25 ene 2012

BOS: Capitulo 12



Capítulo 12


Tom salió de su boca, por fin, más para dejarla respirar que porque

terminara. La sangre aún latía a través de ella, caliente, dulce y seductora. Su corazón y pulmones bombeaban como pistones. Pero apartó sus brazos que aún se aferraban alrededor del cuello, el resto del cuerpo se hundió, letárgico. Casi inerte bajo el peso. Él se dejó ser su osito un poco más, porque ella podía, porque a él le gustaba esto.

Después de los días y noches de búsqueda y burlas, de luchas verbales y todos los decididos esfuerzos para matarlo, se sentía bien tenerlo saciado e indefenso a su cuidado. Y la verdad se sentía bien, mirar hacia abajo a su suave y satisfecho rostro, sus ojos todavía cerrados, sus abultados labios separados y brillantes.

Las delicadas mejillas rosadas a la luz de la vela, todavía sonrojadas con la pasión y el esfuerzo, su cabello caía y se enredaba en la almohada.La belleza se instaló en Tom. Elizabeth observó el movimiento de éxtasis mientras dormía y le produjo dolor. Tal vez liberarse, después de tres centurias de forzado celibato seguido por nueve agonizantes días de abstinencia autoimpuesta. Y por supuesto la anticipación siempre aumenta el placer. Cualquiera que sea la causa, está era una de las raras uniones que tocaban su alma.La belleza física, la habilidad sexual, el entorno erótico—no cuentan en esta rareza. Él estaba contento con el encuentro con ella.Él alivio el peso sobre los codos, y abrió sus grandes y oscuros ojos avellana moteados con verde hechizante, hasta mirarla.

Un maravilloso amanecer comenzó a cubrir con luz la salvaje pasión que la llevo hacia ella. Le dio algo nuevo y a ella le gustó. Él había tenido razón con esto. Había insondables profundidades en la sensualidad de esta mujer y él pensaba liberar un poco más antes del amanecer.Sin advertirlo, le sonreí, deslumbrada con su clara felicidad.

Y él devolvió la sonrisa, porque contra todas las probabilidades, sabía que ella era suya, que había ganado. Él rodó sobre su espalda, para evitar aplastarla hasta la muerte, llevándola con él, todavía unidos. Ella tirada sobre su pecho y la besó en la boca antes de arrastrar los labios hasta su pecho y succionar el pezón. Sujetó suavemente las flexibles nalgas con sus manos y apretó antes de realizar un empuje experimental que provocó un jadeo
.—¿Esto pretende encogerse? —dijo sin que se notara el descontento.
—No, mientras este dentro de ti —sonrió, arrastró sus manos a lo largo de nalgas y espalda y me acarició la cara
—. Creo que estás complacida —bromeó, sin embargo absurdamente se sentía como un niño sin experiencia esperando aprobación. Esto había sido muy largo, demasiado largo.
—Tú me complaciste. —Al parecer las palabras se derramaron sin permiso. Tan pronto como lo decía, se mordió el labio, como avergonzada, y para cubrirlo, lo beso en la boca.Tom no tenía nada para objetar. Comenzó otra vez a hacerme el amor, pero muy lentamente, obligando un control mayor que estaba fuera de mi naturaleza.

Fascinado, quería ver que hacia—si ella fallaba o esperaba que él reanudara el control, o tomara su placer con malvados secretos. Ella no lo hizo. Se movió sobre él como una gata, lenta y sensual, se tomó su tiempo para reconocer el cuerpo con sus manos y labios, con timidez, pero claramente aumento más el placer. Pero esta mujer que había liberado ya no retrocedía por el calor sexual. Ella lo abrazaba, ansiaba su placer como el de él, y se dedicó a lograrlo con una dedicación que le encantó.

Al final, Tom llego arriba con sus brazos y aferró el cabecero de la cama, remontando un torbellino mientras lo cabalgaba a un profundo y devastador clímax. Sonriendo, lo vio venir una vez más. Dado que ella se sentó a horcajadas sobre él, él se sentía muy cómodo como para moverse y besarla, se contentó con trazar el contorno de sus labios con un dedo tembloroso.

