Saben? Como uno de los ultimos capitulos que subio Clau en una de sus fics me gusto tanto llevo varios dias contenta XD estoy tan buena gente que les subo otro capitulo ¡Disfruten!
Capítulo 10
El zumbador, un accesorio de su teléfono que

inmediatamente alertaría a los cazadores si estaba en peligro, se encontraba en su bolso, con la estaca que podría salvar su vida. El bolso que estaba en su regazo, tan cerca y a la vez tan lejos.
Bueno, había millones de inocentes motivos para abrir su bolso en la barra.
Así que, por instinto, fingió estar molesta en lugar de completamente sobrecogida por su presencia.
—No hay tiempo libre para nadie por aquí. ¿Me estás siguiendo?
—Estaba aquí primero —señaló él—. Pero hablando en términos generales, sí, por supuesto que lo hago.
—Bueno, no me permitas interrumpir tu... bebida. —Sacudió su mano hacia los otros
clientes, y fue premiada con una mueca de sus sensuales labios antes de que arrastrara su mirada lejos de él hacia el joven camarero que se movía frente a ella. Se veía humano. Pero entonces, también Tom se veía así, si no prestabas mucha atención a sus ojos.
—Un vaso de vino rojo, por favor. Algo local.
El camarero tomó una botella y vertió una pequeña cantidad en un gran vaso, que le pasó para que probara. Consciente de la atención de Tom, se tomó su tiempo, peleando contra el deseo de beberlo de una sola vez y extender el vaso por más. El alcohol no relajaba sus nervios. Los adormecía, lo que haría el presente más soportable pero no la ayudaría a mantenerse con vida.
—Es bueno —pronunció, y el camarero sonrió mientras le llenaba el vaso. Tratando de no contener el aliento, Elizabeth alcanzó el cierre de su bolso. Podía presionar el zumbador mientras hurgaba en su cartera.
—Tomaré esa —dijo Tom a su lado—. Tomaremos la botella.
—No, gracias —contestó Elizabeth, pero era muy tarde. El camarero se había movido, y Tom la estaba observando con esos conocedores y burlones ojos, mientras vertía vino en su propio vaso. Levantándolo con sus largos y elegantes dedos, la saludó.
No parecía tener nada más que hacer que liberar el cierre, levantar su propio vaso, y beber.
En un instante, podía sacar su teléfono y pretender revisar los mensajes o algo.
Fascinada, lo observó acercar el vino a sus labios y posarlo en su boca. Él tragó. Ella abrió la boca para preguntar qué podían tomar y comer los vampiros—un tema del que su reciente lectura había estado ignorante—antes de recordar que estaba muy enojada con él como para darle conversación.
Le dijo:
—¿te gustaría bailar?
Ella colocó su vaso en la barra.
—No.
Tom se levantó, y ella lo miró alarmada.
—Qué lástima —dijo—. Siempre había querido bailar contigo. En otro momento, quizás aquí, mañana.
Oh, mierda, ¡ahora se iba a ir! ¿Qué estaba pensando? No estaba haciendo bien su papel.
Había venido aquí a seducirlo o al menos a aparentar que lo estaba haciendo el tiempo
suficiente como para que llegaran los cazadores, y aquí estaba ella, ¡haciendo que se fuera en cinco minutos!
Ya la había pasado. Todo lo que podía ver era su espalda.
—Thomas. —Su desesperada e impotente súplica salió lo suficientemente ronca como para sonar sexy. Desafortunadamente, no estaba segura si la había escuchado sobre la música.
Se deslizó de su taburete, para alcanzar su mano, cuando él se giró y cogió la suya.
Sus ojos brillaron con diversión. Nuevamente había sido adelantada. Pero ya había aprendido la lección. Mantén el personaje. Así que dejó que sus ojos y labios le sonrieran tristemente reconociendo su éxito.
—En realidad, amaría bailar. —Después de demasiadas bebidas en cómodos espacios, pero fría como una piedra y sobria en un peligroso bar vampiro, tendría que ser suficiente por esta noche.
—Sabía que lo harías. —Sus dedos acariciaron el borde de su palma, haciéndola temblar, mientras su mano libre se cerraba sobre su bolso—. No puedes bailar con esto. Déjalo aquí.
Ella apretó su agarre con pánico, antes de forzarse a liberarlo. No pensaba que la fuera a matar allí. Habría oportunidades. Aún así, cuando lo dejó caer en el taburete vacío, pasó su mano, tocándolo con los dedos como si todavía estuviera dudando en dejarlo o no abandonado en un lugar tan público. En realidad, esperaba que se activara el zumbador.
