26 ene 2012

Retrum: Capitulos 13 y 14



Capitulo 13

Pasaporte a la Oscuridad

“Cuando la música termine, apaga las luces”
JIM MORRISON

En casa me esperaba una bronca monumental de mi padre, que llevaba dos horas despierto y estaba a punto de llamar a la policía. Tras aguantar la reprimenda estoicamente, me abrió los párpados para ver si estaba drogado. De joven había hecho un par de cursos de medicina, y a veces me sorprendía con esa clase de prácticas.

―No he tomado nada, papá. Ni siquiera una cerveza. Estoy más sereno que un bebé.
―¿Qué has hecho entonces toda la noche? ―me preguntó mientras contemplaba extrañado su propio abrigo, que aún no me había quitado.
―Empecé a charlar con unos amigos y se nos ha hecho de día.
―¿Son de Teiá?

Sabía qué se escondía tras esa pregunta. Le preocupaba que me hubieran llevado lejos del pueblo. En moto.

―No, pero hemos pasado la noche por aquí. Una de las chicas es de Sant Cugat.
―Ah, chicas... ―Dijo esto con alivio, como si fuera una palabra mágica que lo explicaba todo. Sin embargo, mantuvo el semblante grave para que tomara en serio sus palabras―. La próxima vez, avísame si vas a estar fuera hasta tarde. Basta con que me escribas un SMS. Eso sí, no quiero que...
―Nada de motos, papá ―completé―. Ya lo sé.

Acto seguido, subí a mi cuarto. Mientras me aseaba un poco en el baño, oí el rumor de la tele en el salón. «Alguien empieza el día donde otro lo termina», pensé.

Iba tan zombi por la falta de sueño, que hasta el momento de colgar el viejo abrigo no recordé lo de Alexia. Había metido algo pequeño y cuadrado en mi bolsillo. Estaba envuelto en papel de seda negro.

Liberé el objeto rectangular de su mortaja. Para mi sorpresa, era un casete en su caja. La cubierta bajo el plástico transparente era un dibujo de quien me había hecho aquel regalo, supuse. Pintado con ceras, mostraba una mano en la oscuridad que sostenía una flor violeta.
Debajo había trazado con letras blancas el título: «NIGHT SHIFT» (Turno de Noche)

En el reverso había una lista de quince canciones escrita con un fino rotulador negro. Era una caligrafía algo irregular, pero femenina.

Mientras sacaba el casete, entendí que aquello era una recopilación de canciones que le gustaban a Alexia. Me sentí honrado a la vez que me preguntaba por qué no me había dado un CD o un lápiz de USB. ¿Quién diablos escucha cintas en el siglo XXI?


Mientras devolvía la cinta marca Maxwell a su cajita, me dije que lo «retro» debía de ser una seña de identidad de la banda, igual que la misteriosa flor.

Ya me había tumbado en la cama y trataba de convocar el sueño cuando recordé que en el altillo
de mi padre había encontrado, años atrás, un viejo reproductor de casetes guardado en una caja de zapatos.

Sin poder esperar, me incorporé y fui sin hacer ruido hasta su dormitorio. El televisor seguía escupiendo noticias en la planta baja, así que imaginé que mi exploración pasaría inadvertida. Antes de tomar una silla para encaramarme al altillo, que se hallaba sobre el armario, eché un vistazo a la mesita de noche de mi padre.

Seguían allí las fotos de Tom y mamá, dos fantasmas que no nos abandonaban ni a sol ni a sombra. El mismo altillo estaba lleno de cosas que habían pertenecido a mi hermano.

Me alegró dar enseguida con la caja de zapatos. La liberé de las gomas que la cerraban, y allí estaba: un reproductor horizontal de casetes marca Califone que debía de tener más de 25 años. Era de color beige, con una vasta botonera formada por cinco teclas. El volumen se controlaba con una ruedecita dentada.

Con mi tesoro bajo el brazo, devolví la caja de zapatos al altillo y dejé la silla en su lugar. A
continuación, volví a mi cuarto dispuesto a poner el Night Shift de Alexia cuanto antes.

Enchufé el aparato y pulsé la tecla STOP/EJECT para levantar la tapa de cristal oscuro del reproductor. Encajé la cita de casete y, tras cerrar la tapa, le di al PLAY. Aguardé expectante el inicio de la música.


Aparte de un susurro de fondo, el sonido era bastante aceptable. La primera canción daba nombre a la recopilación y era de Siouxsie & The Banshees. Se abrió con un compás de tres lejanas notas de bajo, al que siguió una guitarra distorsionada. Una voz oscura de mujer cantó entonces:

Only at night time
I see you in darkness...
¿What goes in your mind,
always silent and kind
unlike the others...?
(Sólo por la noche / Te veo en la oscuridad... / ¿Qué pasa por tu mente / Siempre silenciosa y amable / a diferencia de los otros...?)

