10 ene 2012

BOS: Capitulo 7


Capítulo 7


¡Elizabeth!

Era la voz de Konrad, gritando a través de la puerta como si estuviera martillándola. De

hecho debió de haber al menos dos puñetazos, juzgando por el ruido. No habría quejas. Ella pidió que se fuera.

—Elizabeth, déjanos entrar. El detector no funciona.

—¿En serio? —dijo Tom. E imperdonablemente, Elizabeth quería reírse. No era divertido. Tom la podría morder, drenar su sangre tan rápido que ni siquiera sería consciente, como lo había hecho con el


Su sangre era importante para él, para traer de vuelta toda su fuerza, y había dicho que
vampiro que atacó la noche anterior, y escaparía por la ventana antes de que los cazadores de vampiros irrumpieran en su camino. Estaba acorralado, y por los que podían hacerle daño ya que ella no podía, estaba segura de que eso pasó por su mente.

realmente el juego, o lo que sea que fuera, terminaría antes del amanecer.

Algo más se estrelló contra la puerta. ¿Un hombro? ¿Un pie?

—Qué decepción —murmuró Tom, acariciando su pelo. Sonrió—. Creo que tus

caballeros de brillante armadura han venido a rescatarte… de nuevo.

Odiaba estar tan indefensa. Peor aún, odiaba que esta situación fuera por su propia estupidez, por su culpa. Una cosa era cierta. Si sobrevivía a la noche, lo que significaba —de hecho—, los dos minutos

siguientes, las cosas cambiarían.

—Me encanta la manera en que tus ojos brillan —dijo Tom.

Abrió la boca para replicar —alguna cosa sobre ampollas, estaba segura—, pero antes

de que pudiera decir una palabra, la puerta de la habitación se abrió y Konrad e István se desplomaron.

—Jesucristo —jadeó István, contemplando la escena que veían sus ojos… Elizabeth en

la cama, desnuda en los brazos de un vampiro. Él tenía una estaca entre sus temblorosos dedos, pero incluso así Elizabeth notó como István la apretó más fuerte en sus manos.

Konrad ya tenía una lista como si fuera a lanzarla.

¿Valdría la pena su vida para librar al mundo de Tom? ¿A sus ojos? Sí. Ya la habían

utilizado como cebo. En el gran esquema de las cosas, la vida de algunos insignificantes, como Elizabeth y los tres cazadores, valía la pena el sacrificio por la seguridad del resto del mundo.

Tom la soltó. Al sentir de repente una corriente de aire frío, tiró de la sabana y la colocó a lo largo de su cuerpo.

—Buenas noches —dijo Tom, poniéndose de pie.

Quitándose a sí mismo de ella, hacía que él fuera el objetivo más viable. ¿Era intencional? ¿Por caballerosidad? No. Todavía quería su sangre por la fuerza. No quería que los cazadores la mataran más de lo que quería que Zoltán lo hiciera.

Metió las manos en el bolsillo de su camisa, y tensó los hombros. Tom sacó el detector de Mihaela.

—Creo que esto es tuyo —dijo, lanzándolo en su palma—. Está… er… roto.

—No. No lo está —dijo Konrad—. Sólo que no reconoce la química del cuerpo de un antiguo.

Hasta ahora no era necesario. Lo siento —añadió con una mirada rápida a Elizabeth—. Lo acabamos de descubrir. ¿Te mordió?


Negó con la cabeza, incapaz de formular una simple palabra.

—Un vampiro no puede tener ninguna privacidad en estos días —se quejó Tom. Sin previo aviso, tiró el detector directamente a la cabeza de István. István se tambaleó, pero antes de que cayera, la estaca dejó los dedos de Konrad, lazada con furia al corazón de Tom.

Elizabeth gritó, sin importarle hacerlo. Al mismo tiempo, observó el rápido vuelo de la estaca.

¡Muere, bastardo! pensó, y quería llorar.