Ella capturó el dedo con su boca y lo besó. Parecía tanto decadente como angelical, casi como una pintura de Botticelli, mientras las insolentes puntas rosadas de sus pechos subían y bajaban entre su decaído pelo rubio ceniciento.Por último, dio un soplo de risa asombrada.
—Realmente no tienes nada pequeño ¿verdad?
—Aún estoy dentro de ti —señaló.
—¿Qué pasa si…? —burlándose, se comenzó a deslizar, pero él la agarró de las caderas para mantenerla en su lugar.
—No —dijo—. Eres demasiado deseable. Y ha sido un largo tiempo.
Se detuvo en media sonrisa con incertidumbre.
—¿Un día más o menos?—312 años más o menos un mes aproximadamente. Y nueve días por supuesto. Sus ojos buscaron los míos.
—Nunca me pareció un celibato. Nunca había conocido esto —confesó—, por el otro lado, 312 años no fueron mi elección.
—¿Y nueve días?Finalmente se movió, rodando sobre ella dejándola debajo de él.
—No fue tanto la abstinencia, sino el deseo que tengo hacia ti.

Abrí la boca como para decir: “¿yo?” pero la cerré de nuevo, claro no sabía si reír de la incredulidad o aceptar el cumplido.

Él dijo: —¿Tienes hambre?El desconcierto cruzó mi rostro.
—¿Hambre? No. Eso tal vez es pequeño. No estaba pensando en comida.
—Podemos tener sexo con las sobras. Su cuerpo se estremeció de emoción pero también de risa.

Apretó involuntariamente su pene, y él se retiró suavemente haciendo un suspiro y saboreando la situación.
—¿Realmente quieres comida? —pregunté mientras se deslizaba de la cama.—Los humanos siempre están hambrientos. Ella quiso decir algunas cosas, entonces se interrumpió, al parecer distraída mirándolo caminar desnudo por la habitación. A él le gustaba esto pero no tenía la intención de cambiar mi acción. Él cogió la bata negra de seda de la silla en la esquina y salió.

La cocina en la planta baja no era un lugar donde pasara mucho tiempo. Se había hecho con el mejoramiento de la casa y nunca se utilizo. Pero el refrigerador—un invento útil de los humanos—permitía contener algunos excelentes quesos y embutidos, ensaladas y frutas que había encargado especialmente para la noche con ella. Comenzó a preparar un plato.
Cuando escuchó las suaves pisadas en la escalera, por su mente atravesó que ella se estaba escapando, corriendo por la puerta principal. No tenía importancia. No iba a alcanzar la calle porque él la atraparía de nuevo. Sin embargo, ella no realizó ninguna pausa allí, pero cruzó el pasillo hacia la cocina. Sin querer sonreí.Su sombra y después su presencia, llenó la puerta. Levantó la mirada para verla de pie con la espalda contra la pared.

Llevaba la camisa desgarrada, a la vista la separación de sus hermosos pechos y sus bien formadas piernas emergían del borde, enviando su sangre a una carrera por sus venas una vez más.Pero se veía seria, casi ansiosa. Se preguntó si la alegría del sexo había desaparecido, había venido para suplicar por su vida o para pedir una comida cocinada. Puso unas cerezas sobre un plato y abrió la puerta del armario para encontrar un plato.

Ella dijo: —En los 312 años ¿estuviste consciente?Él hizo una pausa, contuvo la copa con las manos, entonces, la bajó y la llenó con jugo de fruta de la heladera.
—Mayormente, dormía.
—Ni siquiera puedo… —Camino hacia él con pasos rápidos—. ¿Cómo sobreviviste el aburrimiento?Él la miró sorprendido, porque ella infaliblemente encontró la parte más dura.
—La determinación de sobrevivir. No lo pienso mucho.
—¿Sobre qué, por el amor de Dios?
—¿Por 312 años?
—Todo. Entiendes que ya tenía más de dos mil años. Estoy acostumbrado a... er... pasar el tiempo. Pero no pude tener exactamente muchas distracciones... la venganza, es buena, la sentencia es otro mundo. Y por supuesto fue doloroso.
—¿Doloroso? —ella sonó insegura, como si sintiera emociones turbulentas.

Él dejó que una sonrisa remolcar de sus labios mientras pegaba un puñetazo a su corazón. Sus ojos se abrieron con sorpresa. Abrió la boca y agarró la mesa como para mantener el equilibrio.
—¿Sentiste eso? ¿Durante 300 años?Se encogió de hombros.
—Los primeros fueron los peores. Un cuerpo aprende a adaptarse. A veces, cuando despertaba parecía mi mejor compañero. Casi una sólida entidad —dijo para aligerar el horror, para reírse.

