29 ene 2012

BOS: Capítulo 13


Capítulo 13

Elizabeth se despertó con una ardiente sed y un dolor de cabeza. Mientras abría los ojos, se desesperanzó al descubrir que no había un vaso de agua en la mesita de noche, vio a Mihaela sentada al borde de la cama. Y más allá, discutiendo en voz baja mientras Mihaela los observaba, estaban Konrad e István.

—¿Qué...? —empezó, pero tuvo que detenerse porque su voz salió como un débil graznido, y porque tan pronto lo hizo, los recuerdos se precipitaron con la suficiente fuerza como para hacerla callar por un muy largo tiempo.

Las tres cabezas se dirigieron hacia ella.
—Elizabeth —dijo Mihaela con evidente alivio—. ¿Estás bien? —Dado que se inclinó hacia delante mientras hablaba, ayudando a Elizabeth a sentarse antes de pasarle un vaso de agua en sus agradecidas manos, tuvo tiempo para que todo se desbordara dentro de ella, y para evitar responderle por estar bebiendo el agua. Se sentía más débil que un gatito recién nacido.
—Estás viva —dijo Konrad, tanto por asombro como por gratificación—. Te dejó vivir.
Más allá del vaso, que todavía tenía en los labios, Elizabeth reconoció la suave manga de la camisa de seda que llevaba, y por debajo de las mantas que la cubría, algo de lana negra y, sin duda, piel...
—¿Por qué hizo eso? —exigió István—. ¿Por qué no te mató?
Elizabeth bajó el vaso de mala gana.
—¿Te lastimó? —preguntó Mihaela con urgencia.
Afligida, Elizabeth la miró y no pudo hablar. ¿Qué diablos podía decir?
—Mierda —masculló Mihaela—. ¿Qué te hizo?
La histeria llegó como un viejo amigo, pero al menos sabía cómo lidiar con eso, tragándosela antes de que la risa se convirtiera en más que un hipo.

Me llevó a su palacio y me hizo el amor toda la noche hasta que me sentí segura, cálida y feliz. Luego bebió mi sangre... Usó palabras como “amor”, cuyo significado varía mucho incluso entre la verdad que no vale la pena hablar al respecto. Salvo para destacar que un educado sinónimo del verbo “follar” es “hacer el amor”.

Y créeme, en todos los sentidos, había estado follando.Cuando se llevó el vaso a sus labios una vez más, sus manos temblaban. Pero al menos su diatriba interna había permanecido interna.Bajó el vaso y lo sostuvo en su regazo con las dos manos bajo tres pares de ansiosos ojos.
—Bebió mi sangre hasta que perdí el conocimiento.
Mihaela levantó su cabeza, buscando la herida. Todavía podría haber tenido algún tipo de marca, por lo que su respiración se atascó.
—¿Cómo te las arreglaste para volver aquí? —preguntó István.
—No lo sé. —Elizabeth jugaba con la manga de su camisa—. Pero a juzgar por mi ropa, él me trajo.
—¿Por qué? —Konrad dio un paso más cerca—. ¿Por qué se molestaría? ¿Por qué te dejó con vida cuando necesita tanto tu sangre? Elizabeth, ¿te hizo algo más?

Por un momento, se preguntó si se refería al sexo. No en sus más salvajes, y más enojados sueños podría llamarlo violación. Más extraño aún era el no querer pretender para sí misma. Quería recordar sus propios deseos, sus propias respuestas, su propio placer. Sólo no quería sentirse tan... traicionada.
—¿Te hizo beber su sangre? —exigió Konrad.
—No —dijo Elizabeth rebelde, y observó el rápido, y aliviado intercambio de miradas entre los cazadores. —¿Es cómo lo hacen? ¿Cómo crean un nuevo vampiro? ¿Igual que en Drácula?
—En parte —admitió Mihaela—. Pero tiene que hacerse en el momento de la muerte.

El estómago de Elizabeth se retorció.
—Entonces lo sabría, ¿cierto? Tal vez me mató; tal vez me hizo beber cuando pensaba que estaba inconsciente y estaba realmente muerta, no lo sabría.Mihaela miró a los demás. Konrad sacó su mano del bolsillo y le tiró algo a Elizabeth. Ella lo tomó con una mano, por instinto, y vio que se trataba de un pequeño detector. Estaba encendido y se quedó inmóvil en la palma de su mano, en silencio y sin brillo.
—¿Eso es concluyente? —se las arregló para decir.
—Con cualquiera excepto con un Antiguo, y estamos trabajando en eso… —se interrumpió cuando un tono de teléfono sonó, y sacó su teléfono del otro bolsillo.
—Creo que va a regresar —dijo sombría Mihaela—. Todavía está jugando.
—Tenía intención de matarme —exclamó Elizabeth—. Me lo dijo al principio, cuando llegamos a su casa.
—¿Estuviste en su casa? —István saltó sobre ella al mismo tiempo—. ¿Dónde está? ¿Podrías llevarnos allí?

¿Podría? Incluso si su memoria y su escaso sentido de orientación venían de la marca, ¿podría? La idea no debía sentirse como una traición. Se había alimentado de ella, después de todo lo que habían hecho antes...

Abrió la boca, pero Konrad habló primero, cerrando bruscamente su teléfono y empujándolo en su bolsillo.
—El vampiro Lajos está muerto. Thomas lo mató en la madrugada, junto con un humano que se atravesó en su camino.
El agua se derramó de su vaso, oscurecimiento un parche cada vez más grande en la manta. La sangre palpitaba en sus oídos.
—¿Qué humano? —susurró.
—El humano protector de Lajos o esclavo, si lo prefieres. Una sucia sabandija que ha cometido toda clase de asquerosos crímenes para complacer a su amo. Nunca hemos tenido suficiente evidencia para apuntarlos hacia él. Probablemente tenía la esperanza de ser “convertido”. Lo importante es, que los vampiros de Budapest están cayendo sobre sí mismos para aliarse con Tom ahora. Como si fueran sólo a esperar para ver cómo maneja a sus enemigos. Zoltán ha dejado Transilvania, presumiblemente en dirección a una confrontación con Tom.
—Él va a perder —dijo István con certeza.
—¿Lo hará? —Konrad sonaba emocionado—. Piensa en ello. ¿Por qué Tom dejo pasar tanto tiempo para matar a Lajos?
—Por los juegos —murmuró Elizabeth—. Le gusta jugar crueles juegos.
Mihaela asintió. —Aumenta el miedo.
—Tal vez —concedió Konrad—. O tal vez no es tan fuerte como todo el mundo piensa que es. ¿A quién ha sacado hasta ahora? A Karl, el más débil de sus vampiros asesinos. No ha tocado a Zoltán, a quien razonablemente podría acusar de usurpar su poder. Incluso tal vez necesitaba la sangre de Elizabeth para ser lo suficientemente fuerte para matar a Lajos.
—Entonces, ¿por qué no la mata y obtiene el doble de poder que tiene? —preguntó István.
—Dios sabrá. Es un Antiguo. Sabe cosas que ni siquiera entrarían en la cabeza de alguien –vampiro o cazador− como una posibilidad. Tal vez obtiene más ordeñándola, dejando que se recupere, y luego regresando. Después de todo, ha bebido de ella dos veces, y todavía está aquí.Entonces ¿por qué tomarse la molestia de seducirme? ¿Sólo para pasar el tiempo? ¿Sólo para divertirse o rascarse una comezón sexual?

Un prurito sexual de 312 años. Excluyendo los nueve días pasados. No, había más aquí. Tenía sentimientos por ella; podía jurarlo...¿A quién estoy tratando de engañar? Tiene miles de años de edad, es fascinante, magnético, peligroso, con todo el atractivo añadido que de alguna manera implica. Soy sexualmente inexperta, socialmente inepta. ¿Qué diablos podría sentir por mí excepto una atracción pasajera?Mierda. ¿Incluso estoy agradecida por eso? ¿Qué hay de malo en mí?
—Puede que tengas razón —dijo Mihaela—. Aunque no apostaría mi vida por la debilidad del vampiro que vi anoche, volando a través del techo del Angel con Elizabeth en un brazo. El otro punto es que, ahora es mucho más fuerte. Ha matado a Lajos y ha bebido más de Elizabeth. Nuestro tiempo se está acabando, y no podemos protegerla. Él sabe que ella está aquí.

* * *

A Bill le gustaba viajar en tren. Le gustaba el hipnótico sonido que hacía, al pasar por encima de los rieles, la agradable sensación de limbo, habiendo salido de un solo lugar, pero aún sin llegar a otro. No conseguía eso caminando o montando a caballo. Por supuesto, a menudo tenía oportunidad para un rápido bocadillo en un silencioso y oscuro pasillo. Un poco de hipnosis como le enseñó Tom, y su víctima no se acordaría de nada. La misma hipnosis era útil cuando se presentaba al conductor con un pedazo de papel que no era un billete, o a la policía de fronteras con un pasaporte obviamente falso.

Este viaje en particular no fue tan agradable. Por un lado, no podía pasearse arriba y abajo del tren en caso de que se encontrara con Zoltán o uno de sus guardaespaldas. No tenía ningún sentido enmascararse a un nivel psíquico si luego caminaba físicamente frente a la persona que estaba tratando de evitar.
Así se sentó solo y aún así, a varios vagones de distancia de los otros vampiros, viendo la oscuridad apresurarse rítmicamente hacia Budapest. Por lo menos allá tendría una comida decente y el placer de la compañía de Thomas.

Por otra parte, no estaba seguro de estar haciéndole un verdadero favor a Tom. El Antiguo sabría tan pronto como Zoltán pusiera un pie en la ciudad. No necesitaba que Bill fuera y le dijera. Bill simplemente no podía quitarse la idea de que Zoltán estaba tramando algo. Ayer por la noche había visitado a una política rumana en su casa y no la había matado. Y luego esta noche se había alejado con demasiado secreto para un vampiro que o bien tendría que enfrentarse o someterse a su antiguo aliado.

Mientras tanto, La Puszta, la gran llanura que se extendía hacia el este de Budapest, era aburrida. Incluso en la oscuridad, Bill prefería las colinas y las montañas de Transilvania. Sin embargo, había pasado mucho tiempo desde que había experimentado la multitud y la emoción de la ciudad. Y admitía la profunda curiosidad que tenía respecto a lo que Tom estaba haciendo.A medida que el tren se detenía por fin en la estación Keleti de Budapest, no pudo evitar la emoción que se apoderó de él. Estaba casi luminoso. Tenía que encontrar vivienda rápidamente, preferentemente con Tom. Sólo esperaba que el hijo de puta no estuviera jugando juegos de enmascaramiento.

Lo que se decía era que era más visible en Budapest, y que con la muerte de Lajos –que todos sentían esa pérdida, o al menos todos los vampiros lo suficientemente viejos como para sentir cualquier otra cosa además de su propia hambre animal− todos estaban desesperados por someterse al Antiguo despertado. Bill supuso que esto era lo que había arrastrado a Zoltán lejos de su inútil cortejo de vampiros dispersos de Transilvania y lo envió por tierra a toda prisa a la ciudad.

Mirando desde la ventana, Bill esperó que los otros vampiros pasaran antes de salir del tren. Y allí estaban, los nuevos dos guardaespaldas de Zoltán, viéndose como matones de cabezas rapadas mientras se contoneaban a través de la multitud, lo que sabiamente les daba un amplio espacio.
Sin embargo, ¿dónde estaba Zoltán? Frunciendo el ceño, Bill escaneó la multitud tanto por delante y por detrás de los guardaespaldas. No había ni rastro de él.Las campanas de alarma sonaron en la cabeza de Bill. El tiempo pasaba. Los guardaespaldas se habían ido, y Zoltán todavía permanecía en el tren. Estaba enmascarado, pero con bastante concentración, Bill podía ver a través de él. ¿De quién demonios estaba escondido? ¿Thomas? Tom lo encontraría en un abrir y cerrar de ojos, si estuviera buscando...

Bájate del tren, idiota, antes de que perfectamente termines en Viena...Viena. Ese era el plan. Zoltán nunca había ido a Budapest. Sus guardaespaldas eran un señuelo. Él estaba de viaje en secreto, sin ninguna compañía, y eso asustó hasta el fondo a Bill. Ni por un momento se le ocurrió pensar que Zoltán estaba huyendo, abandonando la lucha con Tom antes de que se hubiera iniciado correctamente.¿Qué había en Viena?Todo. Era la puerta de entrada al resto de Europa.

Bill gimió. Más pasajeros estaban montándose al tren, en voz alta se despedían y pedían ayuda para encontrar sus asientos reservados.Podía saltar afuera y correr hasta Tom con esta noticia que no significaba nada, o podría permanecer a bordo, llegar a Viena a plena luz del día, y descubrir realmente hacia dónde pensaba ir Zoltán y por qué. Mientras se refugiara del sol.¿Incluso por qué le había enviado esa chica a Tom? La vida era mucho más sencilla cuando dormía. Y un infierno mucho más apagada. El tren rugió de nuevo a la vida, y avanzó pesadamente hacia adelante.

