
Desgraciadamente solo podre subirles esto hoy, mi mamá cumplió años ayer y como colombiano que se respete se celebra toda la semana, hoy es la segunda fiesta y mi familia empezará a llegar dentro de poco, espero disfruten el capitul y ahmm si mañana amanezco en buenas condiciones subo capitulo de Blood on Silk XD Bye!!
Capitulo 12
La orden de los palidos
“Dos caminos divergían en un bosque, y yo tomé el menos transitado;
esa fue toda la diferencia”
ROBERT FROST
A medida que bajábamos por la cuesta del cementerio, aquellos tres se comportaban con más normalidad. Charlaban y hacían bromas entre ellos mientras yo los seguía a un par de metros de distancia para poder observarlos.
Tal vez porque era muy alto, no tanto como yo, y delgado, Georg caminaba algo encorvado. Llevaba las piernas embutidas en tejanos elásticos, lo que le daba un aire aún más enclenque. Su largo abrigo negro ondeaba al viento mientras atendía a lo que decía una u otra de sus compañeras.
Tenía la impresión de que era un «pagafantas»; es decir, el clásico tipo que se desvive por chicas guapas que acaban montándoselo con otros.
Mi mirada se posó a continuación sobre Lorena, que balanceaba las caderas bajo un abrigo de terciopelo negro que resaltaba sus curvas. Por el modo en que clavaba las botas sobre el polvo de nieve, parecía una chica de carácter. Me la podía imaginar respondiendo a gritos a su madre cuando se atrevía a contrariarla.
Dejé a Alexia para el final. Llevaba un abrigo corto con una caperuza ribeteada de pieles sintéticas. Su larga melena bailaba por su espalda reflejando los destellos de sol como un juego de espejos. Bajo una minifalda, sus largas piernas envueltas en leotardos caminaban como si los botines ―los mismos que me habían pateado días antes― no tocaran el suelo. De ella no sabía qué pensar.
A las siete de la mañana, lo único abierto era un bar del paseo de la Riera. Los gruesos plátanos de la calle principal de Teiá estaban desnudos de hojas, lo que aumentaba la sensación de frío en aquella carretera que moría en la montaña.
Aún no estaba montada la terraza, así que el camarero nos hizo pasar a un salón interior decorado con bodegones. Luego cruzó los brazos mientras estudiaba a los tres forasteros. Si alguien podía decir quién era o no de allí, ése era Murphy, el camarero que había trabajado en todos los bares del pueblo. Todo un clásico.
Las chicas querían dos cafés con leche y una magdalena grande para compartir. Georg me sorprendió pidiendo un bitter Kas, una bebida propia de las señoras que van al bingo.
Luego me dirigió una sonrisa amable que me animó a preguntarle:
―¿De dónde sois?
―Cada uno de un lado distinto. Bueno, yo soy el que está más cerca de aquí. Vivo con mis viejos en Alella. Lorena es de Badalona, y Alexia está en el culo del mundo.
―Tampoco tanto ―protestó―. Por ahora vivo en Saint Cugat.
―¿Por ahora? ―repetí mientras la colocaba en la categoría de pija, como buena parte de los que vivían en la pequeña ciudad del Valles.
―Sí, porque eso puede cambiar en cualquier momento. He crecido ahí, pero siempre he presentido que mi alma es de otro lugar.
―¿De qué lugar?
Alexia dio un sorbo al café con leche antes de responder:
―Te lo diré cuando lo encuentre.
Tras este breve interrogatorio, tuvimos un plácido desayuno. Como sólo había comido dos manzanas en toda la noche, devoré un bocadillo de atún mientras los demás rememoraban batallitas en lugares de los que no había oído hablar en mi vida.
―¿Qué es el Negranoche? ―pregunté.
Los tres intercambiaron risitas antes de que Lorena hablara con una mueca de desprecio.