Pero ella no, lo siguió mirando con una compasión que parecía hacer más daño que recordar su agonía.Dejó que sus manos cayeran sobre el plato.

—Elizabeth, no puedo tomar el dolor, puedo tomar el aburrimiento y el hambre. Incluso puedo tomar la lujuria ciega y sin sentido que no puedo moverme para calmarla. Puedo soportar la traición y el tipo de furia que hace al cuerpo explotar. Pero no la lástima. No por la mujer que acabo de follar.

Él quiso provocar una reacción con su grosería, pero ella ni siquiera parpadeó, por lo que la atrajo hacia él y la besó duro. Y entonces con su casi desnudo cuerpo atrapado, no supo cuál de ellos era el distraído. A pesar que ella respondió instintivamente, como si no pudiera hacer otra cosa, comenzó a hacer preguntas, incapaz de abandonar el tema hasta que él metió la mano bajo la camisa, entre sus muslos, ella miró su cara con otro tipo de shock.

Ella parecía arder. Y así, depredador y triunfante, la depositó en la mesa de la cocina y la llevó al orgasmo con sus dedos, mientras le frotaba queso en sus pechos y rociaba vino sobre sus pezones. Entonces cuando, indefensa se agitaba por el placer, la lamió como si fuera poco, con lenta y deliberada sensualidad.Tras lo cual, la tomó y a la comida sobrante para llevarlas a la cama, a seguir la fiesta en su lugar. Era una oportunidad repleta de experiencias en una interminable noche. La emoción y la tensión en el Ángel de la seducción, el impresionante vuelo a través de Budapest, la montaña rusa de emociones que asaltó toda su noche, la arrastró y lanzó hacia adelante, aprendiendo sobre él y sobre sí misma. Por no decir del salvaje, intenso, glorioso y constante sexo. Elizabeth se sentía como una extraña en el mundo, sin embargo le dio la bienvenida con los brazos abiertos.

Esta noche parecía, que había comenzado a morir, trayéndola a la vida.Ellos hablaron mucho. Incluso durante el sexo, no las crudas palabras designadas sólo para la autosatisfacción, sino calientes, le dijo lo hermosa que era, lo mucho que la quería, lo mucho que la adoraba, lo que le provocaba. A lado de eso, las otras conversaciones parecían menos novedosas, incluso fragmentos de lo ocurrido hace cientos de años.

Ella se encontró contando pedacitos aburridos de su vida, los amigos que fueron importantes, los pocos hombres con los que había salido, confiado y perdido. Y se encontró con que ya no pensaba en los hombres con una mezcla de humillación, autocompasión y autoexpresión. Estaba acostumbrada a evitar pensar en ellos tanto como podía, desapasionada sin humor triste. Fueron experiencias de vida, eso fue todo. Y ninguna se acerco a está, no, incluso Richard, a quien también menciono de pasada. Richard que nunca la había besado, ahora ella estaba feliz. Una vez que se extendió por el suelo, examinando la multitud de libros que había encontrado en su dormitorio, vestida solo con una camisa de seda para protegerse del frío del amanecer, dijo:
—¿Es así como te atrapo el siglo XXI? ¿Cuántos de estos leíste?Encogió los hombros y desnudo se hundió en la silla de al lado. No sentía frío.
—Pedacitos de todos. Y la televisión es maravillosa. Tengo una computadora portátil, demasiada información sin fin con solo tocar unas pocas teclas. Ella sonrió y saco las piernas de la espalda a la vista de él.
—Pareces tomarlo con calma.
—Trescientos años parecen más largos para ti que para mí.
—Has estado dando vueltas desde que el mundo comenzó…
—No tanto —dijo sarcásticamente
—. No recuerdo a los dinosaurios. De hecho, hasta esta semana nunca incluso había oído de los dinosaurios.
—¿Realmente somos de la misma raza? —Se sentía bien sorprenderlo, para sentir su acariciante mano detenerse en su cabello después de continuar.
—¿Dónde escuchaste eso?
—Lo leí. —Capturó su mano inquisitiva que se deslizaba dentro de la camiseta, no para prevenirlo, sino para sostenerla contra su pecho
—. Tú lo escribiste.
—Probablemente lo hice, pensando en la pequeña idea de predicarlo a la posteridad. ¿Dónde lo leíste?
—En la biblioteca de los cazadores. Es extraordinario, las cosas que tienen ahí.
—Debería echar un vistazo alguna vez.Levantó la mirada hacia él con súbita inquietud, pero toda la atención de él aparentaba estar en su mano, la que estaba ahora acariciando su pecho desnudo.
Su concentración, especialmente después de todo el sexo que ya habían disfrutado, era muy gratificante como también excitante. Y Dios, él era hermoso, con el enredo de negros mechones cayendo sobre su pálida mejilla, sus llenos, sensuales labios separados, sus grandes ojos marrones ahora más cálidos que opacos. Había aprendido a leer algunas de sus expresiones, los signos de lujuria como también la risa, las bromas, las raras ocasiones de tristeza y rabia. Él tenía mil años de edad. Hubiese sido extraño si no fuera un hombre complejo. Ella siempre había estado preparada para eso, y para su propia curiosidad sobre la historia que él había tocado. Lo que no había esperado era la fuerza de su deseo por conocerlo.