La mirada de Tom se levantó del bolso a su rostro, dejando nada a su paso. Luces rojas
parpadeaban a través de su frente y la fuerte línea de su mandíbula. Parte de su rostro
siempre parecía estar en las sombras, añadiéndose a su misterio y por alguna razón, a su atractivo. Deslizó su mando fuera del bolso y lo dejó llevarla con deliberada lentitud hacia la pista de baile.
Su corazón galopaba en su sostén, haciendo vibrar sus súper sensibles pezones que
empujaban contra la fina y delgada tela del sensual vestido. La anticipación la atravesaba, sensibilizando cada nervio de su cuerpo, porque esta vez las burlas y las bromas que él podía evocar no importaban. Esta vez tenía un trabajo que hacer. Tenía que mantenerlo aquí hasta que los cazadores llegaran, y tenía plena confianza en que podía hacerlo.
Se sentía bien, balancearse al ritmo de la música, dejando que su cuerpo se deslizara contra su brazo mientras ella elegía su lugar, se daba la vuelta y comenzaba a bailar. La atmósfera era distinta aquí, tenue, más oscura, llena de parpadeos, disparando fascinantes sombras y rayos de brillante luz. La hacía parte de la agitación, saltando junto con la multitud que la rodeaba, sin embargo, le brindaba la ilusión de soledad en la que podía disfrutar dejando caer las inhibiciones que conformaban su realidad. Su cuerpo era su arma, girando empujando y dando vueltas al ritmo de la música, provocando y atrayendo al hermoso y letal ser que bailaba tan cerca a ella.
Tom se movía con la gracia del ballet, con la libertad del baile moderno, y toda la energía que electrizaba; sin embargo, no se alejaba del espacio que los albergaba, nunca quitó su mirada saltante y medio escondida de ella mientras seguía el movimiento de su garganta, pechos y caderas. A veces, veía el breve destello de sus dientes e imaginaba punzantes caninos que podían abrirla y drenarle la sangre en dos compases de la canción. Pero más que todo, veía su cuerpo reflejar sus acciones, no bailando a su lado como la mayoría de la gente hacía, pero con ella. Por alguna razón, era increíblemente excitante, como si sus cuerpos girando y empujándose se estuvieran tocando.
Entre sus muslos había una humedad de advertencia, pero la danza la regocijaba, su atención depredadora la instó a seguir. Siempre y cuando no la tocara, se sentía segura en su burbuja de peligroso deseo, correspondido.
La música golpeaba a través de ella. Tom se balanceó más cerca, casi tocándola mientras se movía a la par que giraban sus caderas. Cuando ella retrocedió, él la siguió, moviéndose a cualquier lado con ella, y hacia atrás cuando ella se arqueó hacia delante.
La excitaba, porque parecía tan natural y todavía estaba en control. Podía ver el bulto en sus pantalones mientras él bailaba, y que Dios la ayudara, eso también le gustaba, tanto así que cuando la luz parpadeante iluminó su abdomen, revelando el completo esquema de su eje vertical, inundó sus bragas con humedad sexual. Ni siquiera podía pretender que era transpiración, y no le importaba, no tanto mientras su mirada estaba postrada en sus senos.
Ella se arqueó hacia atrás, y de nuevo las caderas de él la siguieron. Se movió hacia delante, y ésta vez él no se movió. Con sorpresa se encontró con la dureza de su erección, y antes de que pudiera deslizarse lejos, sus manos se cerraron sobre sus caderas, guiándola a su ritmo.
Todo su cuerpo se derritió contra el calor de él. Su abdomen quemaba y hormigueaba con su toque. Su doloroso sexo palpitaba mientras su precioso control empezaba a menguar.
El baile se volvió suyo, no de ella, sus cuerpos se fundieron en sus caderas, empujando en perfecta armonía con la música el uno contra el otro.
Con asombro, lo miró, observando a través de las parpadeantes sombras su caliente y
nublado rostro de lujuria que no se molestaba en esconder. Se inclinó hacia atrás, forzando a su dureza estar más cerca de ella. Ella jadeó, empujando sus manos, inclinándose hacia atrás mientras él lo hizo para intensificar la presión y el placer. Era descarado, pero se sentía bien.
Cuando sus partes superiores se encontraron nuevamente, sus pezones parecían querer
llorar. Las manos en sus caderas la elevaban sobre los dedos de sus pies, su pecho se frotaba contra sus senos, su erección se deslizó más abajo, casi entre sus separados muslos, y aún así él bailaba y ella también.