* * *

Elizabeth no pudo dormir bien en la sede de los cazadores. No porque su habitación no fuera agradable, por el contrario, cuando pensaba en ello, más bien le gustaba, todo ese descolorido esplendor y sólida comodidad. Tampoco tenía problemas por pesadillas, aunque a menudo se despertaba en la noche con una extraña impresión de velas y sangre y sabanas de seda, y el caliente escozor de la excitación sexual o placer satisfecho.

Se sentía como ambas cosas.No era tanto su cuerpo como su cerebro lo que le impedía dormir. En particular, era la sencilla pregunta ¿por qué? ¿Por qué no la mató? Él había querido hacerlo, podría jurarlo. La extraña mezcla de seducción y promesa de muerte habían sido genuinas. Incluso podría pretender que la parte de la muerte había sido lo que la convenció para no luchar contra la seducción y había algo de verdad en eso. Hubo un momento en que creyó que estaba jugando con su vida. Lo había perdido con la humillante velocidad en el torbellino de lujuria y placer sensual, y, finalmente, se desvaneció cuando terminaron de hacer el amor por primera vez sin la mordida.He ganado, había pensado. ¿Qué en nombre de Dios le había hecho creer eso? ¿Cuándo había dicho, una follada, una mordida, y estarás muerta? Muy por el contrario; le había prometido una noche entera de sexo antes de matarla, y eso era exactamente lo que le había regalado. No tenía ninguna razón para creer que había cambiado de opinión, no había evidencia de su creencia de que había ganado.

Y, por supuesto, no lo había hecho. La había mordido, se había alimentado de ella, justo antes del amanecer, agregándole ese frío e insidioso placer, a todo el resto que había absorbido y alcanzado por tanta codicia. Era sólo cuando había comenzado a bajar que la realidad había penetrado en su estúpida niebla de éxtasis sexual, con la horrible comprensión de que después de todo no había ganado; que no había significado nada para él.Y, sin embargo ahora, en su segunda noche de dar vueltas en la grande, suave y vieja cama de la sede de los cazadores, su cerebro se aferraba a sus palabras con tenacidad.

Por este momento, esta noche, Elizabeth, Te amo.

Quería creerlo. Tenía que creerlo. No podía soportar la idea de que se había entregado a un monstruo sin sentimientos.¿No lo hacía siempre? Era cruel. Sus anteriores amantes no habían sido monstruos. Sólo terminaban siendo algo poco profundos. Además, había sido su propia soledad, su propia necesidad e inexperiencia lo que había hecho que imaginara que esas relaciones pasadas eran más de lo que era. Habría hecho lo mismo con Richard, si alguna vez mirara hacia ella.¿Ese era el patrón? ¿Necesitaba creer que los hombres con los que dormía la amaban?

Por este momento, esta noche, Elizabeth, Te amo.

Él había querido matarla en la madrugada. Y se había alimentado de ella como siempre había deseado. Necesitaba su sangre para ser fuerte, su muerte para ser más fuerte y para evitar que sus enemigos obtuvieran esa fuerza. Pero ella aún estaba viva. La había traído a su casa. ¿Qué significaba eso?¿Que ella era su vaca lechera, como creían los cazadores?Elizabeth se incorporó y encendió la luz. Evitó pensar en estas cosas durante el día. Se entrenó duro, trabajó en conseguir tener los testimonios de su tesis en orden, y continuó su investigación en la biblioteca de los cazadores.

—Esperando —susurró entre sus dedos cuando los pasaba por sus labios secos—. He estado esperando su próximo movimiento. —Tenía un vago y confuso recuerdo, que era poco más que una impresión, de su promesa de volver. Pero no podía precisar si tenía algo de realidad. En algún lugar, quería que viniera por ella, para demostrarle que algo había cambiado en él, que no la había matado porque él se preocupaba por ella.

¿Eso es probable, Silk?No importaba. No podía, no lo haría, no esperaría más. Tenía que saber qué es lo que haría a continuación para contrarrestarlo. Había matado a Karl y a Lajos ahora, dos de los tres vampiros que lo habían estacado, por no hablar de cualquier humano que se interpusiera en su camino. A continuación estaría buscando al más fuerte de los tres, el misterioso y perdido Maximilian.

Mientras se recuperaba de su pérdida de sangre, los cazadores habían estado perdiendo el tiempo, afilando sus estacas y vigilando el Ángel, recorriendo la vieja y la nueva ciudad por evidencia de Tom y de su casa por las descripciones que había dado. Ella misma se había perdido en la lectura de los restos de sus documentos, obsesionada por consumir cada descripción, cada historia que lo involucraba. Tenía que haber estado persiguiendo a Maximilian y determinada por las evidencias que tenía que ser allí, exactamente donde él había ido. Y cuando lo encontraran, tenían el arma así como el cebo que necesitaban. ¿Arma? ¿De verdad lo mataría ahora?Se alimenta de mí, me traicionó. Él te hizo el amor, permitiéndote vivir.¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?

Elizabeth saltó de la cama. Otra noche sin dejar de darle vueltas a su cerebro. La biblioteca de los cazadores siempre estaba abierta, y si se encontraba a Maximilian, iba a ser mundialmente inevitable verlo de nuevo… Para disipar esa inútil línea de pensamientos, tiró de sus pantalones vaqueros con una fuerza innecesaria, agarró una camiseta, y se dirigió a la puerta, tirando la parte superior de su cabeza.

Bajando las escaleras a la biblioteca era casi como entrar a la luz del día y en el mundo real, después de mucho tiempo en la oscuridad y brumosa niebla de sus indisciplinados pensamientos. Aquí, la luz eléctrica deslumbraba, la computadora zumbaba, y la gente trabajaba.

Bueno, hasta cierto punto. Elizabeth cerró la boca cuando estuvo a punto de saludar a la asistente del bibliotecario, una de los secuaces de Miklós que tripulaban el servicio exterior en horas de “oficina”. Su cabeza descansaba sobre sus brazos cruzados extendiéndose a lo ancho de su escritorio. Desde su profundidad, incluso respirando, estaba profundamente dormido. Elizabeth se encogió de hombros y se fue a su propia mesa. Iba a despertar a la mujer si la necesitaba, pero también podría comenzar con los libros que ya tenía. Alguno de ellos fueron obligados a seguir los movimientos de Maximilian después del “golpe” de Zoltán.Pero pocos minutos más tarde, se puso de pie, satisfecha. Se detuvieron demasiado pronto, o era demasiado vago.

Necesitaba el material archivado debajo “Maximilian” no “Thomas”.En su escritorio, la asistente del bibliotecario aún dormía. Sus brazos a penas perdieron su teclado de la computadora. Así era, algunos de sus cabellos fueron arrastrados sobre ello. Era una lástima, pensó Elizabeth, no por primera vez, que sólo el equipo del bibliotecario figurara en el catálogo. Ella prefería seguir su propia investigación y seguir todas las posibles líneas de la misma por sí misma en lugar de confiar en lo que otros pensaban. Inevitablemente, las personas- especialmente las personas que no eran expertos en el pequeño área del conocimiento estaban haciendo la suya- perdieron importantes partes y piezas.

Suponía que aquí no era tanto cuestión de conveniencia, sino cuestión de disciplina y mantenimiento de algún tipo de control sobre el conocimiento operativo que cada individuo podría acumular. Había una gran cantidad de personal peligroso, y los operarios sólo eran humanos, con defectos y curiosidades humanas- como ella, excepto que ella no estaba obligada por la obediencia de un operativo. Elizabeth caminaba por el lado del escritorio, modificó el ángulo del monitor, y aflojó el teclado sobre la mesa, cuidando de no tirar del pelo del bibliotecario.Escribió “Vampiro Maximilian” y escaneó la larga lista de elementos que aparecieron. Agarrando un lápiz de la parte superior de la mesa, hizo rápidas notas de algunos lugares, entre ellos un libro que no había visto en los asesinos de Thomas.

Después, escribió “asesinos de Thomas” en el cuadro de búsqueda, en parte porque no era un punto de vista que había perseguido en su estudio, y en parte porque podría aportar pistas sobre el personaje de Maximilian y los lugares en que podría haber estado antes que él golpeara el centro de atención con su muerte del último Antiguo.Parte del material más interesante vino, incluyendo algo titulado Humanos Asesinos de Tom y algo más llamado Tsigana. Tsigana, la amante que lo había traicionado.Dudó sobre uno, quería saber demasiado, y no tenía nada, si alguna cosa, tenía que ver con Maximilian. Lo garabateó de todos modos, a continuación fue a buscar sus nuevos tesoros. En el último minuto, cogió las llaves del escritorio del bibliotecario y entró en lo más profundo de la biblioteca.

Elizabeth estaba acostumbrada a todo tipo de bibliotecas. Aunque esta utilizaba un sistema de clasificación único, que ya había absorbido, casi inconscientemente la manera de seguir. No tardó mucho para encontrar los libros de su lista. Para ahorrar más tiempo, los llevó a la mesa más cercana en lugar de arrastrar los libros a la suya. Mientras se movía, otro volumen en un estante superior llamó su atención. Despertar de los Antiguos. Ya que podría arrojar más luz sobre su papel en todo esto, se apresuró a poner los otros libros sobre el escritorio y volvió por él.Porque no se pudo resistir, hojeó las páginas de Despertar de los Antiguos. Entre un montón de rumores en general y mitología, se encontró con la historia de la Edad Media de la que había oído hablar antes. Habiendo despertado un antiguo él originalmente lo ayudaba a matar, este despertador había huido rápidamente, consciente de que el vampiro necesariamente iba a matarlo cuando recuperara sus fuerzas. El antiguo finalmente lo hizo, aunque no antes de que el despertador hubiera descubierto extraordinarios poderes de velocidad y fuerza, un poco como Elizabeth estaba haciendo ahora. Pero, esta era nueva información para ella, su predecesor había ido un paso más allá, llegando a afirmar ante testigos que ahora era capaz de matar a un antiguo, sin la ayuda de lo que normalmente sería necesario.

Elizabeth sonrió con ironía mientras lo anotaba. El despertador medieval claramente se había creído invencible. Era un error que ella no pensaba repetir.Su estómago se retorció. ¿Incluso iba a verlo otra vez? ¿Cómo amante o enemigo…? Mierda. Ansiosa por aliviar su confusión en vez de añadir, empujó Despertar de los Antiguos a un lado y agarró el primer trabajo sobre los asesinos de Tom.

Después de un tiempo, se olvidó de tomar notas. También estaba horrorizada por descubrir que la sangre de los asesinos humanos de Tom era al menos tan importante como la de los vampiros. No importaba que estuvieran muertos. Sus descendientes llevaban su sangre, y en el mundo Tom la quería. Ellos estaban en peligro, y los cazadores o no lo sabían o no se lo habían mencionado. Febrilmente ahora, comenzó a rastrear la descendencia, trazó todo perfectamente a través de las generaciones. Los anteriores cazadores habían visto y anotado, porque otra cosa se hizo evidente también. Los descendientes, los pocos que sobrevivieron a los ataques del vampiro original, llevaban algo de su propio poder, una consciencia, una fuerza latente similar a la de los despertadores, que los hacía diferentes, superiores en muchos aspectos a sus hermanos humanos.

Algunos de ellos se convirtieron en cazadores, y fueron buenos en ello.Esta era un área completamente nueva para Elizabeth, tan fascinante como extraña. Hace dos semanas, aún menos, tenía al mundo descartado como una fantasía absurda. Ahora ella sabía más, y no podía dejar de cavar. Siguió la línea de descendientes de Tsigana, aprendiendo que se consideraban especiales respecto a los vampiros y los cazadores ya que estaban en posesión de la espada de Thomas.

Frunciendo el ceño, Elizabeth se sentó en su silla. Su vaina estaba vacía cuando se despertó. Lo recordaba, y la prueba estaba allí en la fotografía que había tomado del sarcófago. Así que Tsigana había tomado la espada y se la pasó a sus descendientes. ¿Por qué? ¿Qué uso le iba a dar? Parecía ser considerado algo más que un trofeo. ¿Era algún tipo de objeto encantado? Elizabeth se quejó. ¿Ahora también tenía que creer en la magia? Tenía una pequeña añoranza para el cómodo escepticismo que había traído con ella a este país, pero reconoció que era poco probable que volviera a ella. Entonces ¿Quién tiene esta maldita espada ahora? ¿Todavía existe?Entre los descendientes de Tsigana, sólo dos divergentes líneas no se cerraban como muertos.