Y aún en una vida—su vida—incluso si pasaba cada momento despierta con él, nunca la conocería toda. Huyó asustada de ese pensamiento. Estaba viviendo el momento, porque aún estaba viva cuando había pensado que estaría muerta. Porque lo que sea que él fuera a hacer y lo que sea que haga, le había dado la noche más increíble de su vida—de la vida de cualquiera, seguramente.No había señales del amanecer filtrándose a través de las pesadas cortinas de terciopelo. Se alegraba, porque la salida del sol traería el resto del mundo y las consecuencias de la noche, cualesquiera que fueran. Ahora mismo, la noche se extendía para siempre, y estaba feliz. Feliz… ¿Había siquiera sido verdaderamente feliz antes?Se estiró para tocar su mejilla con asombro, y sus calientes ojos se movieron a los de ella.

La mayoría de su rostro estaba en sombras, oscuro y misterioso—y sexy. Su aliento se atascó.
—¿Siempre fuiste así?Él se inclinó más cerca, y ella elevó su boca abierta para recibir su beso. Él tomó su mano, guiándola hacia la fría dureza de su erección. Calor se encendió a través de ella.
—¿Caliente? —inquirió—. Oh, sí.
—No-muerto —reconvino ella—. ¿O nunca moriste? ¿Siempre fuiste inmortal?—Morí. Suficientemente fascinada para ser distraída de las caricias de su mano, y la sensación de su palpitante erección en ella, preguntó:
—¿Cuándo? ¿Dónde? ¿De dónde eras cuando estabas vivo?
—Me llamarías Príncipe.
—Por supuesto. Nada menos hubiera sido creíble.
—¿Aquí? ¿En Hungría?
—No originalmente, al este de aquí, Asia. Viajé aquí con mi pueblo cuando era un hombre muy joven, y morí de la misma enfermedad que mató a tantos de ellos, incluyendo a mi padre. —Su pulgar se movía sobre su pezón, una y otra vez, esparciendo cálidos y fríos hormigueos de necesidad—. Mi pueblo preservaba un balance en esos días. A pesar de que originalmente nacimos de la misma raza que los humanos, pero para mi tiempo éramos una raza separada y distinta con ciertos poderes sobre la naturaleza—podrías llamarlo magia—y sobre la muerte en sí misma. Podíamos revivir a nuestros muertos. Nuestros muertos vivían entre nuestros vivos, y todos existíamos junto a los humanos, incluso los que nos crearon a nosotros.
—¿Por qué?
—Era nuestro deber. Velar por ellos. Un consejo de ancianos, incluyendo al rey, decidía cuales de los muertos deberían ser revividos. Normalmente, los no-muertos eran escogidos de una generación alternada de cada familia, pero la muerte de mi padre sucedió muy rápido, así que me revivieron a mí en su lugar.
—¿Tú lo querías? —preguntó ella con curiosidad. Su mirada se elevó de sus pechos a su rostro, con una pasmada expresión en sus oscuros, una vez indescifrables ojos.
—No quería morir. Sí, lo quería. Extendía ambas manos por ello.Desde su apariencia, si esa era la única forma de juzgar a su raza, él había sido más joven que ella ahora. Era natural sostenerse a la vida, agarrarse de la única forma que podías, solo…
—¿Una vida sin luz? —susurró ella—. ¿Una vida sostenida por la sangre, y la muerte de otros?
—Es necesario. Y hay compensaciones por vivir alejado del sol.
—¿Qué, por amor de Dios?Él ahuecó sus pechos y sonrió, presumiblemente por la forma de ilustrarla.
—Sentidos aumentados. Puedo oír el latido de tu corazón desde la habitación contigua, la sangre corriendo a través de tus venas. Puedo sentir e identificar tu presencia en una ciudad llena de gente. Cada tacto es intenso, cada placer, y éxtasis con los que solo puedes soñar. Aunque pensándolo bien, puedo ayudar con ese sueño. Su puño se apretó sobre su eje, y hacia el instantáneo destello de fuego en sus ojos, ella apretó y acarició hasta que él la levantó en sus brazos y caminó con ella hacia su cama.
—¿Otra vez? —jadeó ella.
—Oh, sí.—Tendrás que cambiar la ropa de tu cama... ¿Las sábanas de seda se lavan bien?
—No lo sé. No me importa. Me gusta cómo se sienten. Como su piel, Señorita Silk.
—La recostó en su cama, se arrodilló, y le quitó su camisa antes de abrazarla desde atrás, una mano sobre su pecho mientras giraba hacia arriba su rostro con la otra mano para besarla. Se arrodilló detrás de ella, sus largos y musculosos muslos sujetándola cautiva mientras la acariciaba y besaba. Su erección golpeaba ligeramente entre sus nalgas, acurrucándose entre sus muslos y encontrando su ahora familiar camino hacia su interior.