La estaca era borrosa. También lo fue el brazo de Tom. Cuando su enfoque regresó,

Tom tenía el palo en su mano.

—Gracias —dijo, paseando por la habitación.

A pesar de sí mismos, los cazadores se echaron para atrás. István se estaba agarrando la

frente —que estaba sangrando—, mientras que con su mano derecha trató de apuntar su estaca. Konrad, indefenso, pensó salvajemente hasta que su mirada encontró la bolsa de Elizabeth con la estaca media caída en el suelo. Dio un paso hacia ella.

Tom no siguió a ninguno de ellos, aunque Elizabeth sabía que podría haberlos drenado y matado, y aun así volver para tener sexo con ella antes del postre.

Hubo agitación y susurros en el exterior del pasaje como si la gente viniera a investigar el ruido. Konrad pateó la puerta y la alcanzó todavía con la estaca de Elizabeth en la mano.

Tom ni siquiera miró hacia él, sino que se posiciono en la ventana, se estiró y se apoderó de la cortina, saliendo como había entrado.

—¡Espera!

Todo el mundo la miró con sorpresa. Idiotas. En parte, odio la culpabilidad que hizo estragos en ellos, estaba dando tiempo a los cazadores para que lo mataran. Y en parte, lejos de la amenaza inmediata de su presencia peligrosa y sensual, su cerebro podía funcionar de nuevo. No pudo contener una duda persistente sobre él. Había sido el amigo de príncipes.

No obstante lo enojado que había estado cuando lo estacaron, ¿seguro había sido una vez más para él que la venganza y el hambre de poder?

—¿Es esto lo que realmente quieres? —le espetó—. ¿Sólo la venganza y el sentido de poder? ¿Mientras que el mundo que te rodea muere en el caos?

Su mirada, opaca, llena únicamente de tinieblas, conectó con la de ella.

—¿En este nuevo mundo urbano, de riqueza y libertad, música y tecnología? Por supuesto que no. —Sonrió—. Quiero tener diversión.

La cortina se movió. Pero ella no vio que se fuera. Ni siquiera lo pensó, parpadeó, pero al momento que terminó de hablar, ya no estaba allí.

Los huéspedes del hotel se habían tranquilizado, el personal estaba pacificado.

Elizabeth estaba más tranquila al ver que sus manos estaban más estables cuando las

envolvió alrededor de la taza de café que István le dio. Nunca había estado más contenta de haber viajado por todas partes con su pequeña tetera y un tarro de café instantáneo.

—¿Está bien tu cabeza? —le preguntó, mirando el corte, ahora cubierto con una venda.

—Bien —dijo con tristeza István—. Aunque no puedo decir lo mismo del detector.

—Perdón por eso —dijo Konrad, tratando de arreglar las piezas rotas del inútil instrumento que tenía en la mano—. István estaba de guardia y recibió el mensaje de Budapest. No les preguntamos por la información sobre la fisiología de los antiguos, y parece que sabían que su temperatura corporal era más cálida que la de los vampiros modernos. Es una cosa que el detector capta. Teníamos miedo de que la bioquímica fuera demasiado diferente.

—Lo es —confirmó Elizabeth—. La cosa a penas reconoció su existencia.

Tomó un sorbo de café y trató de no pensar en lo cerca que había estado de llegar a la más abyecta rendición.

A lo que tenía que hacer frente era a su comportamiento de antes de que él apareciera.

Ignorando la advertencia de los cazadores, asumió que sabía lo que era mejor, ella que había vagado en esta rareza hace apenas tres días, sabiendo absolutamente nada.

Lo que había parecido sensato, razonable y saludable escepticismo acerca de la posibilidad de un ataque de vampiros aquí en su cuarto, se mostró ahora como torpe, estúpido y criminalmente negligente.

—Le hablé de Zoltán —exclamó—. Estaba tratando de distraerlo, aunque no funcionó. Sabía que Zoltán rompió su acuerdo por atacarme esta noche.

—No te preocupes —la tranquilizó István—. No hay nada que podamos hacer al respecto ahora.

