6 ene 2012

Retrum: Capitulos 5 y 6



Capitulo 5



La noche en la Palma


“A veces hay preguntas complicadas cuya respuesta es muy simple”

DR. SEUSS


Una vez en casa, me sentía como una fiera enjaulada. Estaba demasiado alterado para subir a mi habitación a leer o a escuchar música.


Por primera vez en meses, mi padre había apagado el televisor a la hora de cenar. Con las manos en las caderas, vigilaba el resplandor de una lasaña congelada en el microondas. No era gran cosa, pero me pareció un avance.

― ¿Te quedas a cenar? ―me preguntó.


― La verdad es que no tengo hambre, pero te acompañaré con un té.

―Como quieras.

La operación de sacar la lasaña del microondas, meter un tazón con agua para el té y poner la mesa duró menos de cinco minutos. Nos sentamos a la mesa rodeados por un silencio inédito en aquella casa. Casi eché de menos el rumor de la caja tonta, ya que ahora me vería obligado a hablar de cualquier cosa.

―Parece ser que hay un concierto esta noche en la Palma.

―La Palma... ―repitió mi padre mientras dejaba enfriar un pedazo de lasaña en el tenedor ―Creo que los dueños de ahora son argentinos.

No sé por qué, pero ese local siempre cambia de manos. ¿Sabes que cincuenta años atrás había sido un cine?

No me podía interesar menos, pero me vi obligado a fingir curiosidad. Aquella era

la conversación más intensa que había tenido con mi padre desde la catástrofe.

―Me lo contó el pintor ―prosiguió―. En esa época, la Palma y La Calandria, el cine del Masnou, compartían los mismos rollos de películas, porque no había suficientes para abastecer dos salas de pueblo. Eso creaba un buen problema el sábado por la tarde, porque en los dos sitios se tenía que proyectar el mismo programa doble.

―¿Y cómo lo hacían?

―Muy fácil: la segunda película del Masnou era la primera que se proyectaba en Teiá, y al revés. Cuando terminaba la sesión, una moto iba de un cine al otro para intercambiar los rollos.


De repente se quedó mudo.


Yo sabía por qué. Había dicho la palabra maldita: «moto». Mi padre me miró con ojos de consternación. Para huir del drama, decidí salir por la tangente:

―Aunque ya no den películas, ¿quieres acompañarme al concierto de esta noche?

La propuesta fue seguida de un silencio espeso. Llegué a pensar que ni siquiera me había oído, pero segundos después respondió: ―Ve tú, hijo. Estoy cansado.

Acto seguido, encendió el televisor con el mando a distancia.


Mientras atravesaba de noche el centro del pueblo, me sorprendía que estuviera yendo hacia un lugar que no había pisado en dos años. Alba se pondría contenta

al verme, aunque yo sabía que mi presencia allí era una estrategia de distracción, como la tele para mi padre.


La reyerta con los tres del cementerio y la prueba del día siguiente me superaban. Ni siquiera había decidido si acudiría, aunque algo me decía que acabaría saltando la tapia. Por otra parte, estaba lo del guante. ¿Era de Alexia la prenda que llevaba en el bolsillo desde hacía dos meses?


Demasiadas preguntas para una sola noche.


Aspiré por enésima vez el perfume del guante y me sentí turbado al recordar la belleza de aquel extraño ser. Definitivamente, lo mejor era esperar al día siguiente.


Capitulo 6


Stokolm


“El pasado es siempre un prólogo de lo que está por venir”

WILLIAM SHAKESPEARE


Tuve que pasar un par de veces ante la puerta de la Palma para reconocer a Alba.

Llevaba un ajustado vestido de lana y se había pintado los ojos de manera bastante torpe.

El hecho de que me recibiera con dos besos ―en clase no pasábamos del saludo― significaba que aquello era una cita con todas las de la ley, y eso me incomodó.


―Vamos, está a punto de empezar.


Para llegar a la sala anexa donde se hacía el concierto tuvimos que hacer cola en el bar. Allí se encontraba la crema y nata del instituto, y nuestra llegada no pasó desapercibida.


Mientras esperábamos turno para pedir en la barra, media docena de miradas nos estudiaron con interés.