Antes de esta noche, ella nunca se había preocupado mucho por la penetración sexual. Nunca había estado a la altura de sus vagos y posiblemente ingenuos deseos románticos. Esta noche, sin embargo, había descubierto que no había gozo más maravilloso que la dureza de Tom en su interior, haciendo su magia dentro mientras sus manos y labios hacían lo suyo en el exterior.Se empujó hacia atrás contra él, maravillada con sus largas, y lentas embestidas. Y las cosas se pusieron más calientes, su mano se deslizó hacia abajo entre sus piernas y ella lloriqueó. La fuerte intensidad del placer de sus dedos trajo hacia su clítoris un orgasmo en crescendo.

—Tómalo todo —susurró él en la piel de su cuello, mezclando el placer de sus embestidas con la dicha de sus dedos. Y Dios, ella había olvidado la sensibilidad de su cuello, el extraño, frío placer de sus dientes buscando y acariciando y picando… Mientras la marea se estrellaba sobre ella, sus dientes tomaron una medida drástica. Las manos de ella, pesadas contra los muslos de él, se abrieron con shock y dolor. Pero no podía detener el éxtasis que la sacudía; no podía detener el malicioso arranque de necesidad mientras él perforaba su piel.

Entonces comenzó a succionar, y la fuerza del nuevo placer la golpeó como un soplo, feroz, temible y abrumador. Empujando el éxtasis por debajo, él succionó la vida de sus venas al interior de su cruel y tierna boca, tomando su sangre con su cuerpo, y continuó haciéndolo. Indefensa, perdida en el infinito, insensato placer, extendiéndose por ello con ambas manos y con todo su ávido cuerpo, Elizabeth supo que había descubierto el completo gozo al fin. En la muerte. Tom reunió todo eso hacia él, su vulnerable cuerpo, convulsionado sobre su polla, trayéndole gozo; su fuerte, dulce sangre, derramándose sobre sus dientes y bajando por su garganta, fortaleciendo sus hambrientas venas con el poder de su Despertadora, con la potencia de su asesino, Tsigana. Dos amantes, una línea de sangre.Triunfo fluía a través de él. No quería nunca detenerse de tomar a Elizabeth, beber a Elizabeth…

Y parecía que ella podía tomar un montón de placer por su propia cuenta —más, mucho más de lo que él había esperado. Pero entonces, ella poseía el semi-místico poder que Tsigana había tomado de él por el acto de matar. Era un ciclo de poder y placer, y él quería seguir manteniéndolo para siempre. Quería sentir los dientes de Elizabeth en su garganta, perforando su vena y alimentándose de él —hasta el instante de su muerte. Con un aullido parecido al de un lobo, incluso para sus propios oídos, arrastró su boca lejos de ella y se forzó a sí mismo a estar quieto, porque ella no podía soportar más. Sacudiéndose como un hombre con fiebre, se dobló, y lamió la herida en su garganta.