El primero dio lugar a un hombre, Joshua Alexander, nacido en 1972, residente en los Estados Unidos. Su nombre parecía vagamente familiar, pero no tenía tiempo para buscar en su memoria. Señaló el nombre en un apresurado garabato y se volvió hacia la otra línea, que había separado de los Alexander's en el siglo XIX. Las voces sonaban a lo lejos, en la parte frontal de la biblioteca donde el bibliotecario ya no dormía. Elizabeth no les prestó ninguna atención. Al fin había trazado la última línea de Tsigana. Y allí se encontró con un nombre que realmente conocía muy bien.John Silk. Su padre.

No era imposible que hubiera varios John Silk nacidos en el mismo año, viviendo en Escocia. Pero no muchos tenían una hija, Elizabeth, nacida en 1979 y viviendo en Escocia.El bibliotecario estaba diciendo fuera, supuestamente para dormir. Miklós estaba, tomando el relevo. A Elizabeth no le importaba. No se podía mover, a penas respirar, porque al fin había descubierto el por qué.¿Por qué Bill la había enviado de todos los investigadores occidentales a Tom? No fue ninguna sangre vieja lo que lo despertó. Era la sangre de sus asesinos, sangre Tsigana que fluía por las venas de Elizabeth, aunque diluida.

¿Por qué Zoltán había arriesgado romper su alianza con Tom para matarla? La sangre de los antiguos asesinos era tan valioso para él como para Tom. Sería darle mayor fuerza que incluso podría otorgarle la victoria.¿Por qué Tom necesitaba tanta sangre? ¿Y por qué la había seducido? Él había estado en total control, logrando su total entrega. No es extraño que haya triunfado follando desesperadamente con su cuerpo dispuesto. Seduciéndola, había seducido a su amada, traicionera Tsigana por última vez, haciéndola elegir placer con Tom sobre su propia vida. Después de eso, no le importaba si vivía o moría. Él había tenido su venganza. Venganza. No podía pensar en eso, no podía comenzar a analizar las terribles, emociones rocosas que se elevan desde los dedos de sus pies. Así que hizo lo que había hecho siempre cuando la vida era insoportable. Estudió.Y se encontró con que Tsigana no era el único humano asesino que tenía descendientes con nombres conocidos. Estos respondieron a unos pocos más por qué.

* * *

Eran las diez de la mañana antes de que la encontraran. Llegaron en un pánico horrible, al frente Miklós ofendido, pero Konrad, István, y Mihaela estaban cerca sobre sus talones.

—Señorita Silk. —La formalidad sin precedentes de Miklós tanto como su helada voz revelaron su disgusto—. Si desea continuar con el privilegio de usar esta biblioteca, ¡debe respetar las normas de la organización! Por un momento, Elizabeth no se movió. Recordó que no le gustaban los enfrentamientos y los evitaba como fuera posible. Había encontrado lo que necesitaba saber. No era necesario un enfrentamiento.Pero la ira hervía muy cerca de la superficie, azotada por una traición más profunda que no podía darse el lujo de tratarla. Esto era algo que podía tratar, y ella quería.
—Reglas —repitió, arrojando el lápiz que inconscientemente estaba masticando mientras leía. Miklós miró la tierra que tenía un libro abierto y chasqueó la lengua—. ¿Las reglas que permiten utilizar a la gente como cebo permitiendo la cortesía de verdad?
—Elizabeth —dijo Konrad, sorprendido—. ¡Nunca te hemos mentido!
—¿No? Pero desde luego no me han dicho toda la verdad, ¿Cierto?
—Eso no te da derecho… —empezó Miklós, pero Mihaela lo interrumpió sin disculpas.
—¿De qué estás hablando, Elizabeth? ¡Nunca ocultamos ninguna cosa de ti, incluso al principio cuando probablemente debíamos hacerlo!

Elizabeth no podía mirarlos, porque su traición la había perjudicado. En cambio, mantuvo su mirada en Konrad y se echó a reír.
—La primera regla de la investigación: Nunca dejes que otra persona interprete el material por ti. Siempre ve a la misma fuente. Muchas personas tienen su propia hacha para moler. Dejan las cosas, por accidente o diseño, o simplemente por su punto de vista. El tema es demasiado nuevo para mí, y estaba intrigada por su mayor experiencia. Konrad conocía su mirada, sus penetrantes ojos azules intensos y desafiantes. Por el primer tiempo lo consideraba también como intimidante.
—¿Exactamente, a qué, te estás refiriendo? —preguntó con un tono de altivo desprecio. Ese sería su aristocrático ancestro haciendo su aparición.
—A ti enviándome a una mortal situación, es decir al Ángel, sin todos los hechos que me habrían hecho más capaz de tratar con eso.
—Nada de lo que había te podría haber ayudado —instó Konrad.
—Estás equivocado. Tan mal. —Me gustaría haber sabido que era la venganza. Habría entendido. No podría haber hecho ninguna diferencia física de lo que pasó, pero no habría caído en la trampa.
—Estás siendo melodramática —dijo fríamente Konrad—. Y posiblemente transfiriendo tu propia culpa. Has estado ocultándonos cosas. Como lo que realmente sucedió la noche que te llevé al Ángel.

Elizabeth sintió la sangre drenándose de sus dedos. ¿Realmente era tan obvio?
—Tenía —admitió, con voz temblorosa—. No podía decirte porque no podía manejar la situación. —Levantó su cabeza—. ¿Y adivinen qué? Ahora no necesito decirles nada, porque nuestra asociación ha llegado a su fin.
Se puso de pie, frente a las cuatro expresiones de asombro.
—¿A su fin? —repitió Mihaela—. ¿Pero por qué? ¡No puedes dejarnos ahora! ¡No es seguro!
—Si, puedo, y es más seguro como lo sabes. Puedo cuidar de mí misma por la misma razón que estaba en peligro en primer lugar. Tom no se despertó porque fui la primera persona en tropezar en su tumba en trescientos años. Lo desperté porque era una de las pocas personas que podía. Y él quería mi sangre por la misma razón. Tsigana fue mi antepasado.
István cerró la boca. Konrad y Miklós intercambiaron una mirada.
—Mierda —dijo Mihaela—. Eso explica muchas cosas.
—¿Eso no, verdad? Como su descendiente, tengo la fuerza física para sobrevivir por mi cuenta. Solo necesito cultivarla.
—Eres una académica —replicó Konrad—. ¡Un simple ratón de biblioteca! Nos necesitas.
—Es cierto que nunca fui terriblemente deportista. Soy mala en los deportes. No he tenido ninguno interés en ellos. Pero ¿adivinen qué? Soy una luchadora por naturaleza. —Miró los ojos de Konrad—. Como ustedes.
—Si no eres nuestro amigo, eres nuestro enemigo. Tienes que irte. —La alcanzó Konrad.
Él no había visto ninguna de sus sesiones con el entrenador de combate. A pesar de lo que acababa de decir, no se dio cuenta hasta dónde había llegado. Ella sacó su brazo con tanta fuerza, que casi lo golpeó. En estado de shock, los demás empezaron entre ellos, pero de alguna manera, a través de todos ellos, Konrad seguía encontrando su furiosa mirada.
—Yo no soy un vampiro, y no tenía ninguna intención de hacerte daño.
—No, posiblemente no. Solo me mantienen tranquila. Pero ellos tienen que saber.
—¿Saber qué? —exigió Mihaela—. Elizabeth, ¿qué infiernos está pasando?
Elizabeth tuvo la atención de todos. Se preguntó si los estudiantes de historia escucharían sus clases con la misma absorta concentración, lo dudada. Se sentía muy cansada. Dijo:
—He leído mucho sobre los cazadores ahora, hasta que ustedes llegaron ¿Nunca se preguntaron por qué Konrad es más rápido en una pelea, y sin embargo nunca se muestra a los estudiantes? ¿Por qué dos de sus equipos anteriores murieron mientras que solo él sobrevivió? ¿Por qué está tan decidido a ser el que agarre a Tom? Quiere el poder que viene de matar a un Antiguo. Dos veces.
—¿Dos veces? —Mihaela la estaba mirando fijamente, con los ojos dilatados. La cara de Konrad estaba blanca y rígida.
—Dos veces. Él es descendiente de Ferenc, uno de los humanos —su teléfono escogió ese momento para sonar en Bach—. Asesinos —terminó mientras Mihaela lo agarró de la mesa y sin decir palabra se lo entregó.
Miklós declaró: —Los teléfonos celulares deben apagarse en la biblioteca, o por lo menos ponerlos en ‘silencio’. Elizabeth rechazó la llamada sin siquiera mirar el número y guardó el teléfono antes de guardar sus papeles.
—Elizabeth, ¿realmente nos estás dejando por esto? —dijo Konrad. Su voz era ahora más controlada, razonable, casi engatusadora.
—Sí. Realmente lo estoy. No puedo confiar en ti, y he tenido bastante. —Tal vez estaba siendo injusta. Mihaela e István obviamente habían estado en la oscuridad tanto como ella, pero Konrad e incluso Miklós lo sabían. Y Mihaela, a pesar de su evidente impacto, peleaba con sus compañeros. Eso le pareció como una fresca traición.

Elizabeth preparó su hombro para pasar a través de todos ellos. Se sentía bastante optimista, pero curiosamente, se separaron de ella como el Mar Rojo.
—No hay algún lugar para correr de él, Elizabeth —advirtió Konrad—. Va a seguirte. Te seguirá.
No, no lo hará. Ha tomado todo lo que necesita de mí.—No estoy corriendo. Estoy enfrentándolo, sea lo que sea, a mi manera, mi tierra. No puedo trabajar en la suya nunca más. —Miró a Mihaela al pasar, y se detuvo para dejar que su mirada la abrazara.
Ellos al principio le habían advertido, la cuidó a su manera, y a pesar de todo, había un cariño, una cercanía que pocas veces antes había sentido. No era su culpa que hubiera descubierto un rechazo total a todas las formas de traición.
—Aunque no te olvidaré —murmuró, y caminó a través del aturdido silencio. Fue un largo camino. Elizabeth quería continuar para siempre, porque su próxima despedida del mundo sería aún más difícil.

26 ene 2012

Retrum: Capitulos 13 y 14



Capitulo 13

Pasaporte a la Oscuridad

“Cuando la música termine, apaga las luces”
JIM MORRISON

En casa me esperaba una bronca monumental de mi padre, que llevaba dos horas despierto y estaba a punto de llamar a la policía. Tras aguantar la reprimenda estoicamente, me abrió los párpados para ver si estaba drogado. De joven había hecho un par de cursos de medicina, y a veces me sorprendía con esa clase de prácticas.

―No he tomado nada, papá. Ni siquiera una cerveza. Estoy más sereno que un bebé.
―¿Qué has hecho entonces toda la noche? ―me preguntó mientras contemplaba extrañado su propio abrigo, que aún no me había quitado.
―Empecé a charlar con unos amigos y se nos ha hecho de día.
―¿Son de Teiá?

Sabía qué se escondía tras esa pregunta. Le preocupaba que me hubieran llevado lejos del pueblo. En moto.

―No, pero hemos pasado la noche por aquí. Una de las chicas es de Sant Cugat.
―Ah, chicas... ―Dijo esto con alivio, como si fuera una palabra mágica que lo explicaba todo. Sin embargo, mantuvo el semblante grave para que tomara en serio sus palabras―. La próxima vez, avísame si vas a estar fuera hasta tarde. Basta con que me escribas un SMS. Eso sí, no quiero que...
―Nada de motos, papá ―completé―. Ya lo sé.

Acto seguido, subí a mi cuarto. Mientras me aseaba un poco en el baño, oí el rumor de la tele en el salón. «Alguien empieza el día donde otro lo termina», pensé.

Iba tan zombi por la falta de sueño, que hasta el momento de colgar el viejo abrigo no recordé lo de Alexia. Había metido algo pequeño y cuadrado en mi bolsillo. Estaba envuelto en papel de seda negro.

Liberé el objeto rectangular de su mortaja. Para mi sorpresa, era un casete en su caja. La cubierta bajo el plástico transparente era un dibujo de quien me había hecho aquel regalo, supuse. Pintado con ceras, mostraba una mano en la oscuridad que sostenía una flor violeta.
Debajo había trazado con letras blancas el título: «NIGHT SHIFT» (Turno de Noche)

En el reverso había una lista de quince canciones escrita con un fino rotulador negro. Era una caligrafía algo irregular, pero femenina.

Mientras sacaba el casete, entendí que aquello era una recopilación de canciones que le gustaban a Alexia. Me sentí honrado a la vez que me preguntaba por qué no me había dado un CD o un lápiz de USB. ¿Quién diablos escucha cintas en el siglo XXI?


Mientras devolvía la cinta marca Maxwell a su cajita, me dije que lo «retro» debía de ser una seña de identidad de la banda, igual que la misteriosa flor.

Ya me había tumbado en la cama y trataba de convocar el sueño cuando recordé que en el altillo
de mi padre había encontrado, años atrás, un viejo reproductor de casetes guardado en una caja de zapatos.