La música reventaba sus oídos, la oscuridad la cubría de salvaje y excitante lujuria. Los ojos del vampiro sostenían los suyos con una promesa que anhelaba con cada fibra de su traidora existencia.
Hasta que la música llegó a un final climático.
Los bailarines se dispersaron con una ruidosa y desigual ovación. Algunos comenzaron a salirse de la pista, o a cambiar de pareja.
Elizabeth y Thomas se mantuvieron quietos, sus manos en las caderas de ella, sus cuerpos fusionados como si realmente se pertenecieran.
Oh, Jesús Cristo, ¿cómo sería eso?
El cantante estaba hablando, pero apenas lo escuchaba, no le importaba no entender las palabras. ¿Había terminado? Bien, entonces debería alejarse y recomponerse antes de...
Un acorde largo y trágico sonó en la guitarra. La música empezó de nuevo pero con un compás más suave y sensual. Tom se balanceaba, sosteniéndola cerca hasta que la
música la devolvió, y nuevamente también bailó.
—Más lento y dulce —murmuró él en su oído.
—Frivolidad en el baile...
Frivolidad y cena, ¿recuerdas eso? Ella tragó fuerte.
—Te gusta la aliteración. —Podía distinguir la textura de su cuello, los delgados y perfectos cabellos negros. Porque tenía un rol que jugar, y porque quería, se dejó llevar por el deseo, y suavemente los sopló.
Su cabeza se movió, torció su cuello en lánguida respuesta.
—Me gustan muchas cosas. Me gusta tu lado sensual. Me gusta tu pequeño cuerpo encima del mío como si estuviéramos haciendo el amor.
—No lo estamos —logró decir.
—Podríamos estarlo. —Su mano se deslizó bajo su desnudo muslo—. Me gusta tu suave y sedosa piel. —Algo frío y húmedo tocó su cuello, forzando otro jadeo—. Me gusta la forma en que bailas. —Sus labios cepillaron una vena, y el pánico inducido tanto por el deseo como por el miedo, hizo que se agarrara a él. Encontró sus caderas, que se deslizaban y balanceaban sosteniéndola, gratificándola a tantos niveles que continuó bailando.
Mientras su dureza se estrujaba contra su hueso púbico, se deslizó entre sus separados
muslos, sus labios se cerraron en su cuello y besó, provocando. Antes de que pudiera sentir nuevamente pánico él levantó su cabeza para revelar unos llameantes ojos. Por primera vez empezó a preguntarse cuánto control tenía. Pero en este desconcertante estado de semifelicidad, no parecía importar.
—Y como recuerdo —susurró—. Me gusta la forma en que besas...
Sus labios se abrieron con sorpresa y necesidad. Bajó su cabeza una vez más, e hipnotizada, observó el avance de sus labios, abriéndose, medio sonriendo y estirándose de nuevo mientras se acercaban.
Bueno no había nadie aquí que viera. ¿Qué daño podría haber con un beso?
Su boca tocó la suya, barrió una vez, y cerró. Toda clase de daños, si era un beso de Tom.
No debía haber olvidado el devastador efecto que tenía en ella. Sabía como nadie, fuerte, tosco y picante, su boca firme y dominante se movía tan sensual sobre sus labios que la rendición fue dulce. Su boca casi cae abierta bajo la suya, admitiendo su lengua y sus afilados y terribles dientes.
Pero con el recuerdo del terror vino el recuerdo salvador de su papel. A ella le estaba
permitido regresarle el beso. De hecho, tenía que hacerlo, sin importar el peligro.

Deslizó su lengua hacia la suya, se enredó alrededor, y chupó; la boca de él se endureció en respuesta, profundizando el beso. Ella peleó con él por ello, mordiendo sus labios, metiendo su lengua en su boca, trazando sus dientes como para atraerlo más cerca.
Su mano acarició su muslo desnudo, luego se deslizó bajo el vestido y sobre su parte
inferior, frotándola con su erección. Ella pasó su lengua por sus caninos, sintió su aspereza, y saboreó su propia sangre salada antes de que la lengua de él rodeara la suya, robándosela.
Él saboreó, y extrañamente, sintió más placer que miedo. Por alguna razón la excitaba más.
