31 dic 2011

Retrum: Capitulo 2


Estos dos capitulos que subí hoy son mis regalos de año nuevo :D esta historia requiere primero contar la historia de los gemelos pero no se preocupen ya viene la acción...

PD: Espero que la esten pasando genial o mejor que yo, que aun no me decido si pasar navidad con mi mamá o mi papá :/ lo malo de tener padres separados, en fin nos leemos mañana que la psen bien y beban a más no poder!!


Capitulo 2


Anillos Cuadrados


“El peor y más secreto de mis enemigos es ahora mi compañero sombrío”

MARY ELIZABETH COLERIDGE

La muerte de mi hermano fue también el fin de mi existencia tal como la había conocido hasta entonces. Aunque mis padres se esforzaron en aparentar que la vida continuaba, al volver del hospital ―quince días inmovilizado y sólo tres huesos partidos―, un silencio intolerable se había apoderado de la casa. Para aplacarlo, mi padre compró un televisor de plasma que ocupaba media pared del salón.

Todo el día estaba encendido. Daba igual lo que echaran: fútbol, películas, magazines de entretenimiento. Mi padre siempre miraba delante, prisionero de un limbo de dolor e incomprensión.

Le habían dado la baja. Se sentía culpable por haber dejado aquella arma mortífera en mis manos, aunque yo me sabía el único responsable y ejecutor de la tragedia. Ya no deseaba nada del mundo y funcionaba por pura inercia. Iba a la escuela y volvía. Nada más. Me había convertido en un muerto viviente.

Por su parte, mi madre no lograba ocultar su resentimiento hacia nosotros. Tom era su tesoro, su único aliciente en una vida de pocos alicientes. La mirada severa que nos dirigía hablaba por sí sola: nunca habría perdón.

Cuatro meses después de la catástrofe, nos dejó. Se fue a vivir con su hermana en Estados Unidos. Necesitaba alejarse una temporada de todo, ésa fue su explicación.

Mi padre no pareció resentirse de aquel nuevo golpe. Siguió hipnotizado ante la gran pantalla, con la única diferencia de que ahora se ausentaba del sillón ocho horas al día para ir al trabajo. Aunque apenas charlábamos, empecé a cuidar de él porque me sentía culpable. Preparaba platos pre–cocinados, hacía el café por la mañana, aireaba la casa antes de ir a la escuela. Me había convertido en una especie de Bella Swan1, pero ni siquiera tenía un vampiro que me amara.

Nunca hablábamos de Tom.

Lo único positivo de aquella desgracia fue que cambió mi visión de los lugareños. En los meses que siguieron a la catástrofe, todo el mundo me trató con extrema amabilidad. Al parecer, aquel tipo de cosas pasaban a menudo en Teiá, y la gente estaba sensibilizada.

Un triste consuelo.

Compañeros de clase que me habían ignorado, de repente me invitaban a entrar en su equipo de fútbol o baloncesto. La mejor estudiante de la escuela, que también era la más guapa, se ofreció a compartir conmigo sus apuntes para que me pusiera al día.

Yo les daba las gracias pero rehusaba cualquier ayuda. Me estaba acostumbrando al silencio de casa ―el murmullo de la tele era otra variante del silencio―, a pasear solo por los campos que rodeaban el pequeño núcleo urbano de Teiá.

Me gustaba especialmente el camino del cementerio. Subía la cuesta casi cada día. Cuando miraba el mar inalcanzable, me invadía cierta sensación de calma. Si la verja de hierro estaba abierta, me paseaba entre las calles de nichos con total serenidad.

«Un día seré uno de vosotros», me decía.

Y aquella idea no me daba ningún miedo. Porque yo ya estaba muerto en vida. Lo de ser incinerado y enterrado era sólo un trámite.

Con el tiempo, la gente se acostumbró a mi nueva forma de ser y me dejó en paz. En el instituto no me relacionaba con nadie e interactuaba sólo cuando era imprescindible.

Cuando no estudiaba, pasaba el tiempo escuchando música clásica y leyendo a los románticos ingleses. Me gustaban los poemas de amor imposible, las novelas góticas, las visiones de ultratumba de mentes atormentadas que me hablaban a través de los siglos.Ellos se habían convertido en mis amigos y confidentes. Eran mi verdadera familia porque, como yo, habían vivido con los pies en este mundo y la cabeza en el otro.

Sólo muy de vez en cuando renunciaba a mis melancólicos paseos para visitar a Gerard, el artista del pueblo. Lo respetaba porque, a los cuarenta años, había tenido las agallas de abandonar su trabajo para perseguir el sueño de hacerse pintor.

Lo había logrado con el apoyo de su esposa. Desde entonces vivía a salto de mata con lo que sacaba de las exposiciones ―tenía algunos protectores en Europa― y las clases de pintura en Teiá.

Una vez que yo merodeaba por la Unión, el centro cultural del pueblo, Gerard interrumpió el taller de pintura para salir a preguntarme: ―¿Qué edad tienes ya?

―Dieciséis.

―Deberías hacer algo con tu vida. No puedes seguir vagando... como un alma en pena.

Me encogí de hombros por toda respuesta. El pintor explicó entonces: ―Yo a tu edad empecé a trabajar en un taller de joyería. Aunque me dediqué a eso más de veinte años, no era lo mío. Me di cuenta cuando hice unos anillos de compromiso cuadrados para un cliente que me había pedido «algo distinto». Se armó una buena.

Después de la bronca con mi jefe, hubo que fundir el oro para volver a hacer lo de siempre. Fue entonces cuando dije basta.

Me quedé mirándolo sin saber qué decir. Varias mujeres del taller de pintura habían dejado sus lienzos y me observaban ahora a través del ventanal. En sus ojos podía leer la compasión.

Antes de regresar a la Unión, el artista concluyó: ―Si te prohíben los anillos cuadrados, busca un mundo propio donde sí puedas hacerlos.

2 comentarios:

  1. ayyy estoy enganchada con tus dos historias espero que subas pronto un beso

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  2. Ya sabemos todos que estas enganchada... Alguna otra emoción mas??

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