—Creo que podría haber sabido de todos modos… y yo… me imaginé que veía a alguien más ahí arriba. Cuando Zoltán saltó sobre el techo, creo que podría haber sido él… Tom.

—¿Por qué no dijiste eso antes? —preguntó Konrad, meditando sobre el detector roto.

—Pensé que me estaba imaginando cosas —dijo, miserablemente—. Mi única excusa es que he estado teniendo un duro trabajo pensando sobre todo esto como algo más que mi imaginación. —Respiró hondo y miró a Konrad—. Lo lamento. Quiero ayudar. Y no quiero ser capturada de esa manera otra vez… totalmente indefensa, como un cordero a la matanza. ¿Me enseñas a pelear? ¿Cómo Mihaela?

Konrad sonrió. Aligeró su rostro ansioso, haciéndole parecer más joven y más accesible. Se preguntó cuántos años tendría.

—Sí —dijo, con gusto—. Vamos a enseñarte a pelear como Mihaela. Y con gusto aceptamos tu ayuda si tú aceptas la nuestra. De hecho, podrías ser un capital valioso. Como su despertadora, puedes encontrar que tiene fortalezas y habilidades que aún no conocemos.

—Intercambió miradas con István—. Creo que nos tomará a todos juntos derrotar a Tom. Pero se puede hacer.

* * *

Bill se encontraba en la red subterránea de alcantarillados y sótanos debajo de una

Bistrila de mal gusto. Aunque se trataba de una forma cómoda de moverse por la ciudad durante las horas de la luz del día, la mayor parte estaba sucia y tendía a apestar.

Al menos las ratas entendían el orden correcto de las cosas y se mantenían fuera de su camino. Era más probable que se encontrara a un trabajador de aguas residuales o dos, quienes, como Tom había señalado, podrían proporcionar una comida decente.

Bill pensó que era una lástima que Tom hubiera tenido que salir de la cripta de la iglesia después de una estancia tan corta, la novedad de “un gran mal” que vive en un lugar tan santo había apelado a Bill, pero después que él mismo se mostrara a la Despertadora, no había tenido ninguna opción. Una casa con un enjambre de cazadores de vampiros dando vueltas por ahí no era cómodo, sin embargo, muchos cazadores le habían servido para comer en el pasado.

La nueva “casa” de Tom, desde ayer, era un complejo sótano de un edificio en ruinas y

en desuso en el borde del centro de la ciudad, húmedo, pero no demasiado maloliente.

Él no tenía problemas para asegurarlo con bloqueos físicos o con encantamientos, una señal para cualquiera que mirara esto, él no tenía miedo de nada, o simplemente creía que no podía ser molestado cuando la residencia era tan provisional.

A medida que Bill entró en la primer bodega, empezó a pensar que Tom ya se había trasladado. Lo recibió el silencio en lugar de la habitual broma cínica como saludo.

No había aroma de Tom, y de ninguno de los vampiros. Bill se movió más lejos en busca de pistas sobre el paradero de Tom, hasta que, en una de las bodegas de atrás, lo

encontró sentado en una antigua y maltratada mesa, sólo con el resplandor de una vela. Un televisor viejo en frente parpadeó imágenes en silencio. No lo sorprendió.

—Ahí estás —dijo Bill. Caminó hacia Tom, y él no se dio vuelta, al parecer estaba absorto. Bill entendía. Tom estaba fascinado tanto por los aparatos modernos como por la vida moderna. Se había adaptado a ambos con una facilidad notable y admirable, su deseo de aprender era tan voraz como su capacidad para absorberlo todo.

Lo que Bill no entendía era por qué eligió ocultar su presencia. Tampoco bajó sus barreras cuando Bill habló. Una alarma lo atormentó.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó Bill.

—Contando mi dinero —dijo Tom, y se dio la vuelta en su silla para enfrentarse a él—. O al menos lo que pasa por dinero en estos tiempos extraños. ¿Qué pasa con el oro?