Era una locura. Estaba bailando, prácticamente restregándose en público contra un vampiro que tenía su mano bajo su vestido y estaba chupando la sangre de su lengua. ¿Y le gustaba? Infiernos, sí, era la experiencia más maravillosamente sensual de toda su vida. Levantó una pierna, restregando su muslo contra el suyo, abriendo su sexo para incrementar el placer de su gran erección. La mano que no estaba en su trasero se deslizó alrededor para sostener su pierna, acariciarla, y levantarla más alto. Y el beso continuó.
Sí, puedes. Realmente puedes tener un orgasmo en una pista de baile pública.
Jadeando, arrastró su boca hasta liberarse y trató de bajar su pierna. Casi estaba decepcionada de que la dejara.
—Necesito aire —dijo con voz temblorosa.
Devoró su rostro con los ojos, enviándole toda clase de malvados escalofríos por todo su hipersensible cuerpo, y se instaló en sus labios. Le dio otro beso, rápido y sensual, y luego miró su boca jadeante con lujuria.
Él sonrió y echó un brazo sobre sus hombros para guiarla fuera de la pista de baile. Temblando, cerró su boca con un chasquido. Concéntrate, Silk, concéntrate…
Pero era difícil concentrarse con su brazo de acero a su alrededor, sus dedos acariciando su hombro desnudo, jugando a lo largo de su clavícula. Sólo cuando se encontró hundiéndose en uno de los cómodos sofás de color rojo frente a la ventana grande, logró decir con pánico.
—Mi bolso…
Tom chasqueó sus dedos a alguien, hizo otra rápida señal con su mano, y se sentó a su
lado, su muslo rozó el de ella.
—Lo van a traer. —La familiar media sonrisa apareció y se desvaneció de sus labios—. Eres una revelación constante para mí, Elizabeth Silk. Estoy tan contento de que bailes.
—¿Quieres decir qué me vas a extrañar después de que me mates? —no estaba muy segura de por qué traía el tema a colación. En este momento, parecía más seguro que apoyarse en la cosa del sexo que había estado sucediendo en la última media hora.
—Lo haré.
Le lanzó una sonrisa torcida.
—No hieras mis sentimientos fingiendo.
—Será una buena y dulce muerte.
—No para mí —increpó, vagamente preguntándose cuándo había aprendido a tratar su propia muerte con tanta crueldad.
—Oh, sí. Para ti —dijo mientras un camarero dejaba su bolso en el sofá a su lado y una bandeja que contenía una botella de vino y copas en la mesa delante de ellos. Cuando el camarero se alejó, Tom se inclinó hacia delante, bloqueando su visión, y trazando sus dedos por su pecho y escote, donde se quedó, rozando la inflamación de cada seno.
El cuerpo de Elizabeth llameó de nuevo. Agarró el bolso como un salvavidas.
—Te lo prometo —dijo Tom con voz ronca.
—Gracias. Prefiero mantener mi amarga vida.
—¿Una vida sólo con emociones académicas? ¿Sin sexo salvaje e intenso?
Se quedó mirándolo.
—Puedo tener sexo salvaje e intenso cada vez que quiera. —Sonaba tan infantil que se
mordió el labio tan pronto salieron las palabras. Pero Tom frunció el ceño, como si
estuviera disgustado.
—No como el que puedo darte yo. —Se inclinó aún más cerca, escondiéndola de la vista con su cuerpo. Su mano se deslizó bajo su vestido para cubrir su pecho desnudo—. Aquí y ahora, si lo deseas.
Su mano era la felicidad y la tortura a la vez, sobre su adolorido pecho, retorciendo su pezón entre sus dedos. Casi con reverencia, se dio cuenta que nuevamente tenía la ventaja, que había olvidado su bolso.
—Creo que —se las arregló para decir, furtivamente deslizándose para abrir la cremallera—. Sobrevaloras la intensidad causada por la inminente muerte. Por el contrario, me parece… ehhh… un desvío.
—Mentirosa —susurró, acariciando su pezón con sus pulgares, una y otra vez. ¿En dónde diablos estaba el zumbador?
Lo encontró, lo apretó, y cuando deslizó su mano libre, sus nudillos rozaron el eje frío, y duro de la estaca de madera.
Si te acercas lo suficiente, estacas al hijo de puta, le había dicho Mihaela. Bueno, estaba lo suficientemente cerca, pero no era lo suficientemente estúpida como para imaginar que la dejaría hacerlo. Sin embargo, dejó la mano apoyada en la apertura de su bolso.