Sin poder esperar, me incorporé y fui sin hacer ruido hasta su dormitorio. El televisor seguía escupiendo noticias en la planta baja, así que imaginé que mi exploración pasaría inadvertida. Antes de tomar una silla para encaramarme al altillo, que se hallaba sobre el armario, eché un vistazo a la mesita de noche de mi padre.

Seguían allí las fotos de Tom y mamá, dos fantasmas que no nos abandonaban ni a sol ni a sombra. El mismo altillo estaba lleno de cosas que habían pertenecido a mi hermano.

Me alegró dar enseguida con la caja de zapatos. La liberé de las gomas que la cerraban, y allí estaba: un reproductor horizontal de casetes marca Califone que debía de tener más de 25 años. Era de color beige, con una vasta botonera formada por cinco teclas. El volumen se controlaba con una ruedecita dentada.

Con mi tesoro bajo el brazo, devolví la caja de zapatos al altillo y dejé la silla en su lugar. A
continuación, volví a mi cuarto dispuesto a poner el Night Shift de Alexia cuanto antes.

Enchufé el aparato y pulsé la tecla STOP/EJECT para levantar la tapa de cristal oscuro del reproductor. Encajé la cita de casete y, tras cerrar la tapa, le di al PLAY. Aguardé expectante el inicio de la música.


Aparte de un susurro de fondo, el sonido era bastante aceptable. La primera canción daba nombre a la recopilación y era de Siouxsie & The Banshees. Se abrió con un compás de tres lejanas notas de bajo, al que siguió una guitarra distorsionada. Una voz oscura de mujer cantó entonces:

Only at night time
I see you in darkness...
¿What goes in your mind,
always silent and kind
unlike the others...?
(Sólo por la noche / Te veo en la oscuridad... / ¿Qué pasa por tu mente / Siempre silenciosa y amable / a diferencia de los otros...?)

De repente la puerta se abrió. Sobresaltado, vi emerger la cabeza de mi padre, que miró con sorpresa el viejo reproductor. Tronaba en el suelo junto a mi cama. Paré la música.
Me estudió con su mirada ojerosa, como si no me reconociera, antes de preguntarme:

―¿Te preocupa algo?
―No me pasa nada, papá.
―¿Por qué no duermes, entonces?
―Tenía ganas de escuchar una cinta que me han regalado. Siento haber cogido este trasto sin tu permiso. ¡Es fantástico!
―Puedes quedártelo ―dijo mientras su mirada se desviaba hacia el colgador―. También el abrigo. Veo que ahora te gustan las cosas antiguas...
―Muchas gracias. No te importará entonces que lo tiña de negro, ¿verdad?

Capitulo 14

Los Ojos de Siouxsie

“Espéralo todo, y nada más”
DAVID SYLVIAN

Seguí despierto hasta el mediodía. Fascinado por aquellas viejas canciones ―algunas eran de la época del punk―, tras escuchar cada tema, buscaba videos por Youtube.

La vocalista de Night Shift, Siouxsie, llevaba en un concierto de 1983 unos largos guantes negros que me hicieron pensar en Alexia. El show era en el Royal Albert Hall de Londres, con Robert Smith, de The Cure, como guitarrista.

Cuando el zoom se acercó a sus ojos, descubrí que Alexia se pintaba exactamente igual que «la Diosa de Hielo», como también era conocida la cantante. Recordaba vagamente a una máscara egipcia. Me entretuve un rato garabateando con un lápiz negro aquella mirada penetrante en un trozo de papel. Luego lo colgué en la pared.

Mientras escuchaba el resto de las canciones, de vez en cuando levantaba la vista para mirar aquellos ojos o, mejor dicho, para que ellos me miraran a mí.

Hacia la una me entró hambre y bajé a la cocina para freír un par de escalopas con patatas. Mi padre había salido, así que comí solo y en silencio.

Tras lavar los platos, regresé a la cama y puse la canción nº 15 del casete. Era un tema de Japan, Night Porter, que se iniciaba con un lento acorde de piano. David Sylvian, su lánguido vocalista, entonaba el estribillo cuando en mi mente se hizo el fundido en negro.

Here I am alone again.
A quiet town where life gives in
(Aquí estoy solo otra vez. / Un pueblo tranquilo donde la vida ha sido derrotada)

Cuando me desperté, a las diez de la noche, tuve que hacer un esfuerzo para saber dónde me encontraba. Aturdido por alguna pesadilla, llegué a pensar que aún estaba en el cementerio, pero la suave calefacción central me hizo saber que me hallaba en casa.

Al encender la luz, me di cuenta de lo tarde que era y me asusté. En una hora me esperaban en la estación de Arenys de Mar. Me vestí a toda prisa mientras me preguntaba si llegaría a tiempo para tomar el último tren en dirección al norte. Pasaba por el Masnou, la estación más cercana a Teiá, hacia las diez y media de la noche, pero hasta allí había una buena caminata carretera abajo.
Aquí estoy solo otra vez. Un pueblo tranquilo donde la vida ha sido derrotada. De repente, llegar a la cita me parecía lo más importante del mundo.

Mi padre me interceptó en las escaleras con el abrigo ya puesto y los dos forros polares debajo.
―¿Vuelves a salir? ―preguntó alarmado.
El hijo atormentado que se pasaba el día leyendo en la habitación, de repente trasnochaba y dormía de día. Algo había cambiado.

Tranquilicé a mi padre con una excusa segura:
―Sí, he quedado con la chica de la que te hablé.
―Vaya... entonces va en serio la cosa. En lugar de dar vueltas por Teiá, dile que venga a casa. Hace un frío que pela.
―Hoy no puede venir hasta aquí. Por eso tengo... ¿puedes acercarme a la estación?
―¿Piensas ir a Sant Cugat a estas horas?
―Bueno, de hecho hemos quedado en Arenys para ir juntos a una fiesta. Por eso tengo que coger el último tren.
―Eso será si yo te doy permiso ―puntualizó.

Hubo cinco segundos de silencio que parecieron cinco eternidades. Luego me estudió con semblante severo antes de concluir:
―Te llevaré en coche hasta Arenys. Como padre, necesito saber con quién andas.
―No papá, prefiero que...
―O eso, o te quedas en casa ―concluyó.

25 ene 2012

BOS: Capitulo 12



Capítulo 12


Tom salió de su boca, por fin, más para dejarla respirar que porque

terminara. La sangre aún latía a través de ella, caliente, dulce y seductora. Su corazón y pulmones bombeaban como pistones. Pero apartó sus brazos que aún se aferraban alrededor del cuello, el resto del cuerpo se hundió, letárgico. Casi inerte bajo el peso. Él se dejó ser su osito un poco más, porque ella podía, porque a él le gustaba esto.

Después de los días y noches de búsqueda y burlas, de luchas verbales y todos los decididos esfuerzos para matarlo, se sentía bien tenerlo saciado e indefenso a su cuidado. Y la verdad se sentía bien, mirar hacia abajo a su suave y satisfecho rostro, sus ojos todavía cerrados, sus abultados labios separados y brillantes.

Las delicadas mejillas rosadas a la luz de la vela, todavía sonrojadas con la pasión y el esfuerzo, su cabello caía y se enredaba en la almohada.La belleza se instaló en Tom. Elizabeth observó el movimiento de éxtasis mientras dormía y le produjo dolor. Tal vez liberarse, después de tres centurias de forzado celibato seguido por nueve agonizantes días de abstinencia autoimpuesta. Y por supuesto la anticipación siempre aumenta el placer. Cualquiera que sea la causa, está era una de las raras uniones que tocaban su alma.La belleza física, la habilidad sexual, el entorno erótico—no cuentan en esta rareza. Él estaba contento con el encuentro con ella.Él alivio el peso sobre los codos, y abrió sus grandes y oscuros ojos avellana moteados con verde hechizante, hasta mirarla.

Un maravilloso amanecer comenzó a cubrir con luz la salvaje pasión que la llevo hacia ella. Le dio algo nuevo y a ella le gustó. Él había tenido razón con esto. Había insondables profundidades en la sensualidad de esta mujer y él pensaba liberar un poco más antes del amanecer.Sin advertirlo, le sonreí, deslumbrada con su clara felicidad.

Y él devolvió la sonrisa, porque contra todas las probabilidades, sabía que ella era suya, que había ganado. Él rodó sobre su espalda, para evitar aplastarla hasta la muerte, llevándola con él, todavía unidos. Ella tirada sobre su pecho y la besó en la boca antes de arrastrar los labios hasta su pecho y succionar el pezón. Sujetó suavemente las flexibles nalgas con sus manos y apretó antes de realizar un empuje experimental que provocó un jadeo
.—¿Esto pretende encogerse? —dijo sin que se notara el descontento.
—No, mientras este dentro de ti —sonrió, arrastró sus manos a lo largo de nalgas y espalda y me acarició la cara
—. Creo que estás complacida —bromeó, sin embargo absurdamente se sentía como un niño sin experiencia esperando aprobación. Esto había sido muy largo, demasiado largo.
—Tú me complaciste. —Al parecer las palabras se derramaron sin permiso. Tan pronto como lo decía, se mordió el labio, como avergonzada, y para cubrirlo, lo beso en la boca.Tom no tenía nada para objetar. Comenzó otra vez a hacerme el amor, pero muy lentamente, obligando un control mayor que estaba fuera de mi naturaleza.

Fascinado, quería ver que hacia—si ella fallaba o esperaba que él reanudara el control, o tomara su placer con malvados secretos. Ella no lo hizo. Se movió sobre él como una gata, lenta y sensual, se tomó su tiempo para reconocer el cuerpo con sus manos y labios, con timidez, pero claramente aumento más el placer. Pero esta mujer que había liberado ya no retrocedía por el calor sexual. Ella lo abrazaba, ansiaba su placer como el de él, y se dedicó a lograrlo con una dedicación que le encantó.

Al final, Tom llego arriba con sus brazos y aferró el cabecero de la cama, remontando un torbellino mientras lo cabalgaba a un profundo y devastador clímax. Sonriendo, lo vio venir una vez más. Dado que ella se sentó a horcajadas sobre él, él se sentía muy cómodo como para moverse y besarla, se contentó con trazar el contorno de sus labios con un dedo tembloroso.

Ella capturó el dedo con su boca y lo besó. Parecía tanto decadente como angelical, casi como una pintura de Botticelli, mientras las insolentes puntas rosadas de sus pechos subían y bajaban entre su decaído pelo rubio ceniciento.Por último, dio un soplo de risa asombrada.
—Realmente no tienes nada pequeño ¿verdad?
—Aún estoy dentro de ti —señaló.
—¿Qué pasa si…? —burlándose, se comenzó a deslizar, pero él la agarró de las caderas para mantenerla en su lugar.
—No —dijo—. Eres demasiado deseable. Y ha sido un largo tiempo.
Se detuvo en media sonrisa con incertidumbre.
—¿Un día más o menos?—312 años más o menos un mes aproximadamente. Y nueve días por supuesto. Sus ojos buscaron los míos.
—Nunca me pareció un celibato. Nunca había conocido esto —confesó—, por el otro lado, 312 años no fueron mi elección.
—¿Y nueve días?Finalmente se movió, rodando sobre ella dejándola debajo de él.
—No fue tanto la abstinencia, sino el deseo que tengo hacia ti.

Abrí la boca como para decir: “¿yo?” pero la cerré de nuevo, claro no sabía si reír de la incredulidad o aceptar el cumplido.

Él dijo: —¿Tienes hambre?El desconcierto cruzó mi rostro.
—¿Hambre? No. Eso tal vez es pequeño. No estaba pensando en comida.
—Podemos tener sexo con las sobras. Su cuerpo se estremeció de emoción pero también de risa.

Apretó involuntariamente su pene, y él se retiró suavemente haciendo un suspiro y saboreando la situación.
—¿Realmente quieres comida? —pregunté mientras se deslizaba de la cama.—Los humanos siempre están hambrientos. Ella quiso decir algunas cosas, entonces se interrumpió, al parecer distraída mirándolo caminar desnudo por la habitación. A él le gustaba esto pero no tenía la intención de cambiar mi acción. Él cogió la bata negra de seda de la silla en la esquina y salió.

La cocina en la planta baja no era un lugar donde pasara mucho tiempo. Se había hecho con el mejoramiento de la casa y nunca se utilizo. Pero el refrigerador—un invento útil de los humanos—permitía contener algunos excelentes quesos y embutidos, ensaladas y frutas que había encargado especialmente para la noche con ella. Comenzó a preparar un plato.
Cuando escuchó las suaves pisadas en la escalera, por su mente atravesó que ella se estaba escapando, corriendo por la puerta principal. No tenía importancia. No iba a alcanzar la calle porque él la atraparía de nuevo. Sin embargo, ella no realizó ninguna pausa allí, pero cruzó el pasillo hacia la cocina. Sin querer sonreí.Su sombra y después su presencia, llenó la puerta. Levantó la mirada para verla de pie con la espalda contra la pared.