A Bill se le cayó la mandíbula. Sobre la mesa había montones y montones de billetes.

—¿De dónde…?

—De aquí y allá —dijo Tom—. Tenía oro en muchos lugares. Parte sigue ahí y parece

que algunas personas todavía lo quieren.

—¿Qué estás…?

—Estoy aburrido de vivir en sótanos. He recordado que me gustaban más los palacios.

—Lo sé —agregó Bill No pudo evitar sonreír ante el recuerdo, pero Tom no respondió—. ¿Quieres que Maria…?

—Oh no, Transilvania es un remolino. Voy a Hungría.

Bill se adelantó y extendió la mano a través del dinero. —¿Ya? Sabes que si esto fue

robado de los bancos, probablemente esté marcado y te traerá un montón de problemas.

Tom sólo frunció sus sensuales labios, sin distanciarse. Irritado con el secreto sentido de Tom, Bill se encogió de hombros, como si no le importara. —¿Zoltán se irá contigo a Hungría? Por cierto, los cazadores mataron a su guardaespaldas ayer por la noche.

—Lo sé. Estuve ahí.

—No te fíes de él, Tom —instó Bill.

—Oh, no confío en nadie. Pero esto es una suave transición de poder. Todo el mundo sabe que Zoltán es el número dos. A lo sumo.

—Irá después por la Despertadora —advirtió Bill.

—Ya fue. Ella está con los cazadores.

Bill frunció el ceño.

—Debiste haberte alimentado de ella cuando tuviste la oportunidad.

—Me alimentaré de ella cuando quiera.

En circunstancias normales, un grito burlón hubiera sido lo normal. Hoy, con Tom en

este extraño estado de ánimo, sólo dijo:

—¿Cómo, cuándo te irás?

—Ella sabrá dónde encontrarme.

—¿Cómo? —exigió Bill.

Tom sonrió.

—Le dije.

Bill arrojó el paquete de dinero con el que había estado jugando.

—He oído que Lajos está en Budapest —advirtió.

—Querido Lajos —dijo Tom con cariño.

—Estoy seguro de que lo disfrutarás —espetó Bill—. Con tal de que no se una con Karl y Maximilian, donde quiera que esté ese cabrón, y te estaquen de nuevo. ¿Has considerado el peligro si esos tres fueran aliados de Zoltán?

—¿Por qué crees que me alié con Zoltán? —Tom sonaba divertido, aunque en sus ojos negros había una advertencia cuando añadió—: Mi cerebro no se atrofió mientras dormía.

Bill suspiró y pensó con añoranza en la placentera Maria, un sombreado jardín donde

había lo mejor de ambos mundos, ningún problema y aromas agradables en su nariz.

Budapest era grande, sucio, ruidoso y horrible en estos días. Había llegado a odiarlo, aunque con Tom sería diferente, emocionante, incluso por primera vez en décadas. Dijo:

—¿Quieres que vaya contigo?

Tom se encontró con su mirada.

—No.

La palabra fue como una patada en los dientes. Su vago anhelo por la paz se fundió a la nada con el rechazo de Tom.

El anciano se puso de pie.

—Tu trabajo está hecho. Me enviaste a Elizabeth Silk.

Había llegado a aburrirse, Bill se dio cuenta con una sacudida. Cerrándose fuera de la brutal política de vampiros, de retirarse de ambos mundos para vivir en la existencia

de la mitad de Maria. ¿Qué hizo que se quedara ahí? No el sexo, ya no. Parte de la sangre fina, antigua y una base segura de cazar a jóvenes presas más nutritivas. Había hecho eso simplemente para existir, así como Tom lo había hecho en el mismo período, salvo que Bill no tenía la excusa de una estaca en el corazón.

No quería pensar en eso. En cualquier caso, estaba seguro de que Tom no respondería a las preguntas que roían su corazón cada vez que los reacios pensamientos se colaban

dentro.

En su lugar, eligió el sentido común.