Si los cazadores no llegaban rápido, la estaca podría ser su única posible defensa contra una muerte segura. ¿Cuánto tiempo tenía?¿Y cómo se mata a un hombre, un ser, que acariciaba tu pecho, como un amante? Por lo menos cuando te gustaba tanto como a ella.
—Deja de hacer eso —suplicó.
Para su perversa decepción, se detuvo, retirando sus manos de tal manera que dejó expuesto su pecho, con su rosado pezón extendiéndose con una silenciosa súplica para obtener más atención.
Jadeando, se levantó la tira del vestido, mirándolo ferozmente.
—Tienes unos pechos hermosos —se excusó, y por alguna razón se derritió de nuevo.
Lucha, se dijo.
—¿Estás seguro que tienes tiempo para tener tales lujosas atenciones con todas tus víctimas?
—Mi Despertadora es especial.
—Entonces, tal vez le debes más que una rápida mordida y muerte.
Sus ojos se oscurecieron aún más.
—Nunca he dicho nada acerca de una rápida mordida.
Oh, que Dios me ayude...
—Estoy más preocupada por el asesinato.
—No deberías.
Su puño se apretó alrededor de su bolso, lista para levantar la estaca si se presentara la
oportunidad.
—No tienes derecho... —gruñó.
—En realidad, lo tengo.
Lo miró fijamente.
—¿Debido a la fuerza? Eres más fuerte que yo, ¿así que puedes tomar mi sangre y matarme?
—Lo soy y puedo. Pero me refería al derecho. Sólo eres un ser humano.
—Puede que sea “sólo” para ti, pero soy bastante importante para mí.
—Bésame —le susurró.
A pesar de todo, su corazón dio un vuelco. El dolor y la angustia se elevaban, pero no podía sofocar la ira que se había enconado y construido desde que esto comenzó. Se echó hacia atrás para evitar su inquisitiva boca.
Como si fuera inconsciente de su repentina renuencia, la siguió, cerniéndose sobre ella. Su boca cubrió la de ella. Acarició su cuello sobre la vieja y sensible herida, y ella jadeó
contra sus labios. ¿Iba a ser ahora? Sus dedos se crisparon en su bolso, antes de que su mano los cubriera y lo sostuviera.
—La muerte viene después del sexo —murmuró contra sus labios—. De lo contrario, ¿dónde está la diversión?
—Eres retorcido y extraño —susurró, y porque no podía evitarlo, rozó su boca sobre su labio inferior.
—Y tú me quieres.
—Eso sólo es por la cosa de vampiro...
Sus labios se estiraron en una sonrisa mientras la besaba.
—¿Qué los humanos se sienten atraídos por el malvado atractivo de los vampiros? Al
comparar el sexo con el mal, te darías cuenta. No fui consciente de que disfrutaras de las atenciones de los vampiros que maté por ti en Bistrila, o que cayeras en los encantos de mi buen amigo Zoltán. ¿Tal vez Dmitriu estuvo antes que yo?
—Eres un idiota. —Agarró sus hombros para empujarlo, y entonces, fascinada por la
sensación de los músculos de acero bajo sus dedos, dejó sus dedos allí.
—Elizabeth... —puso su mano en su rodilla, acariciando hacia arriba por la longitud de su muslo—. Nada te obliga, más que tu propio deseo.
—Entonces, ¿puedo salir de aquí ahora mismo?
—Si así lo deseas.
Miró la cara tan cerca de ella que el más pequeño de los movimientos rozaría su frente
contra la suya, sus labios contra su boca. Su aliento se desvaneció.
—Lo deseo.
¿Sus brazos se alejarían de ella? ¿Iba a permanecer al margen y dejarla ir, fría y frustrada y con vida?
Su mano se deslizó hacia abajo en su rodilla.
—Pero luego me iría, y tus amigos terminarían entrando al edificio y no me encontrarían.
Su respiración se volvió apurada. Dio una involuntaria sacudida con su cabeza, tratando de ver si de hecho los cazadores habían llegado para poner fin a esta tortura de agonía y placer.
Pero todo lo que podía ver era su oscuro hombro bloqueando su vista.
Miró su implacable, y sombrío rostro.
—¿Entonces se acabó? ¿Vas a matarme ahora?
Sus labios temblaron. En ningún momento se le ocurrió pensar que se planteara sonreír.
—No. Pero todavía estamos a tiempo para el sexo.
En un veloz y desconcertante movimiento, se levantó, arrastrándola con él y girándola hacia la pista de baile. La sostuvo estrechamente. Se encontró aferrada a sus hombros, mareada y desorientada.