De repente la puerta se abrió. Sobresaltado, vi emerger la cabeza de mi padre, que miró con sorpresa el viejo reproductor. Tronaba en el suelo junto a mi cama. Paré la música.
Me estudió con su mirada ojerosa, como si no me reconociera, antes de preguntarme:

―¿Te preocupa algo?
―No me pasa nada, papá.
―¿Por qué no duermes, entonces?
―Tenía ganas de escuchar una cinta que me han regalado. Siento haber cogido este trasto sin tu permiso. ¡Es fantástico!
―Puedes quedártelo ―dijo mientras su mirada se desviaba hacia el colgador―. También el abrigo. Veo que ahora te gustan las cosas antiguas...
―Muchas gracias. No te importará entonces que lo tiña de negro, ¿verdad?

Capitulo 14

Los Ojos de Siouxsie

“Espéralo todo, y nada más”
DAVID SYLVIAN

Seguí despierto hasta el mediodía. Fascinado por aquellas viejas canciones ―algunas eran de la época del punk―, tras escuchar cada tema, buscaba videos por Youtube.

La vocalista de Night Shift, Siouxsie, llevaba en un concierto de 1983 unos largos guantes negros que me hicieron pensar en Alexia. El show era en el Royal Albert Hall de Londres, con Robert Smith, de The Cure, como guitarrista.

Cuando el zoom se acercó a sus ojos, descubrí que Alexia se pintaba exactamente igual que «la Diosa de Hielo», como también era conocida la cantante. Recordaba vagamente a una máscara egipcia. Me entretuve un rato garabateando con un lápiz negro aquella mirada penetrante en un trozo de papel. Luego lo colgué en la pared.

Mientras escuchaba el resto de las canciones, de vez en cuando levantaba la vista para mirar aquellos ojos o, mejor dicho, para que ellos me miraran a mí.

Hacia la una me entró hambre y bajé a la cocina para freír un par de escalopas con patatas. Mi padre había salido, así que comí solo y en silencio.

Tras lavar los platos, regresé a la cama y puse la canción nº 15 del casete. Era un tema de Japan, Night Porter, que se iniciaba con un lento acorde de piano. David Sylvian, su lánguido vocalista, entonaba el estribillo cuando en mi mente se hizo el fundido en negro.

Here I am alone again.
A quiet town where life gives in
(Aquí estoy solo otra vez. / Un pueblo tranquilo donde la vida ha sido derrotada)

Cuando me desperté, a las diez de la noche, tuve que hacer un esfuerzo para saber dónde me encontraba. Aturdido por alguna pesadilla, llegué a pensar que aún estaba en el cementerio, pero la suave calefacción central me hizo saber que me hallaba en casa.

Al encender la luz, me di cuenta de lo tarde que era y me asusté. En una hora me esperaban en la estación de Arenys de Mar. Me vestí a toda prisa mientras me preguntaba si llegaría a tiempo para tomar el último tren en dirección al norte. Pasaba por el Masnou, la estación más cercana a Teiá, hacia las diez y media de la noche, pero hasta allí había una buena caminata carretera abajo.
Aquí estoy solo otra vez. Un pueblo tranquilo donde la vida ha sido derrotada. De repente, llegar a la cita me parecía lo más importante del mundo.

Mi padre me interceptó en las escaleras con el abrigo ya puesto y los dos forros polares debajo.
―¿Vuelves a salir? ―preguntó alarmado.
El hijo atormentado que se pasaba el día leyendo en la habitación, de repente trasnochaba y dormía de día. Algo había cambiado.

Tranquilicé a mi padre con una excusa segura:
―Sí, he quedado con la chica de la que te hablé.
―Vaya... entonces va en serio la cosa. En lugar de dar vueltas por Teiá, dile que venga a casa. Hace un frío que pela.
―Hoy no puede venir hasta aquí. Por eso tengo... ¿puedes acercarme a la estación?
―¿Piensas ir a Sant Cugat a estas horas?
―Bueno, de hecho hemos quedado en Arenys para ir juntos a una fiesta. Por eso tengo que coger el último tren.
―Eso será si yo te doy permiso ―puntualizó.

Hubo cinco segundos de silencio que parecieron cinco eternidades. Luego me estudió con semblante severo antes de concluir:
―Te llevaré en coche hasta Arenys. Como padre, necesito saber con quién andas.
―No papá, prefiero que...
―O eso, o te quedas en casa ―concluyó.

1 comentario:

  1. ayyy los padres.....pero asi son que se le va hacer me gustaron los dos sube pronto

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