Capitulo 4
Los Forasteros
“A menudo olvidamos que también nosotros somos extraños ante los

ojos de los demás”
BILL MOYERS
Cualquier persona en mi situación se habría
asustado, pero yo estaba demasiado sorprendido para saber lo que sentía. Mientras escuchaba Alina y leía a Lord Byron, aquellos tres habían subido la cuesta del cementerio. Ahora estaban ante mi y me miraban desafiantes.
Mientras me levantaba, los contemplé sin demostrar el más mínimo temor. El chico era alto y desgarbado, con los cabellos pelirrojos revueltos como si nunca usara peine.
Una de las chicas tenía una melena corta teñida de rojo; su rostro ovalado y su nariz respingona hacían pensar en una dama de otra época.
Su compañera era de una belleza que intimidaba. En su rostro, encuadrado por una larga y sedosa melena negra, llameaban unos ojos grandes y oscuros como el carbón. Los labios carnosos dibujaban un contenido desprecio. Fue ella la primera en hablar, su voz era suave pero imperiosa:
―Lárgate antes de que sea demasiado tarde. Y no se te ocurra decirle a nadie que nos has visto o lo pagarás caro.
Sus compañeros secundaron aquellas palabras clavando su mirada en la mía.
En lugar de amedrentarme, sentí cómo la furia me colmaba como un volcán hasta entonces dormido. Por primera vez desde que me había instalado en Teiá, me sentí como un lugareño dispuesto a defender su territorio.
―Larguense ustedes, payasos. Empecé a venir a este cementerio antes de que les saliera pelo en las piernas.
Aquello era una provocación en toda regla, y fue tomada por las chicas con una sonrisa de burla. La del pelo rojo me advirtió con voz ronca:
―Es peligroso ser insolente cuando no sabes a quién tienes delante.

El larguirucho dio un paso adelante con la intención de intimidarme. Sólo tenía dos alternativas: o huía con el rabo entre las piernas o le atizaba primero. Opté por esta segunda opción.
Me abalancé sobre él con la intención de derribarlo, pero antes de que pudiera agarrarle, un dolor intenso en el costado me hizo caer al suelo. Una de aquellas brujas ―la más guapa― acababa de patearme las costillas.
A gatas sobre la nieve, consideré la posibilidad de atrapar uno de los botines que me habían golpeado para derribar a la agresora. Luego me ocuparía de tumbar a los otros dos. Sin embargo, no me parecía elegante hacer daño a las chicas.
Aproveché que el pelirrojo me tendía la mano ―tal vez sólo quería levantarme― para tirar de él hasta hacerle caer sobre mí. Un segundo más tarde rodábamos sobre la nieve mientras nos disparábamos puñetazos cortos e imprecisos.
Mi oponente demostró ser más bien flojo, y supe que cuando entrara el primer gancho habría terminado el combate. Pero antes de que eso sucediera, la morena de ojos negros me agarró con fuerza por el pelo hasta casi hacerme gritar.
―Si no sueltas Georg, te hago saltar los dientes de una patada.
Liberé del abrazo a mi oponente, que ahora me tenía a su merced para arrearme un puñetazo a traición. Pero no hizo nada. Se limitó a mirarme con asombro.
Mi captora abrió entonces la mano y aterricé suavemente sobre la nieve. El otro se puso en pie y se limpió el largo abrigo negro.
―Eres un chico valiente ―dijo la del pelo rojo mientras me incorporaba.
―Quizá un poco impulsivo ―añadió la otra―, pero apunta buenas maneras. ¿Crees que serviría?
Las dos se cruzaron una mirada picara. Luego soltaron una risita al unísono. Con aquellas caras pintadas de blanco, parecían payasos siniestros.
El que había rodado conmigo en la nieve las miró con cierta antipatía.
Cansado de no entender nada, me sacudí el polvo helado del anorak y declaré:
―Me largo. Pero porque me da la gana, que conste.
―Es una pena ―dijo la vampiresa de la melena negra―.
Empezábamos a disfrutar de tu compañía.
―Dejadlo en paz ―intervino el tal Georg.
Las dos chicas me miraron fijamente. Parecían complacidas con mi desconcierto. Su respiración dibujaba un vaho de vapor que escapaba de sus labios.
―Mi nombre es Lorena ―se presentó la del pelo rojo―, y esta salvaje se llama Alexia.
La belleza de la melena negra flexionó levemente la rodilla, como una dama de la corte, y tendió su brazo para ofrecerme el reverso de la mano. Supuse que debía besarla, pero estaba demasiado enfadado para prestarme al juego, así que me limité a presentarme escuetamente.
―Cuatro es más divertido que tres, seríamos pares ―volvió a hablar Lorena, que preguntó a su compañera―: ¿Crees que aguantaría toda una noche?
―Habrá que preguntárselo.
Justo entonces me di cuenta de que el larguirucho había desaparecido. Exploré con la mirada la placita de los cipreses, sobre los que ya había caído el atardecer. Luego el camino de bajada.
No estaba allí.
Aquella nueva sorpresa hizo que me quedara un rato paralizado, en lugar de marcharme de inmediato. Eso dio tiempo para que Alexia me preguntara con voz suave:
―¿Has dormido alguna vez en un cementerio?
Asombrado, negué con la cabeza.
De repente entendí dónde se había escondido el larguirucho.
Por si quedaba alguna duda, en aquel momento Lorena se dirigió hacia la tapia, que medía casi dos metros. Dio un pequeño brinco para agarrarse a la parte superior y, con un movimiento de gata, logró saltar al otro lado.
Estaba a solas con Alexia mientras la brisa helada zarandeaba los cipreses. Sus enormes ojos negros me escrutaron en la penumbra antes de decir:
―Ésa es la prueba. Si quieres ser de los nuestros tendrás que pasar una noche entera ahí dentro. Solo.
Dicho esto, se despidió levantando la mano y fue hacia el cementerio. Antes de saltar la tapia para reunirse con sus amigos, se volvió un momento hacia mí para añadir:
―Siento haberte hecho daño.
―No ha sido nada.
―Te compensaré... si mañana pasas la prueba.
Me acerqué a ella mientras se colgaba sobre el muro. Antes de que se diera impulso hacia el otro lado, observé sus manos. La que me había ofrecido para que la besara lucía blanca como la luna. La otra estaba cubierta por un fino guante negro que cubría su piel hasta el codo.
ayyy esta tambien la amo cielos danny las dos son buenisimas y me tienen enganchada espero el siguiente
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