No podía evitar saborear el último gusto de su sangre como lo hizo, lamentando la pérdida mientras las perforaciones comenzaban a la vez a cerrar y sanar. Sus ojos aún estaban abiertos, grandes en su rostro blanco, exhausto y satisfecho de placer.

—Bebiste de mí —susurró—. Lo hiciste después de todo… —Una solitaria lágrima se asomó al borde de su ojo, brillando. Fascinado, curiosamente afligido, la observó temblar y caer. —Hijo de puta —dijo ella con sorprendente claridad, y colapsó.

Tom la recostó sobre la almohada, sintiendo su lento pulso. Había tomado un montón de sangre, pero ella no había muerto. Ni siquiera necesitaría una transfusión ya que las células sanguíneas heredadas de Tsigana se regenerarían en sus venas mientras estaba dormida. Tom la cubrió con sus sabanas de seda y se sentó hacia atrás cruzado de piernas para verla dormir.Era hermosa, pálida, adorable, y fuerte. Una sonrisa jugó sobre sus labios. Estaba orgulloso de ella, y se dio cuenta de que ella simplemente cambiaba todos sus planes. La dejaría vivir, la dejaría ser la tentación de todo aquel que buscaría su caída tratando de matarla. Pero no tendrían éxito, porque ella estaría con él, no haciéndolo más débil, sino más fuerte.

Estirándose, tocó una mancha escarlata en sus sábanas blancas.—Seda ensangrentada —murmuró él, y comenzó a reír—. Elizabeth, eres mía.

* * *

Encontró el apartamento de Mihaela sin dificultad. Era fácil rastrear la residencia de Elizabeth ahora que su olor, sus pasos, su presencia, llenaban cada uno de sus sentidos. Era en una agradable casa antigua llena de inesperada luz. Ningún rastro de sus trabajos oscuros plagaba la caza de los cazadores de vampiros, simples paredes blancas y brillantes pinturas y cortinas que dejaban entrar la temprana luz del amanecer. La había dejado más tarde. Iba a ser difícil hacer todo lo que quería hacer.Irrumpió a través de las ventanas cerradas de la sala de estar, llevando a Elizabeth en sus brazos, envuelta solo en la camiseta de él y el manto que había usado en sus tres siglos dormido. El piso estaba vacío. Mihaela estaría afuera con sus colegas, rastreando la ciudad en busca de Elizabeth y él. Esperaba que no hubieran destrozado al Ángel; si lo habían hecho, Angyalka estaría escupiendo con rabia.

Encontró la pequeña habitación libre que era el hogar temporal de Elizabeth. Estaba llena de sus cosas—los bolsos que recordaba de Bistrila, papeles, cintas grabadas—todo en un caótico desastre. Tom la recostó sobre la cama y abrió la capa como si sostuviera un regalo poco común. Por un instante, su mirada bajó hacia ella. Luego, con sus dedos, tocó sus labios, la casi desvanecida herida en su garganta, y su continuo corazón latiendo.

—Volveré —murmuró—, después de haberme hecho cargo de unos cuantos cabos sueltos.
Ella no respondió, pero estaba bastante seguro de que recordaría las palabras cuando despertara. No importaba mucho. Ella era suya, y vendría a él cuando estuviera lista. Hasta entonces, los cazadores de vampiros la mantendrían a salvo. Desde la ventana abierta de la sala de estar, vio un auto conducir por la curva. Dentro estaba Mihaela y el cazador húngaro. La mujer salió, luciendo ambos derrotados y molestos. Bueno, por lo menos estaría feliz cuando llegara a casa.Dejó la puerta de la habitación abierta, así vería de una vez que su amiga estaba ahí.
—Algunas veces —dijo Tom a la brisa—, me sorprendo a mí mismo.
Saltó fuera de la cornisa hacia el viento. Los dos de abajo levantaron la mirada con alarma instintiva, pero todo lo que verían serían sombras desvanecidas flotando sobre los techos hacia el río, y Buda.Era tiempo de ocuparse de Lajos—había dejado que la rata se retorciera durante el tiempo suficiente y exacto para cuando el hacha de la venganza cayera.

1 comentario:

  1. esta hermoso me encanto y mañana te subire el capitulo porque se que te urge saber que paso un beso

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