Llevaba la camisa desgarrada, a la vista la separación de sus hermosos pechos y sus bien formadas piernas emergían del borde, enviando su sangre a una carrera por sus venas una vez más.Pero se veía seria, casi ansiosa. Se preguntó si la alegría del sexo había desaparecido, había venido para suplicar por su vida o para pedir una comida cocinada. Puso unas cerezas sobre un plato y abrió la puerta del armario para encontrar un plato.

Ella dijo: —En los 312 años ¿estuviste consciente?Él hizo una pausa, contuvo la copa con las manos, entonces, la bajó y la llenó con jugo de fruta de la heladera.
—Mayormente, dormía.
—Ni siquiera puedo… —Camino hacia él con pasos rápidos—. ¿Cómo sobreviviste el aburrimiento?Él la miró sorprendido, porque ella infaliblemente encontró la parte más dura.
—La determinación de sobrevivir. No lo pienso mucho.
—¿Sobre qué, por el amor de Dios?
—¿Por 312 años?
—Todo. Entiendes que ya tenía más de dos mil años. Estoy acostumbrado a... er... pasar el tiempo. Pero no pude tener exactamente muchas distracciones... la venganza, es buena, la sentencia es otro mundo. Y por supuesto fue doloroso.
—¿Doloroso? —ella sonó insegura, como si sintiera emociones turbulentas.

Él dejó que una sonrisa remolcar de sus labios mientras pegaba un puñetazo a su corazón. Sus ojos se abrieron con sorpresa. Abrió la boca y agarró la mesa como para mantener el equilibrio.
—¿Sentiste eso? ¿Durante 300 años?Se encogió de hombros.
—Los primeros fueron los peores. Un cuerpo aprende a adaptarse. A veces, cuando despertaba parecía mi mejor compañero. Casi una sólida entidad —dijo para aligerar el horror, para reírse.

Pero ella no, lo siguió mirando con una compasión que parecía hacer más daño que recordar su agonía.Dejó que sus manos cayeran sobre el plato.

—Elizabeth, no puedo tomar el dolor, puedo tomar el aburrimiento y el hambre. Incluso puedo tomar la lujuria ciega y sin sentido que no puedo moverme para calmarla. Puedo soportar la traición y el tipo de furia que hace al cuerpo explotar. Pero no la lástima. No por la mujer que acabo de follar.

Él quiso provocar una reacción con su grosería, pero ella ni siquiera parpadeó, por lo que la atrajo hacia él y la besó duro. Y entonces con su casi desnudo cuerpo atrapado, no supo cuál de ellos era el distraído. A pesar que ella respondió instintivamente, como si no pudiera hacer otra cosa, comenzó a hacer preguntas, incapaz de abandonar el tema hasta que él metió la mano bajo la camisa, entre sus muslos, ella miró su cara con otro tipo de shock.

Ella parecía arder. Y así, depredador y triunfante, la depositó en la mesa de la cocina y la llevó al orgasmo con sus dedos, mientras le frotaba queso en sus pechos y rociaba vino sobre sus pezones. Entonces cuando, indefensa se agitaba por el placer, la lamió como si fuera poco, con lenta y deliberada sensualidad.Tras lo cual, la tomó y a la comida sobrante para llevarlas a la cama, a seguir la fiesta en su lugar. Era una oportunidad repleta de experiencias en una interminable noche. La emoción y la tensión en el Ángel de la seducción, el impresionante vuelo a través de Budapest, la montaña rusa de emociones que asaltó toda su noche, la arrastró y lanzó hacia adelante, aprendiendo sobre él y sobre sí misma. Por no decir del salvaje, intenso, glorioso y constante sexo. Elizabeth se sentía como una extraña en el mundo, sin embargo le dio la bienvenida con los brazos abiertos.

Esta noche parecía, que había comenzado a morir, trayéndola a la vida.Ellos hablaron mucho. Incluso durante el sexo, no las crudas palabras designadas sólo para la autosatisfacción, sino calientes, le dijo lo hermosa que era, lo mucho que la quería, lo mucho que la adoraba, lo que le provocaba. A lado de eso, las otras conversaciones parecían menos novedosas, incluso fragmentos de lo ocurrido hace cientos de años.

Ella se encontró contando pedacitos aburridos de su vida, los amigos que fueron importantes, los pocos hombres con los que había salido, confiado y perdido. Y se encontró con que ya no pensaba en los hombres con una mezcla de humillación, autocompasión y autoexpresión. Estaba acostumbrada a evitar pensar en ellos tanto como podía, desapasionada sin humor triste. Fueron experiencias de vida, eso fue todo. Y ninguna se acerco a está, no, incluso Richard, a quien también menciono de pasada. Richard que nunca la había besado, ahora ella estaba feliz. Una vez que se extendió por el suelo, examinando la multitud de libros que había encontrado en su dormitorio, vestida solo con una camisa de seda para protegerse del frío del amanecer, dijo:
—¿Es así como te atrapo el siglo XXI? ¿Cuántos de estos leíste?Encogió los hombros y desnudo se hundió en la silla de al lado. No sentía frío.
—Pedacitos de todos. Y la televisión es maravillosa. Tengo una computadora portátil, demasiada información sin fin con solo tocar unas pocas teclas. Ella sonrió y saco las piernas de la espalda a la vista de él.
—Pareces tomarlo con calma.
—Trescientos años parecen más largos para ti que para mí.
—Has estado dando vueltas desde que el mundo comenzó…
—No tanto —dijo sarcásticamente
—. No recuerdo a los dinosaurios. De hecho, hasta esta semana nunca incluso había oído de los dinosaurios.
—¿Realmente somos de la misma raza? —Se sentía bien sorprenderlo, para sentir su acariciante mano detenerse en su cabello después de continuar.
—¿Dónde escuchaste eso?
—Lo leí. —Capturó su mano inquisitiva que se deslizaba dentro de la camiseta, no para prevenirlo, sino para sostenerla contra su pecho
—. Tú lo escribiste.
—Probablemente lo hice, pensando en la pequeña idea de predicarlo a la posteridad. ¿Dónde lo leíste?
—En la biblioteca de los cazadores. Es extraordinario, las cosas que tienen ahí.
—Debería echar un vistazo alguna vez.Levantó la mirada hacia él con súbita inquietud, pero toda la atención de él aparentaba estar en su mano, la que estaba ahora acariciando su pecho desnudo.
Su concentración, especialmente después de todo el sexo que ya habían disfrutado, era muy gratificante como también excitante. Y Dios, él era hermoso, con el enredo de negros mechones cayendo sobre su pálida mejilla, sus llenos, sensuales labios separados, sus grandes ojos marrones ahora más cálidos que opacos. Había aprendido a leer algunas de sus expresiones, los signos de lujuria como también la risa, las bromas, las raras ocasiones de tristeza y rabia. Él tenía mil años de edad. Hubiese sido extraño si no fuera un hombre complejo. Ella siempre había estado preparada para eso, y para su propia curiosidad sobre la historia que él había tocado. Lo que no había esperado era la fuerza de su deseo por conocerlo.

Y aún en una vida—su vida—incluso si pasaba cada momento despierta con él, nunca la conocería toda. Huyó asustada de ese pensamiento. Estaba viviendo el momento, porque aún estaba viva cuando había pensado que estaría muerta. Porque lo que sea que él fuera a hacer y lo que sea que haga, le había dado la noche más increíble de su vida—de la vida de cualquiera, seguramente.No había señales del amanecer filtrándose a través de las pesadas cortinas de terciopelo. Se alegraba, porque la salida del sol traería el resto del mundo y las consecuencias de la noche, cualesquiera que fueran. Ahora mismo, la noche se extendía para siempre, y estaba feliz. Feliz… ¿Había siquiera sido verdaderamente feliz antes?Se estiró para tocar su mejilla con asombro, y sus calientes ojos se movieron a los de ella.

La mayoría de su rostro estaba en sombras, oscuro y misterioso—y sexy. Su aliento se atascó.
—¿Siempre fuiste así?Él se inclinó más cerca, y ella elevó su boca abierta para recibir su beso. Él tomó su mano, guiándola hacia la fría dureza de su erección. Calor se encendió a través de ella.
—¿Caliente? —inquirió—. Oh, sí.
—No-muerto —reconvino ella—. ¿O nunca moriste? ¿Siempre fuiste inmortal?—Morí. Suficientemente fascinada para ser distraída de las caricias de su mano, y la sensación de su palpitante erección en ella, preguntó:
—¿Cuándo? ¿Dónde? ¿De dónde eras cuando estabas vivo?
—Me llamarías Príncipe.
—Por supuesto. Nada menos hubiera sido creíble.
—¿Aquí? ¿En Hungría?
—No originalmente, al este de aquí, Asia. Viajé aquí con mi pueblo cuando era un hombre muy joven, y morí de la misma enfermedad que mató a tantos de ellos, incluyendo a mi padre. —Su pulgar se movía sobre su pezón, una y otra vez, esparciendo cálidos y fríos hormigueos de necesidad—. Mi pueblo preservaba un balance en esos días. A pesar de que originalmente nacimos de la misma raza que los humanos, pero para mi tiempo éramos una raza separada y distinta con ciertos poderes sobre la naturaleza—podrías llamarlo magia—y sobre la muerte en sí misma. Podíamos revivir a nuestros muertos. Nuestros muertos vivían entre nuestros vivos, y todos existíamos junto a los humanos, incluso los que nos crearon a nosotros.
—¿Por qué?
—Era nuestro deber. Velar por ellos. Un consejo de ancianos, incluyendo al rey, decidía cuales de los muertos deberían ser revividos. Normalmente, los no-muertos eran escogidos de una generación alternada de cada familia, pero la muerte de mi padre sucedió muy rápido, así que me revivieron a mí en su lugar.
—¿Tú lo querías? —preguntó ella con curiosidad. Su mirada se elevó de sus pechos a su rostro, con una pasmada expresión en sus oscuros, una vez indescifrables ojos.
—No quería morir. Sí, lo quería. Extendía ambas manos por ello.Desde su apariencia, si esa era la única forma de juzgar a su raza, él había sido más joven que ella ahora. Era natural sostenerse a la vida, agarrarse de la única forma que podías, solo…
—¿Una vida sin luz? —susurró ella—. ¿Una vida sostenida por la sangre, y la muerte de otros?
—Es necesario. Y hay compensaciones por vivir alejado del sol.
—¿Qué, por amor de Dios?Él ahuecó sus pechos y sonrió, presumiblemente por la forma de ilustrarla.
—Sentidos aumentados. Puedo oír el latido de tu corazón desde la habitación contigua, la sangre corriendo a través de tus venas. Puedo sentir e identificar tu presencia en una ciudad llena de gente. Cada tacto es intenso, cada placer, y éxtasis con los que solo puedes soñar. Aunque pensándolo bien, puedo ayudar con ese sueño. Su puño se apretó sobre su eje, y hacia el instantáneo destello de fuego en sus ojos, ella apretó y acarició hasta que él la levantó en sus brazos y caminó con ella hacia su cama.
—¿Otra vez? —jadeó ella.
—Oh, sí.—Tendrás que cambiar la ropa de tu cama... ¿Las sábanas de seda se lavan bien?
—No lo sé. No me importa. Me gusta cómo se sienten. Como su piel, Señorita Silk.
—La recostó en su cama, se arrodilló, y le quitó su camisa antes de abrazarla desde atrás, una mano sobre su pecho mientras giraba hacia arriba su rostro con la otra mano para besarla. Se arrodilló detrás de ella, sus largos y musculosos muslos sujetándola cautiva mientras la acariciaba y besaba. Su erección golpeaba ligeramente entre sus nalgas, acurrucándose entre sus muslos y encontrando su ahora familiar camino hacia su interior.

Antes de esta noche, ella nunca se había preocupado mucho por la penetración sexual. Nunca había estado a la altura de sus vagos y posiblemente ingenuos deseos románticos. Esta noche, sin embargo, había descubierto que no había gozo más maravilloso que la dureza de Tom en su interior, haciendo su magia dentro mientras sus manos y labios hacían lo suyo en el exterior.Se empujó hacia atrás contra él, maravillada con sus largas, y lentas embestidas. Y las cosas se pusieron más calientes, su mano se deslizó hacia abajo entre sus piernas y ella lloriqueó. La fuerte intensidad del placer de sus dedos trajo hacia su clítoris un orgasmo en crescendo.

—Tómalo todo —susurró él en la piel de su cuello, mezclando el placer de sus embestidas con la dicha de sus dedos. Y Dios, ella había olvidado la sensibilidad de su cuello, el extraño, frío placer de sus dientes buscando y acariciando y picando… Mientras la marea se estrellaba sobre ella, sus dientes tomaron una medida drástica. Las manos de ella, pesadas contra los muslos de él, se abrieron con shock y dolor. Pero no podía detener el éxtasis que la sacudía; no podía detener el malicioso arranque de necesidad mientras él perforaba su piel.