—Te estás moviendo demasiado rápido —objetó—. Necesitas descanso para mejorar tu fuerza. Sólo Dios sabe lo que necesitas para mejorar tu estado de ánimo.

Sexo, probablemente. A pesar de todas sus palabras con “F” cuando despertó, a pesar de que se había alimentado en abundancia, retozar había sido más o menos el marco de sus actividades, además de la visita a la discoteca, y Bill estaba casi seguro de que no había habido ninguna mierda en todo eso. Eso le preocupaba. Tom era más débil que nunca, o peor aún, todavía estaba obsesionado con Tsigana. ¿Después de 300 años? En el día actual, y el año, podía hacer su elección con facilidad. Bueno, él siempre lo había podido hacer en cualquier año, vampiro o humano.

—Viajes —respondió Tom —. Tentadora sangre nueva. Y… er… tartas .

Bill se despertó del dolor desacostumbrado en su corazón. —Nunca me preocupé —

dijo—. Por la letra “T”.

* * *

Tom saltó por los tejados de Bistrila, gozando de la libertad elevadora del movimiento.

Para los observadores humanos, sólo sería una falta de definición sobre el cielo azul-negro.

A pesar de que había corrido así desde Sighesciu a Bistrila, había sido mucho más débil

entonces, y no había podido disfrutar de ello debido al gran dolor de los músculos que

no había usado en más de 300 años. Incluso caminar había sido lo suficientemente duro entonces. Pero en cuatro días y noches de ejercicio riguroso, su cuerpo había comenzado a fortalecerse y regocijarse. Las habilidades de la edad regresaron, y sus sentidos se volvieron cada vez más fuertes, la cual fue la forma por la que averiguó dónde estaba el traidor y asesino, Karl. Y por lo que supo que la casa estaba ocupada por su Despertadora.

No pudo resistirse a hacer una pausa en el techo de la pequeña, insignificante casa. El

sonido de su voz hizo que sus orejas se contrajeran y que su flujo sanguíneo bombeara más rápido en sus venas. Saltó ligeramente al suelo, justo al lado de la ventana del frente, pero habían cerrado las persianas y sólo había una pequeña grieta por la que entrecerrar los ojos. Sacrificando su dignidad, miró de todos modos.

Todos estaban allí. La muchacha cuya garganta Zoltán había dañado al tratar de alimentarse de su Despertadora, los dos hombres que habían interrumpido su promesa de pasión la noche anterior, y la misma Elizabeth Silk.

Sólo por un instante, pensó que iba a tener que rescatar a su anticipada cena una vez más. Vestida con unos jeans cortos que parecían alargar sus piernas, ya sexys de por sí, y un top minúsculo que se parecía más a una prenda interior, blandía un palo y rodeaba a la otra mujer igualmente armada. Su normalmente mundano rostro mostraba una expresión de feroz concentración que le engañó por un momento, antes de darse cuenta de que la pelea no era real.

Los palos que tenían estaban embotados. El mobiliario había sido cuidadosamente echado a un lado, no dispersado por la furia. Y desde la barrera, el alemán emitía una instrucción, alentaba y elogiaba.

En silencio, Tom se echó a reír. Estaban enseñándola a combatir vampiros. ¿Alguno de

ellos creía seriamente que ese conocimiento la protegería de él?

Pero entonces, tal vez ella se uniría a los cazadores, convirtiéndose en una de ellos… ¿y

abandonaría su investigación? Incluso si los acontecimientos recientes habían demostrado que sus teorías eran una tontería total, todavía tenía la curiosidad insaciable de un historiador.

No se había apagado la luz en sus ojos, las preguntas apenas contenidas que se posaron en sus labios y permanecieron tácitas sólo por orgullo cuando ella se dio cuenta de todas las cosas que podía decirle… si podía confiar en sus respuestas.

Cristo, incluso se movía como Tsigana, elegante y segura. Por alguna razón, el reconocimiento no le gustó. Había algo también acerca de la estructura engañosamente delicada de su rostro, la que le había lanzado en su primer encuentro.