Podía imaginar la noticia que entraría al día siguiente en la rumorología del instituto:


«Bill y Alba pillados in fraganti en la Palma de Tenia».


Con las deformaciones del boca–oreja, nos acabaríamos convirtiendo en la pareja del año.


Los estudiantes que abarrotaban la sala no paraban de darle al surtidor de la cerveza.


Había uno en cada mesa de cuatro, y la principal diversión era comprobar, al pagar en la barra, qué grupo había consumido más litros a lo largo de la noche.


Nosotros formábamos un grupo aparte y nos servían el líquido dorado en vasos de plástico para llevarlo al concierto.


En la oscura sala anexa había poco más de treinta personas, la mayoría amigos de los músicos. La banda de power–pop hacía las últimas pruebas con el mismo rigor que si fueran a tocar en el Carnegie Hall de Nueva York.


Un tupé conocido que se aproximaba entre el público me acabó de amargar la velada. Era Xavier, el pelmazo número uno de la escuela y a la postre hermano de mi acompañante.


Tom había tenido con él paciencia infinita y, por su mirada de perro apaleado, entendí que no había renunciado a la esperanza de que yo tomara el relevo.


Le saludé con deliberada frialdad. Justo entonces empezó el concierto de Plou ―así se llamaba la banda―, lo cual fue para mí toda una liberación.


El vocalista gritó «Eins, zwei, drei, vier!» antes de que una descarga de decibelios hiciera temblar la sala. El arranque fue bien recibido por el público, que saltaba con los vasos de cerveza en la mano.


Xavier y su tupé habían desaparecido con el trasvase de nuevos espectadores que llegaban del bar atraídos por el ruido.


Alba bailaba delante de mí con un brío que no dejaba de sorprenderme. La recatada estudiante de letra bonita se había soltado la melena rubia y la sacudía como una bandera. De ella emergía el olor a colonia a granel que tan bien conocía.


No estaba habituado a aquel tipo de música, pero me gustaba la energía que vibraba en el suelo y ascendía hasta la nuca. Me bebí la cerveza en dos tragos y, tras dejar caer el vaso de plástico, cerré los ojos. Sabía por experiencia que una canción suena totalmente distinta con los ojos abiertos o cerrados.


El vocalista había anunciado un tema llamado Stokholm que se inició con un punteo de guitarra hipnótico y minimalista. Intenté prestar atención a la letra.


Every time I wake up in this white room

I wonder how I came here

Far away from you again

An orange juice

A frozen smile from breakfast.

Good morning, says the pale nurse,

How did you sleep tonight?


Cada vez que me despierto en esta habitación blanca

Me pregunto cómo llegué hasta aquí

Nuevamente lejos de ti

Un zumo de naranja Una sonrisa congelada de desayuno

Buenos días, dice la pálida enfermera,

¿Cómo has dormido esta noche?)


La conexión profunda con la canción se interrumpió cuando noté un abrazo desde atrás.


Abrí los ojos y descubrí que Alba ya no estaba allí. No hacía falta mucha imaginación para saber dónde se encontraba ahora.


Por si había alguna duda, mi acompañante estrechó aún más su abrazo mientras se balanceaba al ritmo de la música. Sentí la presión de sus pechos en mi espalda, lo cual era una sensación extraña.


No quería desairarla liberándome de sus brazos, así que volví a cerrar los ojos para tratar de calmarme. Pero resultó tarea imposible cuando entendí el sentido general de la canción.


Stokholm cuenta la historia de un ciclista que sigue a una chica de abrigo rojo por las calles de la ciudad sueca. Es tal la fascinación que provoca en él que, mientras la sigue, no ve llegar un camión y acaba bajo sus ruedas. Cuando se despierta en el hospital, se pregunta dónde se encuentra y, sobre todo, dónde está la chica.


Lo que para el público podía ser un tema romántico algo extravagante, para mí era el eco de un pasado que no dejaba de visitarme.


Esperé a que cesara la música para darme la vuelta y decirle a Alba: ― Ahora vuelvo.


Un minuto después, caminaba por las calles desiertas en dirección a casa.

1 comentario:

  1. wow me quede sin palabras espero el siguiente que se encontrara por la calle sube pronto

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