estoy agradecido.
Bill tragó.
—No hay necesidad de agradecimientos. Sólo deseo poder haberlo hecho antes.
—No lo olvidaste.
—No podría. —Miles de preguntas lo atragantaron acerca de cómo había sido para él
y cuánto recordaba; sin embargo no se atrevía a preguntar. No quería saber.
Distrayéndose, se agachó y recogió la espada caída.
Era sorprendentemente ligera, y la empuñadura no era la de Tom.
De hecho, ni siquiera era una espada. La pintura plateada de despegaba y
desmenuzaba sobre una hoja hecha de una madera teñida de rojo.
—Así que así es cómo lo hicieron —exclamó. Una estaca disfrazada como un arma que sólo amenazaba a los humanos—. ¡Una artimaña despreciable!
—Varias artimañas —dijo Thomas sin interés aparente.
Había tenido trescientos años para digerirlo, pero Bill no se dejaba engañar
. No había perdonado u olvidado.
Bill levantó su mirada.
—¿Qué harás ahora?
Tom sonrió. Extendió sus brazos y giró como si abarcara el mundo entero desde esta
colina.
—Vivir —dijo—. Alimentarme. Joder. Retozar. —Llegó a un punto muerto y miró fijamente en los ojos de Bill—. Y tomar de regreso lo que es mío.
Bill sonrió. Por primera vez en décadas se sentía bien estar no muerto. Su hermano había vuelto y con él una nueva batalla.
El corazón de Bill bombeó. Inclinó su cabeza a un lado.
—Puedo ayudar con la alimentación. Mi sangre es más fuerte que de la mayoría en estos días.
—Debería serlo —dijo Tom, alcanzándolo—. Es mía.
La cabeza de Tom se sacudió con fuerza hacia atrás mientras los colmillos del otro
perforaban su piel. Se estremeció ante la fuerza de la atracción desesperada de Tom,
perdiéndose a si mismo en el exquisito placer, sin mezcla de temor.
—Simplemente no me mates.
Tom levantó su cabeza, sangre escurriéndose por la esquina de su boca.
—No hay garantías —susurró, sumergiéndose una vez más en la yugular de Bill,
doblándolo hacia atrás como una rama con la fuerza de su hambre.