Se veía y olía demasiado a su antigua y traicionera amante. Prefirió buscar las diferencias y las encontró. Sus grandes y hermosos ojos castaños eran muy propios de ella, suaves y expresivos —simplemente tratando de ser reservados—, sus labios llenos y dulces, e incluso ahora, cuando estaban apretados firmemente por el esfuerzo de su lucha, hablaban de una vulnerabilidad personal que habría sido bastante ajena a Tsigana. Bajo el olor desconcertante de su sangre compartida, Elizabeth tenía su propio aroma, sutil y seductor, que llamaba a todos sus sentidos, alimentando el hambre de su cuerpo tanto como por la de su sangre.

Y entonces fue bueno ver que ella, Elizabeth, era rápida cuando se arrojó a un lado para evadir la embestida del rumano, y giró sobre sus talones sólo para detenerse y dar la cara a su oponente, una vez más, constante y vigilante. Su respiración se aceleró profundamente, levantando y dejando caer los suaves y atractivos senos que había acariciado la noche anterior. Una gota de sudor brillaba entre ellos, corrió por su piel y se quedó fuera de la vista.

Mirando a través de una grieta no era la posición correcta desde la cual apreciar a Elizabeth Silk. Ella hizo lo mismo a sus lomos que había hecho siempre, desde el momento en que se inclinó primero por encima de él en la cripta, su bello rostro encendido por la fascinación.

Su toque sensual explorando su cuerpo, sobre sus labios, la primera que había conocido durante siglos, había sido casi insoportable. La lujuria era difícil de tratar cuando el cuerpo de uno estaba congelado y no podía reaccionar con normalidad. Era como si la misma sangre le hiciera daño, y sin embargo estaba seguro de que había despertado debido al entusiasmo por su belleza, y su sangre, y su olor a Tsigana. Del mismo modo, no tenía tiempo para disfrutar de tales deseos. Tenía que dejar de imaginar las piernas largas, lisas envueltas alrededor de sus caderas en la pasión, y apreciar su velocidad de movimiento.

A medida que el rumano la encerraba y caían sobre la alfombra, Elizabeth se retorció en un esfuerzo para no quedar atrapada debajo, como el bruto vampiro le había hecho la última noche.

Ya estaba aprendiendo. Se le hizo curioso. Quería ver su propia defensa, en realidad, su

pelo rubio rojizo volando de su suave rostro, delicado, mientras luchaba y derrotaba a sus enemigos. Su pequeño cuerpo de huesos, el que se veía y se sentía como si pudiera romperse bajo sus manos era, de hecho, fuerte y flexible. Pero entonces llevaba la sangre de Tsigana, y Tsigana era uno de sus “asesinos”. Elizabeth tenía fortalezas que ni siquiera soñaba.

Tenía la urgencia de derribar las persianas y estrellar la habitación, manteniendo cautivos a los otros con un punto al mando de su dedo mientras presionaba el delicioso pequeño cuerpo de Elizabeth contra el suyo.

Lucharía como siempre lo hacía, pero antes de llevársela, la haría responder con la pasión que sentía que necesitaba. Estaba seguro de que ella no era virgen—lo refrescante de esa época, era el no tener en cuenta la “virtud” una vez más—, pero en gran parte no estaba despierta. Sus respuestas inconscientes, así como su sorpresa, le decían eso. Haría más dulce tomarla, impulsar su interior caliente y acogedora profundidad y darle placer mientras vaciaba su sangre.

Dio un paso atrás. Ya no podía ver dentro de la sala, ver su mirada al alemán con confiada concentración, u observar al muchacho húngaro mirándola con su propia lujuria disfrazada. Ella no lo veía. Sospechaba que no veía nada de eso, perdida en sus instituciones académicas tanto como en su propia visión errónea de sí misma. Le intrigaba, no sólo por su belleza pálida y refinada de la que no parecía muy consciente, sino por sus características contradictorias: solitaria y autosuficiente, mundana y cínica, solemne y humorística, temerosa y inesperadamente valiente, distante y apasionada…

Mierda. Entrar por la fuerza y terminarlo ahora, tomar toda la fuerza semi-mística que tenía que ofrecerle, tanto como su Despertadora y como descendiente de su “asesina”. Sería útil en Budapest.