—¿Viniste a matarme, y te quedarás por el sexo?
—Es un juego —le aseguró—. ¿Puedes tener un orgasmo antes de que interfieran y lo
detenga?
Aunque su mano picaba por darle una bofetada, el resto de su cuerpo gritó por el orgasmo.
Su boca no funcionó en absoluto hasta que la cubrió con la suya. Toda seducida de nuevo, empezó a moverse bajo sus labios. Él la sujetaba por sus nalgas, una palma en cada una, sus dedos excavaban y amasaban, presionándola contra la dureza de su erección. Todo su cuerpo ardía. Era como si el último baile nunca se hubiera interrumpido.
Salvo que, por el rabillo de su ojo, vio a Mihaela entrando en la sala, István y Konrad a sus talones.
Arrastró su boca para liberarla. Libre.
—Demasiado tarde. —Tan difícil como lo fue hablar con triunfo cuando el cuerpo le gritaba con furia y frustración, hizo lo que pudo.
Él se rió, un sonido suave, y dulce, que parecía dirigirse directamente a su vientre.
—Cariño, tenemos todo el tiempo del mundo.
Otros cazadores también entraron. Reconoció a algunos de ellos del edificio de la sede.
—No, no lo tenemos.
Sus labios se movieron contra su oído, enviándole nuevos y excitantes temblores todo el camino hacia abajo por su cuello y columna vertebral.
—Podría follarte aquí. Si alguien se diera cuenta, no le importaría.
Sus dedos se apoderaron de sus hombros, mitad alertada, mitad en deseo perverso.
—Supongo que es un delito menor para un vampiro.
—No hay delito en el placer mutuo.
Hizo una pequeña y deliberada sacudida sobre su erección y con feroz triunfo, vio como sus ojos brillaban. Mientras los vigilantes cazadores se movían alrededor de la pista de baile, observados desde la barra por una mujer vestida de negro y el ansioso camarero joven,
Elizabeth se puso de puntillas y le susurró al oído de Tom.
—¿Cómo se siente ser atrapado? —Metió su lengua en su oreja—. ¿Por tu propia lujuria?
—Dímelo —la invitó.
Sonrió, deslizando sus labios a lo largo de su mandíbula hasta la comisura de su boca.
—Estoy liberada. Mis amigos te están rodeando, encerrándote junto a tus deseos sin cumplir.
—Entonces es mejor que reces porque te permitan venir rápidamente.
Cristo, estaba tan sensible, tan excitada, que si se movía, sólo un poco contra su erección, se vendría ahora mismo. Con un esfuerzo sobrehumano, se mantuvo. Fue él quien se movió, deliberadamente girando.
—Puedo vivir sin sexo —susurró—. Soy buena en eso.
Él sonrió.
—No, no lo eres —dijo, y la besó.
No pudo resistirse a cerrar sus ojos. El último beso... oh que Dios la ayudara, que le ayude…
Sus dolorosas manos la acariciaron haciendo su camino hacia arriba por su cuerpo hasta su garganta. Ella abrió los ojos. Konrad y Mihaela los habían visto; iban de camino hacia ellos.
La mujer de negro—¿La misma Angeline?—Saltó por encima de la barra y corrió hacia la pista de baile. A la vez, varias personas cayeron detrás de ella, presumiblemente vampiros.
Sin previo aviso, la música se detuvo. Por un instante, la imagen pareció congelarse. Tom, con una mano casi acariciando su garganta, dejó caer la otra alrededor de su cintura y se reunió con la feroz mirada de Konrad. El cazador, sin preocuparse por ser visto en este momento de emergencia, levantó la inevitable estaca de madera.
—Deja que se vaya —le ordenó Konrad.
Tom se echó a reír.
—En las inmortales palabras de nuestra anfitriona, muérdeme.
Se tensó, flexionó las piernas y saltó. Elizabeth se sintió como si estuviera volando. Su estómago revoloteó mientras se disparaba en el aire bajo el agarré de Tom, imposiblemente alto, imposiblemente rápido por encima de los rostros de la atónita multitud. El cielo de terciopelo negro con sus infinitas brillantes estrellas parecían correr a su encuentro, arrastrándola a través de la ventana abierta en la cúpula a su alcance fresco y ventoso. Pero los poderosos, sólo demasiado sólidos brazos que la sostenía eran los de Tom.
ay dios mio apenas lo pude leer con toda la calma que esto exige me dejaste sin palabras lo dsifrute mucho me encanto espero que subas pronto cuidate
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