Entonces comenzó a succionar, y la fuerza del nuevo placer la golpeó como un soplo, feroz, temible y abrumador. Empujando el éxtasis por debajo, él succionó la vida de sus venas al interior de su cruel y tierna boca, tomando su sangre con su cuerpo, y continuó haciéndolo. Indefensa, perdida en el infinito, insensato placer, extendiéndose por ello con ambas manos y con todo su ávido cuerpo, Elizabeth supo que había descubierto el completo gozo al fin. En la muerte. Tom reunió todo eso hacia él, su vulnerable cuerpo, convulsionado sobre su polla, trayéndole gozo; su fuerte, dulce sangre, derramándose sobre sus dientes y bajando por su garganta, fortaleciendo sus hambrientas venas con el poder de su Despertadora, con la potencia de su asesino, Tsigana. Dos amantes, una línea de sangre.Triunfo fluía a través de él. No quería nunca detenerse de tomar a Elizabeth, beber a Elizabeth…

Y parecía que ella podía tomar un montón de placer por su propia cuenta —más, mucho más de lo que él había esperado. Pero entonces, ella poseía el semi-místico poder que Tsigana había tomado de él por el acto de matar. Era un ciclo de poder y placer, y él quería seguir manteniéndolo para siempre. Quería sentir los dientes de Elizabeth en su garganta, perforando su vena y alimentándose de él —hasta el instante de su muerte. Con un aullido parecido al de un lobo, incluso para sus propios oídos, arrastró su boca lejos de ella y se forzó a sí mismo a estar quieto, porque ella no podía soportar más. Sacudiéndose como un hombre con fiebre, se dobló, y lamió la herida en su garganta.

No podía evitar saborear el último gusto de su sangre como lo hizo, lamentando la pérdida mientras las perforaciones comenzaban a la vez a cerrar y sanar. Sus ojos aún estaban abiertos, grandes en su rostro blanco, exhausto y satisfecho de placer.

—Bebiste de mí —susurró—. Lo hiciste después de todo… —Una solitaria lágrima se asomó al borde de su ojo, brillando. Fascinado, curiosamente afligido, la observó temblar y caer. —Hijo de puta —dijo ella con sorprendente claridad, y colapsó.

Tom la recostó sobre la almohada, sintiendo su lento pulso. Había tomado un montón de sangre, pero ella no había muerto. Ni siquiera necesitaría una transfusión ya que las células sanguíneas heredadas de Tsigana se regenerarían en sus venas mientras estaba dormida. Tom la cubrió con sus sabanas de seda y se sentó hacia atrás cruzado de piernas para verla dormir.Era hermosa, pálida, adorable, y fuerte. Una sonrisa jugó sobre sus labios. Estaba orgulloso de ella, y se dio cuenta de que ella simplemente cambiaba todos sus planes. La dejaría vivir, la dejaría ser la tentación de todo aquel que buscaría su caída tratando de matarla. Pero no tendrían éxito, porque ella estaría con él, no haciéndolo más débil, sino más fuerte.

Estirándose, tocó una mancha escarlata en sus sábanas blancas.—Seda ensangrentada —murmuró él, y comenzó a reír—. Elizabeth, eres mía.

* * *

Encontró el apartamento de Mihaela sin dificultad. Era fácil rastrear la residencia de Elizabeth ahora que su olor, sus pasos, su presencia, llenaban cada uno de sus sentidos. Era en una agradable casa antigua llena de inesperada luz. Ningún rastro de sus trabajos oscuros plagaba la caza de los cazadores de vampiros, simples paredes blancas y brillantes pinturas y cortinas que dejaban entrar la temprana luz del amanecer. La había dejado más tarde. Iba a ser difícil hacer todo lo que quería hacer.Irrumpió a través de las ventanas cerradas de la sala de estar, llevando a Elizabeth en sus brazos, envuelta solo en la camiseta de él y el manto que había usado en sus tres siglos dormido. El piso estaba vacío. Mihaela estaría afuera con sus colegas, rastreando la ciudad en busca de Elizabeth y él. Esperaba que no hubieran destrozado al Ángel; si lo habían hecho, Angyalka estaría escupiendo con rabia.

Encontró la pequeña habitación libre que era el hogar temporal de Elizabeth. Estaba llena de sus cosas—los bolsos que recordaba de Bistrila, papeles, cintas grabadas—todo en un caótico desastre. Tom la recostó sobre la cama y abrió la capa como si sostuviera un regalo poco común. Por un instante, su mirada bajó hacia ella. Luego, con sus dedos, tocó sus labios, la casi desvanecida herida en su garganta, y su continuo corazón latiendo.

—Volveré —murmuró—, después de haberme hecho cargo de unos cuantos cabos sueltos.
Ella no respondió, pero estaba bastante seguro de que recordaría las palabras cuando despertara. No importaba mucho. Ella era suya, y vendría a él cuando estuviera lista. Hasta entonces, los cazadores de vampiros la mantendrían a salvo. Desde la ventana abierta de la sala de estar, vio un auto conducir por la curva. Dentro estaba Mihaela y el cazador húngaro. La mujer salió, luciendo ambos derrotados y molestos. Bueno, por lo menos estaría feliz cuando llegara a casa.Dejó la puerta de la habitación abierta, así vería de una vez que su amiga estaba ahí.
—Algunas veces —dijo Tom a la brisa—, me sorprendo a mí mismo.
Saltó fuera de la cornisa hacia el viento. Los dos de abajo levantaron la mirada con alarma instintiva, pero todo lo que verían serían sombras desvanecidas flotando sobre los techos hacia el río, y Buda.Era tiempo de ocuparse de Lajos—había dejado que la rata se retorciera durante el tiempo suficiente y exacto para cuando el hacha de la venganza cayera.

21 ene 2012

BOS: Capitulo 11

Este capitulo es de mis favoritos así que espero que les guste... Tengo una resaca de padre y señor nuestro, me pase con el vodka, la cerveza y el aguardiente XD... En fin espero disfruten y que la señorita Clau suba pronto capitulo que tengo muchas ganas de leer XD bye!



Capítulo 11


En algún momento temprano durante el extraño vuelo, su miserable terror se convirtió en asombro. El mundo se sacudió, mientras sus ojos aceleraban, mientras tanto, el planeaba meciéndose, sintiéndose más como los sueños de volar que tuvo en su infancia que cualquier cosa basada en la realidad. Colgando de su hombro con una mano, la tela de su camisa con la otra, observo la belleza de la ciudad desde este ángulo: los tejados congregados de Buda contra la negrura del cielo nocturno. Ella incluso obtuvo algunos destellos borrosos de personas que se desplazan en las calles.

—¿Estamos volando? —exclamó. Arrastró su mirada fascinada hacia su cara a tiempo para ver cuando él la miraba con algo así como una aprobación sorpresiva.
—¡Dios, no! —Su mirada la dejó. Ella sintió de nuevo la tensión de sus músculos y el sobrenatural vuelo por los aires apretaba su estómago.
— Simplemente saltando.

Aterrizaron con un golpe suave, y casi antes de que ella se diera cuenta, estaban corriendo de nuevo, corriendo mucho más rápido de lo que era humanamente posible a través de los tejados y saltando por encima de los espacios entre ellos.Finalmente, ella se acordó que debería estar enojada, incluso si su miedo se había ido temporalmente.

—¿A dónde me llevas?
—A mi palacio. Palacio.
No guarida, o estudio, o cripta.
—Tienes un palacio en Buda —repitió.
Por supuesto, su definición y la de ella serían diferentes. Él vivía debajo de la tierra, en sótanos y alcantarillas, ¿por qué no olía mal?
—¡Oh, no! Aprovecho a ir a la nueva ciudad de Pest. —Él se desvió, a continuación, saltó, y Elizabeth volvió a ver el Danubio extendiéndose ante ella.
—Tú los has estado engañando —dijo consternado.
—Dejando un rastro falso.—Sólo en caso de que ellos tuvieran la previsión de ver, o tener la habilidad de observar.
—Ellos se veían como una mancha para la mayoría de la gente.

Él se movió tan rápido, que sólo sería la mitad de un flash vislumbrado con el rabillo del ojo de alguien. Un parpadeo para desactivar el efecto borroso y que se habría ido. Nadie podía verlos y nadie sabía lo que haría. Su bolso con su teléfono y el timbre de alarma estaban detrás en el Ángel. Ahora estaba verdaderamente sola. Y en pocos minutos, si ella sobrevivía tanto tiempo, el temor la golpearía con la venganza. Justo ahora, ella podía saborear su ausencia, incluso se preguntan a sí misma que tanto podría resistir.

—¡No hay un techo sobre el río! ¡Incluso tú no puedes ir tan lejos! ¿Cómo vas a cruzar al otro lado?
—De este modo —dijo Tom, y se abalanzó. El aire se precipitó a través de su pelo, tirando de su piel, mientras se encontraban con el suelo. Esta vez ella escondió sus ojos en su hombro. Pero parecía que no tenía intención de matarla de esta forma. Por un instante, aterrizaron en el pavimento frente al Puente de las Cadenas. Ella abrió sus ojos, mientras el saltaba una vez más.

En silencio, sólo podía mirar con asombro mientras ellos daban saltos, en la parte superior del arco yendo de una piedra a otra, cada vez más cerca del edificio del Parlamento del otro lado.

Incluso descubrió que, pasaban inadvertidos.No había nada que él no pudiera hacer, no había forma de que ella o los cazadores pudieran derrotarlo. Y era ella quien lo había despertado. No era el tipo de fama que había imaginado, un lugar firme para ver los textos secretos de los cazadores de vampiros era lo que realmente pretendia.

Pero él no se conformaría con eso, ¿verdad? Quería dominar al mundo, tanto humanos, como vampiro.Alejándose del río, llegaron a una serie de calles y plazas bien planeadas con grandes casas clásicas construidas. Una vez fueron las viviendas de la poderosa aristocracia para quienes fueron construidas, hacía tiempo habían sido divididas en pisos, o eso era lo que les habían hecho creer.

—Abrázame fuerte —dijo Tom en la azotea de un edificio, justo antes de pisar en él.Si sus huesos se rompieran, el aún podría beber de su sangre, y ella no podría estar en posición de combatirlo.

Él aterrizó con las rodillas dobladas, mostrando con la facilidad la fuerza, obviamente de una larga práctica, y la dejó estabilizarse con su cuerpo hasta que sus pies tocaron el suelo. Entumecida y mareada, se habría tropezado y caído si él no hubiera mantenido su brazo en su cintura mientras se movía por el costado de la casa hacia una puerta de entrada imponente.

Humillada, enojada e impotente, le espetó:
—No hay necesidad de sostenerme con tanta fuerza. Después de tu actuación, no tiene mucho sentido que trate de huir, ¿verdad?
—Ninguna —él estuvo de acuerdo. Él abrió la puerta, con una clave. No es un sótano, entonces.
El abrió la puerta, la llevó adentro, y la cerró. Y el aumento de ira de Elizabeth se desvaneció.

Después de todo, ahora era tan inútil como correr.Ella estaba de pie en una sala grande, llena de gracia, débilmente iluminada por una lámpara de pared retro, pero adornada con grandes pinturas opulentas, de estilo renacentista. No había mucho mobiliario en el camino, más que un alto perchero de caoba, con un abrigo de cuero negro colgando de un gancho.Ella se quedó mirando las obras cornisa que elegantemente decoraban el techo hacia delante hasta una escalera con una curva enorme. También estaban encendidas las luces de la pared colocadas estratégicamente. Ella subió.

—¿Tú vives aquí? ¿En esta casa? ¿Dónde están los propietarios? —Muertos, por supuesto; él se los había comido.
—Yo soy el dueño —reprochó él, como si hubiera leído sus pensamientos, como si ella no pudiera olvidar el pasado, Dios le ayude.
— Yo lo compré. Con esos trozos de papel que hacen pasar por dinero en estos tiempos tan extraños. Ven.

Paso abriendo las puertas dobles, que la llevaron a un salón enorme, adornado con cortinas de terciopelo rojo oscuro y con papel tapiz modelado de forma oriental. Dejándola en la puerta, Tom se movió alrededor de la sala oscura, encendiendo velas que poco a poco iluminaron el contenido: grandes alfombras esparcidas por el suelo, un sillón reclinable, innumerables cojines turcos, una mesa baja, redonda, y lo más bizarro, un televisor.

La mirada de Elizabeth se posó en Tom, que estaba mirándola. Ella tragó saliva. Esta era su realidad. Ella ya no podía esconderse detrás de la ira o la lujuria o la sorpresa, ni podía confiar en otros para salvarla.