Pero, en general, prefería su plan original. La dejaría que lo encontrara, impulsando su

formación de cazador. Disfrutaría de la lucha aún más, y su final sería aun más dulce.

Un hombre y una mujer paseaban por la calle, con un perro a sus talones. El perro gimió y se refugió entre sus piernas, echando una mirada rápida y furtiva en el jardín donde estaba. Tom no se preocupó por calmar al animal. Tensó las piernas y se elevó en el aire.

Sintiéndose más fuerte con cada salto, corrió al oeste cambiando la velocidad en las

montañas de los Cárpatos, siguiendo el olor agrio de miedo de Karl. No se molestó en

ocultar su identidad o su presencia. No había nada que ocultarle a Karl, y le hizo bien a su alma vengativa saber que el vampiro huía delante de él con pánico.

Los sentidos pulidos de Tom lo habrían encontrado sólo en algún pico de la montaña.

Karl claramente lo sabía. Por lo que buscó refugio en una taberna del pueblo lleno de gente.

Debió haber imaginado que los sentidos de Tom no serían capaces de distinguirlo allí.

Pudo haber imaginado que Tom no se decidiría a matarlo delante de testigos humanos, aunque de dónde había venido esa idea absurda, Tom no podía imaginarlo.

Se detuvo por fin en la calle fuera de la taberna, una vez más, sólo un hombre vestido de cuero pasando por a lado de humanos, o tal vez no. Una anciana se sentó en un taburete de su puerta a través de la carretera, disfrutando del fresco de la noche. La mayoría de los seres humanos que había encontrado después de su Despertar no le hicieron caso, así que asumió que no habían notado su acercamiento. Esta mujer hizo la señal de la cruz con una mano, y el signo contra el mal de ojo con la otra, y huyó al interior, abandonando su taburete caído mientras se alejaba cojeando.

Tom frunció los labios. Un lugar de edad que sabía, al parecer; sin embargo, Karl acababa de llegar aquí, de visita, por lo menos.Tom se acercó a la puerta, asintiendo con la cabeza hacia los hombres que se encontraban ahí. Murmuraron un saludo cortés se apartó de ellos para entrar.

El lugar era ruidoso y estaba lleno de humo. Varios hombres lo miraron al entrar, pero Karl no era uno de ellos.

El vampiro se sentó en la parte posterior de la barra, compartiendo una mesa con varios agricultores corpulentos que casi le aplastaron en la esquina. La cara de Karl se volvió hacia uno de ellos como si siguiera alguna conversación interesante. Él podría haberlo estado haciendo. Karl era un hombre encantador si quería. De hecho, ofendía a Tom verlo así, fingiendo, servil, enmascarado con una futilidad desesperada, consumido por el miedo del más fuerte que él había traicionado y se había unido con otros para matarlo. No habría más diversión de la que ya había.

Esto tenía que terminar rápidamente. Tom no miró ni a la izquierda ni la derecha, aunque estaba al tanto de todas las miradas que le seguían. No les hizo caso, caminando en línea recta hacia Karl, mirando a su cara hasta que todos en la mesa miraban expectantes a Tom, y por fin Karl se vio obligado a hacer lo mismo.

Miserable gusano. Le faltaba aún el coraje de enfrentar las consecuencias de sus acciones. Tom se detuvo y se inclinó sobre la mesa. Karl se echó hacia atrás como para evitarlo, moviéndose lo suficientemente rápido para ser un simple desenfoque para los humanos, pero Tom encontró su hombro.