―Es lo más parecido al club donde a nosotros nos gustaría ir. Está lleno de farsantes, pero a veces suena alguna canción que vale la pena.
―Sobre todo cuando pincha el rubio ―añadió su amiga―. Pone las canciones que sabe que te gustan para ver si picas el anzuelo. De hecho, le funciona bastante bien.
―Para mí ese chaval es sólo un entretenimiento ―respondió molesta―. Le hago caso sólo cuando no hay nada mejor.
Acto seguido, me dirigió una mirada que no supe interpretar. ¿Quería decir aquello que me consideraba «algo mejor» que el DJ de aquel club? El «pagafantas» se encargó de devolver la conversación a un tono relajado:
―El Negranoche tiene algo genial, y es que allí nos conocimos. ¿Lo recordáis, chicas?
―Demasiado bien ―dijo Lorena torciendo el labio, como si asociara aquella noche con un episodio a olvidar.
―Creo que te estamos aburriendo ―intervino Alexia―. Si te unes a nosotros, acabarás yendo a ese club. Es casi inevitable.
―¿Hay más gente allí... como vosotros?
Había pronunciado el «vosotros» con toda la intención del mundo, ya que no me sentía unido a nada, aunque la curiosidad me empujara a pasar por el ritual de la palidez.
―En absoluto ―respondió Lorena―. Compartimos algunas canciones y el gusto por el color negro, pero no pertenecen a la orden de los pálidos. Para ellos, lo siniestro es sólo un hobby de fin de semana, mientras que para nosotros es una forma de vida que llevamos hasta las últimas consecuencias. Lo nuestro es como una religión.
Se hizo un silencio inquietante tras estas palabras, cuyo alcance yo no podía imaginar.
Para devolver la charla a la comodidad, traté de hacer un comentario intrascendente:
―¿Y esa flor violeta que lleváis en la solapa? ¿Es vuestro signo de identidad?
―Algo más que eso ―repuso Alexia con mirada enigmática―. Lo importante no es la flor, sino lo que se esconde debajo.
El resto del desayuno estuve tentado de levantar una de aquellas flores para ver lo que ocultaban. ¿O había hablado ella de forma metafórica?
Eran las ocho de la mañana cuando nos despedimos en el paseo de la Riera, que empezaba a llenarse de madrugadores de fin de semana.
Los pálidos tenían que bajar a pie por la carretera hasta el mar, donde se encontraba el tren y las comunicaciones con el resto del mundo.
Mientras Lorena y Georg discutían algo entre cuchicheos, Alexia se acercó a mí y me pasó dos fríos dedos por la mejilla.
―Eres guapo, Bill. ¿Puedo llamarte así?
―Puedes ―respondí sofocado.
―¿Recuerdas lo que te dije cuando nos conocimos junto a la puerta del cementerio? Prometí que te compensaría por la patada si pasabas la prueba. Y lo has logrado.
En vez de responder, cerré los ojos a la espera de que cayera un beso. Era algo que me había ocurrido a menudo antes de la catástrofe. Siempre había chicas que querían besarme, aunque yo no entendía por qué. A veces me dejaba para que no se enfadaran.
Tras el primer beso, me escabullía, a no ser que la chica me gustara mucho.
Desde que me sentía muerto en vida, no me había vuelto a prestar a algo así. En el instituto corría el rumor de que ya no me iban las tías, pero yo ni siquiera me había preocupado de desmentirlo.
Dos años después, volvía a desear un beso con los ojos cerrados. Pero esta vez no llegó.
―Es para ti ―dijo al poner en mi bolsillo un objeto rectangular―. Tu pasaporte al otro mundo. Dicho esto, fue a reunirse con sus compañeros, que habían empezado a bajar por la carretera. Sólo el «pagafantas» levantó la mano hacia mí como despedida
ok por que no lo beso? espero el siguiente y que siga la fiesta te pondre el capitulo ahora a ver que te parece
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