—¿Me has traído hasta aquí para morir? Caminó hacia ella, delgado y ágil como un gato grande, inalterado por su reciente carrera por los tejados de Budapest. Nunca había existido una criatura más hermosa, o más letal.
—Lo siento. —Él tomó su mano. Ella lo miró, una muy linda sombra de color café dorado provenía del sol, o de la iluminación cálida que él había conseguido, descansando sus inertes e indefensos dedos grandes, en los suyos largos y pálidos. Su voz era suave, aunque no lujuriosa o burlona. En cambio, parecía tener un atisbo de disculpa genuina.
—Nunca lo habría hecho en el club. Yo nos prometí una noche juntos a ambos. No esa mierda furtiva en una pista de baile pública. No podía resistirme a jugar tu juego. Te veías tan…

Ridícula.

—Deseable. —Su tono de voz se hizo más bajo, cálido y ronco, y a pesar de todo, su cuerpo se estremeció en respuesta. Su mirada vagaba por su garganta, sus hombros y pechos, bajando por su vientre y de sus caderas a sus piernas, y de vuelta a su cara.
—¿Por qué? —murmuró ella.

No fue una pregunta muy clara, pero de nuevo el parecía comprenderlo.

—Tal vez porque se lo debo a mi Despertador más que eso.
—Movió sus dedos, acariciando su palma, la suavidad y sensibilidad entre el pulgar y el índice.

Una caricia, cubriendo con una pausa que duró demasiado tiempo, un titubeo característico. Levantó su mano libre y tocó su mejilla, ahuecándola en su palma.
—Y debido a que tu belleza me persigue. No sólo este hermoso rostro, o incluso este cuerpo delicioso, pero. Quiero saber.

—Los músculos de Elizabeth se sacudieron, en respuesta ante el más extraño de sus descubrimientos.
— No me quieres matar…
—No —admitió. —No quiero.
—Nada te obliga —ella se citó desesperadamente.
—Me gustaría que fuera cierto. Pero nosotros somos de diferentes especies, tú y yo, y pensamos de manera muy diferente. Si pudiera elegir, me gustaría drenarte de toda tu fuerza que pudiera tomar sin tener que matarte. Pero entonces, la fuerza de la vida seguiría siendo la suya, y si yo no la tomo, será uno de mis enemigos. Eso es lo que no puedo permitir.
—¿Tus enemigos? —Ella estalló, molesta por el efecto calmante de su profunda voz, razonable voz para decir palabras tan monstruoso.
— ¡Yo no desperté a tus enemigos! ¿Para qué me usarían?

Sus ojos escanearon los suyos, tratando de entenderlo, solo que ella no podía. Sus labios se arquearon.
—Ven siéntate.Él la llevó a través de la sala y la deposito en el asiento con una galantería pasada de moda que debería haberla complacido, contrario a su declarada intención de matarla. Y, sin embargo no fue así. Era como si ella hubiera entrado de lleno en su loco mundo.Mierda, ¿realmente ella iba a perdonarlo?

Esa pequeña capa de calor intenso que podía sentir crecer cerca de su corazón, era placer, porque ella había estado en lo cierto y ¿el sentía algo por ella?Este sorprendente, hermoso y fascinante ser que se preocupaba por ella. Sin embargo por loco que fuera, significaba algo. Ella no podía soportarlo.

Aturdida, ¿era mejor que estar deslumbrada? Ella lo vio tomar una botella y vasos de un antiguo armario en la esquina, y luego llevarlos a la mesa frente a ella.
—¿Te gusta el champán? —preguntó él, sentado a su lado alcanzando la botella.
—Nunca he estado en condiciones de probarlo.
—Me encanta. Voy a comprar un terreno aquí y plantar vides para hacer el mío propio. Entiendo que nunca tendrá el valor snob del champán francés, pero estoy esperando que sea al menos tan aceptable como el mejor Prosecco italiano. Ella cerró la boca.
—En realidad no dejarías crecer la hierba bajo sus pies, ¿verdad?
El corcho silbó con un pop, y él derramó vino burbujeante en los dos vasos.
—Sólo porque tú tienes mucho de eso no significa que puedas desperdiciar el tiempo o el vino.

Salud.

Ella tomó el vaso de él. Vivir el momento. Y ella nunca tendría la oportunidad de hacer algo así otra vez.
—¿Así que también comes y bebes? ¿Cómo la gente normal?Sus labios temblaban.
—¿Cómo la gente normal? No. Yo no como tu comida. Puedo beber ya que mi cuerpo lo absorbe. Incluso puedo ponerme vilmente borracho, pero no lo haré. Un vampiro ebrio no es un espectáculo agradable.
—Hey, puedo soportarlo. He estado en Glasgow el viernes por la noche. —Fue un comentario irreflexivo, ella esperaba que él lo dejara pasar.

Ella no estaba preparada para su rápida sonrisa de agradecimiento, o su propio placer tonto inspirado por eso. A pesar de todo lo que sabía, se sentía como una recompensa.Como el Síndrome de Estocolmo… (Enamorarte de tu secuestrador)
—¿Es esta tu ciudad natal? —le preguntó ella.
—Casi. Vivíamos en una pequeña ciudad cerca de aquí.
—¿Nosotros?
—Mis padres y yo.
Él tomó un sorbo de vino, observándola con tanta intensidad que ella levantó su propio vaso para como protección.
—Eres una dama de aprendizaje —observó.
— Una académica. ¿Qué te llevó por ese camino?
—Yo era buena en eso.
—Sin embargo, te graduaste hasta los veintiocho años. Entiendo que eso es mucho tiempo.
—¿Cómo demonios sabía eso? Bill.

Ella le había dicho a Maria, junto a todos los demás que la entrevistaron, una breve biografía con sus calificaciones para demostrar que ella no era sólo una pérdida de tiempo.

—Sólo tarde el estándar de cuatro años. Yo era una estudiante madura.
—¿Por qué? ¿Qué hiciste antes?
—Cuidaba a mis padres.
—¿Estaban enfermos? Ella asintió con la cabeza.
—Mi padre tenía la enfermedad de Alzheimer. —Ella le lanzó una rápida mirada.
— ¿Sabes lo que es?
—¿Un tipo de demencia sufrido sobre todo por la edad?
—Sólo la mayoría. Mi padre lo contrajo cuando era relativamente joven, lo que significaba que no estaba en condiciones idóneas para cuidar a mi madre, quien tenía la enfermedad de Parkinson. —Ella tomó un sorbo de champán.

Se sentía extraño estar hablando de estas cosas. Ella nunca lo mencionó a nadie. Aquellos que necesitaba ya lo sabían.
—¿Cuándo? —preguntó.
— ¿Cuántos años tenías? Ella se encogió de hombros.
—Quince o menos. Cuando no lo recuerdo bien.
—¿Fuiste a la escuela?
—Cuando podía. Lo hice bien, teniendo en cuenta las ausencias.Él tenía el ceño fruncido.
—¿Nadie te ayudaba?
—Mi tía venia dos veces al año y bebía té con mi mamá. Mis amigos me ayudaron, me encubrían... Yo me hice cargo. Si no lo hubiera hecho, las autoridades habrían hecho algo, llevándome a algún centro de atención para menores. Pero mi papá necesitaba la familiaridad, no una nueva casa, y mi madre lo necesitaba allí, incluso cuando el dejó de saber quién diablos era ella. —Ella tomó una respiración profunda—.

Por extraño que parezca, cuando mi mamá finalmente murió, mi padre le siguió el año siguiente.Él asintió con la cabeza.
—En algún lugar, él todavía sabía que ella era su raíz, quien lo sostenía a la vida. Ellos se necesitaban mutuamente tanto como te necesitaban a ti.

Ella nunca lo puso en palabras antes, odiaba el sentimentalismo sensible que podría surgir de la misma simple y mancillada verdad. Ella se encontró a si misma observándolo con algo parecido a la gratitud.

¡Estocolmo! ¿Recuerdas Estocolmo? Tom continuó:

—Sucedía así con mi gente algunas veces. Cuando las cosas que les resultaban familiares, como familia, amigos y enemigos, desaparecieron, no había nada para hacerles la vida soportable. Eso los volvía locos.

Mientras hablaba de su pueblo, los antiguos, todos los cuales habían desaparecido, ella alcanzó a ver, algo oscuro e insoportable, una soledad más allá de cualquier cosa que ella había conocido jamás, ni siquiera en sus peores momentos. Eso la motivo a hablar.

—Ellos dicen que estás loco.Sus labios se curvaron nuevo.
—¿Quiénes? ¿Los cazadores de vampiros?
—Hay documentos —dijo ella a la defensiva.
—Por supuesto que los hay. ¿Escritos por quién? Por los que se sobrevivieron cuando él había “muerto”.

Como si pudiera leerla, la comprensión apareció en sus ojos, sonrió.
—Hay mucho de verdad en su tesis, Elizabeth Silk. Muchas cosas son dichas y se pretenden justificar los actos que de otro modo serian injustificables. Ella se inclinó hacia adelante para establecer la copa.
—Dicen que solo mataste a otro Antiguo. Por una mujer.
—Tsigana. —Él la miro mientras decía ese nombre. Pero ella no podía ver ni rastro de emoción.
—¿Lo hiciste?
—Tal vez. Oh, yo lo maté. Tal vez fue la locura, ciertamente no lo puedo justificar. Y algunos de ellos estaban sobre Tsigana.
Elizabeth tomó una respiración profunda, pero ella no tenía nada que perder.
—¿Es por eso que te traicionó? Sus labios se torcieron.
—No. Ella me traicionó porque yo no le daría lo que ella buscaba, la vida eterna.
—¿Ella quería que la convirtieras en un vampiro?
—Ella amaba el poder, pobre Tigsana. Fue lo que la llevo hasta mí. Pero cuando puedes ver el poder pero no tocarlo, no es suficiente. Ella quería más. Yo se lo negué y Maximilian se lo prometió. El resto fue inevitable. Aunque debo decir que el que rió último fui yo. Maximilian nunca le dio su regalo prometido. Supe que murió de anciana.

Parecía darle satisfacción, era difícil decirlo. Su mirada estaba fija en su copa de vino, la media sonrisa aún sin desvanecerse de sus llenos y sensuales labios.
—¿No lo sabías? —explotó Elizabeth. ¿No sospechabas que ellos te estaban traicionando?
—Debería haberlo hecho —acordó él.
— Los conocía —a los dos— los conocía muy bien. Supongo que debió ser la locura de la que hablabas. —Llevó la copa a sus labios y bebió, como si eso pudiera ocultar las viejas y feas heridas.

Pero el rastro de la tragedia se quedaba en sus negros, y no tan inexpresivos ojos.El nuevo conocimiento corrió a través de ella como una revelación, peculiarmente devastadora. No era locura. Era simplemente amor.Él bajó su copa y la encontró mirándolo. Rió.
—¿Qué pasa? ¿Crees que soy incapaz de amar porque soy malvado?
—¿Lo eres?
—¿Incapaz de amar? Ven aquí y te lo demostraré.
—Malvado —ella dijo firmemente.
—Como la belleza está en el ojo del observador. Era tan fácil hundirse en sus ojos, en su oscuridad. Cortar el frágil hilo que la unía a la realidad—casi.
—¿Realmente quieres dominar el mundo? ¿Como algún loco villano de una vieja película?El brillo volvió a sus ojos—de burla o lujuria. O ambos.
—Eso es una meta a largo plazo. Justo ahora, todo lo que quiero es hacerte el amor. El estómago de ella se tambaleó.
—Oh, no. Sé lo que viene luego de eso.
—Falta mucho tiempo para el amanecer.

Ellos estaban bromeando, coqueteando sobre su vida. Ella debería estar horrorizada. Debería estar corriendo, aunque fuera inútil. ¿Era ella tan patética que sólo se quedaría acostada y morir por él? Enfréntalo, Silk. No es la parte de la muerte la que quieres, sino la del amor. Estirándose, él acarició su cabello, cepillando sus risos revueltos hacia detrás de su hombro. Podría haberse equivocado, pero imaginó que su mano de paralizaba al hacerlo. Su toque en la piel de ella era suave, sensual, insoportablemente delicado. Sus hipnotizadores ojos quemaban. Les provocó dolores a ambos.La respiración de ella se detuvo. El juego no había terminado. Ella tenía una última carta, si se permitía usarla.

Ella se apoyó en él y acercó su rostro hacia él. Él inhaló su olor, sin sonreír ahora, saboreándola. Sus labios se separaron, pero no tomaron los de ella. Su único contacto era la mano quieta y pesada sobre el hombro de ella.Dios ayúdame…Su corazón palpitaba con fuerza anticipándose a lo que iba a hacer.

Ella cerró sus ojos, juntando fuerza y coraje, y rozó sus labios con los de él. Cuando ellos se movieron en una inmediata respuesta, ella pasó su lengua por su labio superior, desde una punta a la otra, luego la metió en su boca, posesionándose de su boca.Sus brazos la envolvieron, no aplastándola sino acunándola, permitiendo su beso, permitiendo que los brazos de ella se movieran en su cuello, hasta que sus dedos pudieran enredarse en su largo y suave cabello. La boca de él se movió sobre la de ella, su lengua acariciando la de ella sin prisa. No había restos de la urgencia caliente del encuentro en El Ángel, y ella le estaba agradecida por eso, porque ahora mismo no podría soportar eso.