—Karl, amigo mío. Por fin. —A medida que acercó a Karl hacia él, los hombres en la mesa abrieron camino. No podían ver que Karl se estiraba hacia atrás, resistiendo hasta el final, por lo que Tom tenía que usar una fuerza considerable. La lucha era secreta, desesperada, pero el resultado del encuentro nunca estuvo en duda por lo menos no con Tom, que presionó al vampiro a su lado y se marchó de la taberna.

Al otro lado del camino, cortinas se movieron. A Tom no le importaba lo que la vieja dijera. Despegó en el aire, teniendo a Karl con él. Saltó por los tejados del pueblo, acabando descansando en una rama gruesa y alta, de un árbol de sauce antiguo.

Karl se quejaba, como si fuera consciente al fin de la etapa precisa de la recuperación de

Tom. Para él, Tom era igual de poderoso que había sido en su “muerte”.

No lo era, por supuesto. Pero no era necesario que nadie, y mucho menos este gusano, lo descubriera.

—Me decepcionas —dijo en voz baja—. Esperaba al menos una pelea, una persecución. Pero apenas vale la pena matarte. La fuerza de la sangre se ve compensada por la mezquindad de tu espíritu.

—Entonces no me mates —chilló Karl—. Cometí un terrible error, pero vamos, Tom, ¡han sido 300 años! ¿No puedes perdonar y olvidar?

Tom frunció sus labios, más por el uso de su nombre que porque el zalamero le hiciera

sentirse físicamente enfermo. A este ritmo, tendría problemas para contener la sangre del bastardo. Debería haber tenido a Elizabeth Silk con su sangre fuerte, dulce y cuerpo atractivo que habría temblado con el deseo y el miedo mientras luchaba contra él. La mujer débil y mortal tenía un espíritu y coraje mayor que este vampiro de quinientos años de edad. Karl siempre sería insignificante.

Terminarlo. Como la primera sangre de la venganza, es bastante pobre, pero muy necesario.

—No puedo olvidar. Y nunca perdono. —Tom inclinó su garganta y, con el mundo de la noche extendida debajo de él, se sintió inmensamente mejor. Tal vez ayudó el hecho de que su víctima empezó a arañar sus manos, en un intento vano y débil para liberarse. La rama de sauce influía en ellos, otra sensación agradable.

Lo curioso fue, que un golpe serio habría dañado a Tom, pero la idea nunca pasó por

la cabeza de Karl. El miedo era un arma poderosa. Él había enseñado este conocimiento a muchos príncipes humanos en el pasado.

Karl seguía farfullando. —Nunca he adquirido la fuerza de los vampiros más viejos. Nunca lo busqué. ¡Deséchame y te daré a Lajos, cuya sangre es mucho más fuerte que la mía!

Haciendo caso omiso de él, Tom cerró su boca sobre la garganta de Karl y sacó los

colmillos.

—¡Te daré a Maximilian! —gritó Karl.

Tom se paró. Por primera vez, posiblemente por única vez, Karl le interesaba. Levantó

la cabeza.

—Maximilian —repitió—. ¿Sabes dónde está Maximilian?

Ni siquiera Bill lo sabía, y los sentidos de Tom no habían podido llegar hasta él, todavía. Sin embargo, el gusano balbuceaba de nuevo.

—Lo sé por Lajos, y sabes como de unidos los dos solían ser…

—Habla —interrumpió Tom.

—Escocia —exclamó Karl.

Tom parpadeó.

—¿Escocia? ¿Por qué Escocia? —Se rió—. Seguramente no por el clima.

—Pero sí por la niebla —balbuceó Karl—. Lajos dice que lo aprendió de un Antiguo

enmascarado. Eso, combinado con la niebla, significa que ni siquiera un Antiguo lo podría encontrar nunca. ¡Pero yo te dije dónde mirar!

—Así que lo hiciste —dijo Tom—. Gracias.

Le rasgó la garganta.La sangre era buena.

1 comentario:

  1. ayyyyy por dios esto se pone mejor espero con ansias el otro cuidate

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