Esto era quemarse lentamente, aunque no por eso menos intenso, ni menos placentero. Fueron las manos de ella las que se desviaron primero, acariciando las vértebras de su espalda y por debajo de la cintura de su pantalón. La piel de él era suave y fría, pero él no se quedo quieto bajo sus dedos. Era como si el cuerpo de él los retirara. Ella no habría sido humana sino hubiera empujado más hacia abajo sobre el tenso oleaje de sus nalgas. El movimiento de su cuerpo contra el de ella se volvió más pronunciado y más sugestivo frotando su pecho contra los suyos hasta que la lenta quemazón que había estado imaginando de repente la golpeó.

Cuando él deslizó sus dedos debajo de los finos tirantes de su vestido y los dejó caer sobre sus brazos, la boca de ella se abrió en un grito de necesidad. Él vio su oportunidad, y la besó con una lengua insistente y labios sensuales, y puntiagudos y perversos dientes que enviaron llamas de deseo con cada rozadura y caricia a través de ella. Sentirlos, sabiendo lo que él era, debería haber transformado su lujuria en terror.

Sin embargo, liberó una inundación de humedad sexual entre sus muslos, el peligro urgiéndola a chupar uno de esos colmillos, tomarlos entre sus labios y chuparlo.Él se estiró y le sacó el vestido por el cuello, liberando finalmente sus pechos. Ella no miró. Ella sabía que sus dolientes pezones estaban erguidos, rogando por él. Él miro por mucho tiempo, tanto que ella pensó que estaba cambiando de parecer. Él no respiraba, sólo jadeo una sola vez dejándole a ella saber que sentía. Ella tenía sus oscuros y devorantes ojos. Pequeñas llamas parecían bailar allí, doradas y ámbar…pero podría haber sido las luces de las velas.

Tom curvó su cabeza. Al mismo tiempo su mano en la cabeza de ella la echó hacia atrás contra el almohadón, y tomó su pezón entre sus labios.Ella cerró los ojos mientras trataba de absorber las sensaciones que crecían más afiladas, más intensas con cada pequeño tirón de sus sensuales labios y de los parpadeos de su lengua. Su mano se deslizó hacia arriba por su muslo, por encima del arrugado trozo de tela que era su vestido, hasta detenerse sobre el pecho que no estaba ocupado por su boca. Lo acarició suavemente con su palma, rodando el pezón entre su pulgar y su dedo índice. Cuando un gemido escapó de su boca, él sonrió sobre su pecho y levantó su cara para besarla en la boca mientras su mano continuaba su trabajo.

Elizabeth estaba perdida. El cuerpo de encima quemaba con sus atenciones, el de abajo clamaba por liberación. Ella arqueó sus caderas, buscando su tacto, buscando consuelo para la latente necesidad de su sexo. Ella encontró su mano. Firme y perversa, la presionó contra el sofá, haciendo a su cuerpo chillar de placer. Su mano estaba en su hueso púbico, sus dedos se movían sobre la humedad de su ropa interior, descubriendo su hinchado clítoris con facilidad. Él lo acarició a través del empapado algodón, y ella gimió y llorisqueó, besándolo con fuerza, pasión caliente que era en parte una silenciosa súplica.Sus dedos trabajando juntos, juntaron los jirones de algodón en sus pliegues hasta que su ropa interior comenzó a deslizarse hacia abajo por sus caderas y muslos, hasta que quedaron fuera.
—Preveo una noche de gran placer —le susurró él—. Ven

Enderezándose, se levantó sobre sus pies y tomó las dos manos de ella para ayudarla a hacer lo mismo. Mientras ella se paraba, consciente sólo del deseo y la necesidad, el provocativo vestido terminó de caer, dejándola desnuda.Los nublados ojos del vampiro se quedaron sobre su cuerpo. Él levantó las manos de ella hacia sus labios, casi como un acto de adoración que introdujo una nueva pregunta en ella. Luego él comenzó a caminar, conduciéndola con peculiar y cortes gracia, hacia una puerta interior que ella no había notado antes. Desmemoriada, ella lo miró mientras caminaba desnuda detrás de él, a través de la puerta, hacia otra gran y lujosa habitación que contenía a simple vista una gran, ornamentada y tallada cama de cuatro postes, con pesadas cortinas que combinaban con las de las ventanas.

Entre las cortinas, ella entrevió sábanas blancas. Ellas brillaban como seda. Elizabeth escuchaba su corazón martilleando. El miedo corriendo a través de ella finalmente, no por lo que ella estaba haciendo, sino por con quien lo estaba haciendo y porque ella se había rendido completamente. No había vuelta atrás, pero aún así necesitaba mantenerse cuerda, para ser consciente de algo más que la belleza de él y su propia lujuria…

Como si él hubiera sentido la tensión repentina de ella, se detuvo al lado de la cama y la besó en la boca, derritiéndola, drogándola con irresistible deseo. Él la acercó con sus brazos, presionando la longitud de su cuerpo desnudo contra el cuerpo vestido de él, y Dios, eso era sexy también, desde los botones de su camisa presionando en sus pezones, hasta la dura columna de su erección picando contra su abdomen. Ella estaba cayendo otra vez, volviéndose loca otra vez. Su estómago se disparó mientras él la levantaba en sus brazos, aún besándola.

Y porque ella quería también, tiró de su camisa, liberándola de su pantalón con una sola mano, tratando de desabrochar sus botones con la otra. Era un intento desesperado de control —el deseo de ella, no el de él— pero mientras él la acostaba en la cama simplemente desgarró la camisa, los botones dispersándose por el piso, semejante obstáculo desapareció. Había sólo un deseo. Y la hizo tirar de él con ambas manos, desesperada por sentir la pálida y dorada piel de él sobre la suya.

Él era magnifico, como ella sabía que sería. Los torneados músculos de sus brazos, sus anchos hombros. Un mechón de negro cabello, cayendo sobre su poderoso pecho, estrechándose hasta una fina línea de su estómago plano, como una flecha señalando hacia la cadera de sus pantalones, los cuáles él empezó a desabrochar.Desde la poca experiencia de Elizabeth, debió haber habido un salto poco digno y lucha para sacárselos, deshacerse de sus pantalones y medias. Por derecho, él debería al menos sentarse sobre la cama para evitar eso. Pero él no la privó de la vista de su gradualmente expuesto cuerpo, ni siquiera por un momento. Su ropa interior fue jalada hacia abajo junto con sus pantalones, dejando que su sorprendente erección se liberara sobre su terso estómago.Su atención quedo acaparada por su increíble órgano, ella se perdió el momento en que él se salió de sus pantalones y medias. Ella levantó su mirada sólo cuando él se adelantó un paso y se hundió en vez de saltar en la cama.

Ella abrió su boca para hablar, pero sin saber que decir, aunque eso no importó porque él la presionó contra las almohadas y la besó hasta que el mundo se volvió oscuro y hermoso. Y su blanca piel estaba bajo sus manos, fría y suave, mientras ella subía y bajaba sus manos por la longitud de su hermosa espalda, sintiendo los músculos ondular por sus caricias. Debajo de ella estaba la lujosa suavidad de las sábanas de seda; por encima de ella estaba la electrizante dureza de su pecho, caderas y muslos, mientras él aparecía sobre ella, cubriendo su cuerpo. Sus delicadas manos y labios la hacían derretir.

—En mi vida —él dijo entre los besos—, he conocido muchas mujeres, muchos amores.

Algo parecido a los celos se retorció a través de ella. Se retorció debajo de él, tratando de sujetarse a su boca, desesperada por callarlo, para enterrar la descarga de insuficiencia en la intensidad de su lujuria.Las manos de él estaban sobre su cabello, manteniendo su inquieta cabeza firme, para que su intensa mirada la taladrara.

—Cada una es diferente; cada una dulce, durara una década o sólo un instante. —Su rodilla se deslizó hacia arriba, separando sus muslos, y ella gimió fuerte ante el tacto de su eje deslizándose en su interior—.

Y si he aprendido algo a lo largo de los milenios, es esto: que en el amor, sólo los momentos importan.La cabeza de su órgano tocó su entrada. Él besó su boca, larga y sensualmente.
—Por este momento, esta noche, Elizabeth, te amo.

La boca de ella se abrió en una emoción muda, un sollozo que nunca llegó, él entró en su cuerpo con un solo y firme empujón. Todo se disolvió antes de la sensación, excepto el conocimiento de que ella estaba en ese momento teniendo sexo con el vampiro más poderoso de todos los tiempos. Él dejó escapar un sonido parecido a un gruñido, que podría haber sido un suspiro en cualquier otro, y empujó más adentro. Ella se arqueó para encontrarlo y lanzó un grito apagado. Totalmente enfundado en ella, él se sintió gigante, llenando y extendiéndola hasta su límite. Y aún así era muy bueno.

Nadie jamás los hizo sentir como estar dentro de ella.Nadie tampoco se había movido dentro de ella como lo hizo él, lento y sensual, haciéndole el amor con todo su cuerpo, no sólo su pene. Su espalda, sus caderas, undulaban bajo las caricias de las manos de ella, empujando dentro de ella mientras se inclinaba para besar sus pechos. Él alcanzó su centro, encontrando lugares de los cuáles ella no se había dado cuenta que tenía, lugares que brillaron bajo sus empujones y fuego, llenándola de asombro y deseo de más. Ella encontró su ritmo, apretándolo, y lloró con el placer que eso le dio. Ella envolvió sus piernas alrededor de las caderas de él, trayéndolo más cerca y más dentro.
—Te daré placer de todos los modos que lo quieras —él susurró—. Pero la primera vez tiene que ser así, dentro de ti.
—¿Por qué?
—Así yo puedo sentir tu alegría en el trascurso de la mía. Porque lo encuentro como lo más dulce. Porque así lo quiero. Porque justo ahora se siente como si hubiera esperado 312 años y 9 días por ti, por esto.

En la última palabra, él empujó fuerte y poderosamente, y ella lloró más por el salvaje placer. Retorciéndose debajo de él, amasando la tensión de sus nalgas, ella trató de obligarlo a que lo haga de vuelta; ella sintió la sombra del cuidado y autocontrol que él trató de mantener, y con su repentina y peligrosa necesidad de hacérselo perder, otro juego comenzó. Un juego que era dulce y excitante, y uno que ella no podía perder. A su urgencia, las estocadas de él crecieron en fuerza y velocidad, sorprendiéndola con cada golpe, construyendo el fuego que la consumiría en segundos.

—¿Ves? —él susurró, alimentando el creciente mareo de el orgasmo de ella.
—Esto es lo que necesitas, el estremecimiento, el amor…—

Él besó su boca, conduciéndose en ella, luego arrastró sus labios por su mandíbula a su garganta, y mientras el clímax se rompía sobre ella, él empujó de nuevo, intensificándolo imposiblemente mientras chupaba la piel de su garganta en su boca. En ese cegador instante, ella supo que si sobrevivía haciendo desaparecer el orgasmo, no lo haría. Él tenía razón. Este momento hacia que todo valiera la pena. Era vida.Luego todo pensamiento, coherente o no, se disolvió con la alegría. A través de ella, como si fuera a una gran distancia, ella escuchó su creciente gruñido haciendo más fuerte hasta convertirse en un grito, un aullido que sonó en sus oídos y vibró a través de su tembloroso cuerpo, junto con su final, casi brutal empujón que lo apagaron todo otra vez.Sus dientes arañaron su garganta, pareciendo temblar contra ella.

Ella tuvo un momento para anticipar el frío, e insensible placer que había sentido mucho tiempo atrás cuando él llevo su sangre hacia su boca, para maravillarse con oscura y terrible excitación que le añadía placer a su orgásmico cuerpo.

Y luego la boca de él la liberó. Él se inclinó sobre ella, poniendo su peso sobre sus manos, su aullido convirtiéndose en un grito crudo, triunfo animal.Elizabeth nunca había visto nada más hermoso que la alegría de ese ser a causa de ella. La fuerza eso lo paralizó a él, contrajo su cuerpo y añadió una intensidad poderosa a su hermosa cara, que era al mismo tiempo concentrada y perdida. Ese momento —un momento muy largo—de inesperada vulnerabilidad la desarmó totalmente. Los brazos de él colapsaron, su peso la aplastó, y su boca tomó la de ella nuevamente en un enorme y devorante beso. Ella se pegó al cuerpo de él mientras la tormenta se calmaba.
Y la verdad forcejeando en su sorprendida consciencia. Ella había ganado.Él había tomado su cuerpo, pero dejado su sangre.Ella había ganado.